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Por Lucía Alba-Ferrara
Hace poco más de una década, Larry Summers, quien fuera presidente de la Universidad de Harvard, adjudicó la brecha de género en el campo de las ciencias duras a diferencias biológicas entre los sexos; una suerte de inferioridad genética que resultaba en que las mujeres tuvieran poca aptitud para la matemática. Esta idea resulta absurda e infundada, pero es importante preguntarnos por qué las mujeres que logran construir una exitosa carrera en la ciencia continúan siendo una minoría. Se han propuesto numerosas explicaciones biológicas, psicológicas y sociales que buscan entender las diferencias entre géneros y cómo estas justificarían el postergado papel de las mujeres en la ciencia. No obstante, es necesario analizar estos planteos para evaluar su valor explicativo.
Respecto de las diferencias biológicas entre sexos, en la última década se han llevado a cabo numerosos estudios científicos sobre las diferencias cerebrales entre hombres y mujeres. Estas investigaciones encontraron que los hombres presentaban una mayor cantidad de neuronas en el neocortex, mientras que las mujeres tenían un mayor número de conexiones en la parte posterior del cuerpo calloso (fibras que conectan ambos hemisferios cerebrales). Cabe destacar que no es claro cuál es el significado de estos hallazgos, ni cuál es su aporte a la hora de definir capacidades diferentes entre los sexos.
En cuanto a las diferencias psicológicas, diversos estudios muestran que los hombres se desempeñan mejor que las mujeres en la rotación de representaciones mentales de objetos (relacionado con capacidades visuoespaciales y de navegación). Sin embargo, tal aparente ventaja no se puede separar de la confianza en sí mismo que cada uno tenga. En otras palabras, aquellas personas que por sus grupos de pertenencia (mujeres versus hombres, estudiantes de arte versus estudiantes de ingeniería, etcétera) se piensan menos capaces en la tarea, obtendrían un desempeño menor que aquellos que no se consideren en desventaja.
Existen también cuestiones sociales como la importancia que tienen los estereotipos negativos que definen a un grupo social, que pueden llevar a una peor ejecución en determinadas tareas asociadas a este estereotipo. Interesantemente, las mujeres que son menos susceptibles a ser influenciadas por los estereotipos de género tienden a obtener un mejor desempeño en tareas en las que los hombres tendrían una aparente ventaja.
Es llamativo que en varias universidades estadounidenses comiencen a ofrecerse talleres para alumnas para superar el "síndrome del impostor", un patrón de pensamiento mediante el cual un individuo duda de sus logros y sus capacidades, y teme ser expuesto como un "fraude", más allá de tener evidencia objetiva de sus propias competencias.
Lograr una mayor participación de las mujeres en la ciencia requiere un cambio, tanto en el sistema educativo —estimulando a las mujeres a estudiar carreras universitarias relacionadas con las ciencias duras— como en la percepción de la sociedad acerca de la ciencia. Las mujeres académicas deben tener el valor y asumir la responsabilidad social de confrontar los estereotipos de género a fines de garantizar la equidad. En palabras de la profesora Diane Halpern, ex presidenta de la Asociación Americana de Psicología y estudiosa de las diferencias cognitivas entre sexos, "hombres y mujeres no necesitamos ser idénticos para lograr equidad".
La autora es licenciada, Msc., PhD. Profesora adjunta en Neuropsicología Clínica de la Universidad Austral e investigadora Científica del Conicet.
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