
En los debates políticos actuales las demandas son acuciantes y los intereses claramente difieren de los ideales. Y en este sentido, muchos de quienes esperamos los mejores actos o más ejemplaridad no dan muestras de ello.

Redacción EL ARGENTINO
Pero, no queriendo solo mostrar una actitud crítica, siempre es bueno pensar entonces de que hablamos cuando hablamos de ideales. ¿Son muchos o pocos?
En verdad, para el régimen de gobierno republicano el ideal es uno y está destinado a volver realidad el autogobierno de nuestros asuntos comunes. Ese ideal es único, diríamos, casi exclusivo, en tanto nos muestra una conjunción de dos hechos sociales.
¿Cuál es ese ideal que es presupuesto de las restantes acciones humanas en sociedad? Es la virtud de participar activamente del gobierno o tomar parte de acciones de gobierno desde el lugar correcto y teniendo las competencias y ambición correcta para ello.
Esto que llamamos virtud republicana, es ocuparnos de asuntos públicos desde la mejor función que podamos actuar y con la idoneidad del caso, demostrando que nuestro aporte es correcto en tiempo, forma y fondo.
El ejemplo de esta estructura de reflexión la dieron en los debates que generaron las declaraciones y Constitución de E.E.U.U. El gran pensador de este aspecto y a quien le debemos esta visión es Madison.
El gran aporte de Madison a la modernidad política occidental es mostrarnos que no se busca perfección ni ideales irrealizables, sino solo enfocarnos en la particularidad de cada persona y que desde ahí se ubique a cumplir una función como servidor público, teniendo el interés correcto para desempeñarse del mejor modo.
Un ejemplo de esto se da respecto a la oposición entre una persona en el poder ejecutivo y una persona en el poder judicial. ¿Cuál sería la virtud de cada uno? ¿Deben tener la misma? Claramente no y ese es el gran desafío actual.
La persona que se ubica en el Poder Ejecutivo debe tener para sí la ambición de poder, la ambición de ejercer y administrar la creación y gestión de políticas para generar bienes públicos del modo más eficiente tal que le permita acrecentar su reputación y acrecentar su capacidad de representación.
En cambio, la persona que se ubica en el Poder Judicial debe tener para sí la ambición de controlar, la ambición de corregir al poder. En su querer no puede buscar otra cosa que dar cumplimiento a la ley, que buscar la equidad en la justicia y combatir todo desvío de poder en la sociedad.
Motivo por el cual, la virtud no es querer hacer bien las cosas o elegir del mejor modo entre opciones, sino ejercer la función pública desde el poder del Estado y teniendo la ambición correcta en sus funciones y acciones. Una suerte de mix o maridaje, dirían muchos hoy.
Y entonces, en este sentido, ¿la sociedad, qué demanda?, no pareciera demandar virtud para cada funcionario público, todo esto parece lejano del interés de los públicos. Es cierto que no es fácil ubicar función e interés correcto en una persona, pero más aún sé hace difícil si no reconocemos estos aspectos que dieron génesis a nuestro régimen de valores de la Constitución Nacional en un contexto de crisis en donde cada decisión tomada desde el Estado tiene un impacto crucial, único e irrepetible.
Javier Cubillas
Analista de Asuntos Públicos
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