Saltar menú de navegación Teclas de acceso rápido
Seminario diocesano

Pbro. Oscar Menescardi: “Detrás de cada vocación hay un sacerdote”

El seminario diocesano mayor María Madre de la Iglesia es una unidad académica especial que cuenta Gualeguaychú, si por especial se entiende que allí nadie se recibe sino que se consagra, que allí se ingresa con vocación pero en la vida interna se debe confirmar esa aptitud que tiene que encontrar respuestas no sólo en la disposición sino también en la inspiración.

Sábado, 14 de Agosto de 2010, 22:09

Por 4

La Conferencia Episcopal Argentina, define al seminario mayor como “una comunidad eclesial y educativa que tiene como finalidad el acompañamiento vocacional de los futuros sacerdotes, y por tanto el discernimiento de la vocación, la ayuda para corresponder a ella y la preparación para recibir el sacramento del Orden con las gracias y responsabilidades propias, por las que el sacerdote se configura con Jesucristo Cabeza y Pastor y se prepara y compromete para compartir su misión de salvación en la Iglesia y en el mundo”.

El padre Oscar Menescardi es el rector del Seminario de la diócesis de Gualeguaychú y fue quien recibió a EL ARGENTINO y quien ofreció información pero también definiciones y conceptos sobre lo que ocurre en esa casa de formación espiritual.

Lo primero que se debe aclarar es que en el imaginario colectivo de la ciudad se suele decir que el Seminario está ubicado en el Pío XII, cuando en realidad en ese edificio funcionan dos instituciones distintas: el Seminario Mayor María Madre de la Iglesia y el Pío. “Se trata de dos instituciones diversas, autónomas, aunque comparten el mismo edificio”, aclara Menescardi.

Aquí se forman los futuros sacerdotes de la diócesis. Pero como todo presente, responde también a una historia.

Este seminario nace cuando en 1982, monseñor Pedro Boxler, entonces obispo diocesano, decidió retirar a los jóvenes que se formaban en el seminario mayor “Nuestra Señora del Cenáculo” de Paraná (2).

Se necesitaba entonces un lugar físico para que los futuros pastores continuaran sus estudios y, ante la carencia del mismo, el Padre Eduardo Ghiotto -Abad del monasterio del “Niño Dios” de Victoria- ofreció a Boxler un lugar en su establecimiento para albergarlos. En esos momentos la Abadía del Niño Dios era el centro de estudios de aspirantes, novicios y hermanos de todos los monasterios benedictinos de América del Sur (3).

En la etapa de organización, el entonces vicario de la Catedral San José de Gualeguaychú, el padre Jorge Almeida (actualmente en la Basílica de Concepción del Uruguay) asumió el compromiso de dar los primeros pasos.

Así el seminario diocesano tuvo su nacimiento en el segundo piso de la hospedería de la Abadía. Se le impuso el nombre de la institución que había prestado su casa y el 8 de agosto de 1982 comenzó a funcionar con doce seminaristas de la diócesis. Ellos eran: Fernando Vizconti, José María Aguilar, Daniel Cavagnac, Daniel Osvaldo Chesini, Daniel Basini, Néstor Basini, Pablo Heiler, Pablo Olcese, José María Castro, Néstor Queirolo y Jorge Leiva. Al poco tiempo se sumaron dos jóvenes de la diócesis de Santa Fe: Pablo Iriyen y Juan Carlos Bourboutte y algunas semanas después se unieron a la nueva casa Mario Sasso (diócesis de San Juan), Francisco López (Mendoza) y Rubén Dalcomo (Santo Tomé).

En 1984 el Seminario recibió la visita del Pbro. Julio Velasco, visitador de la Santa Sede para los seminarios. Al concluir la misma sugirió la presencia de un director espiritual del clero diocesano. Entonces, monseñor Boxler le encargó esta tarea al entonces párroco de la Basílica del Carmen de Nogoyá, Pbro. Raúl Molaro, labor que realizó durante un corto período de tiempo.

Si bien la experiencia del seminario en Victoria es recordada con mucha calidez, no era un lugar propio. Fue así que en 1988, monseñor Boxler, junto al Consejo Presbiteral, debieron discernir si regresar a Paraná (con lo que ello implicaba) o asumir el desafío de crear un seminario propio.

El entonces rector Almeida recordó en una entrevista que “en los cinco años y medio que estuvimos en Victoria, maduró la idea, cosa que por otra parte es muy deseada actualmente por el Magisterio de la Iglesia, ya que un seminario forma pastores, no peritos en Teología y Filosofía y para ser pastor en determinada comunidad y realidad diocesana es conveniente que se forme en esa misma realidad”. (4).

Así se decidió su traslado a Gualeguaychú, a la casa del Colegio Pío XII, lugar que funcionó como Seminario Menor desde su fundación. Con el nombre de “María, Madre de la Iglesia” comenzó sus actividades en marzo de 1988 y el 24 de abril de ese mismo año recibió la bendición del Nuncio Apostólico, monseñor Ubaldo Calabresi.

Como rector siguió el padre Almeida y como director espiritual el Pbro. José María Aguilar –tarea que venía desempeñando desde hacía un año-, y como prefecto de pastoral el Pbro. Luis Guillermo Eichhorn (quien luego sería obispo de Gualeguaychú, actualmente en la diócesis de Morón) y director de estudios el entonces Pbro. Pablo Olcese, quien ya dejó los hábitos.

En 1997 el Papa Juan Pablo II designa a monseñor Luis Guillermo Eichhorn como obispo de Gualeguaychú. El nuevo pastor, que había sido rector del seminario menor, da continuidad a las actividades de la comunidad y lleva adelante el proceso de incorporación de los seminaristas de la diócesis de Zárate-Campana, hecho que se concreta en 2001.

A fines de ese año, Eichhorn decidió producir un recambio en las autoridades y después de dieciocho años como rector, el padre Almeida es reemplazado por el Pbro. Oscar Menescardi a quien acompañan como director espiritual el Pbro. Edgardo Segovia, el Pbro. Joaquín González como director de estudios y el Pbro. Marcelo Carraza. (4).

 

¿Se estudia para cura?

Es justamente Menescardi quien pone luz al interrogante si se estudia para cura de la misma forma que se estudia cualquier otra profesión. “De ninguna manera. Nosotros nunca decimos que vamos a estudiar para cura. En todo caso expresamos que nos vamos a formar para ser sacerdotes. Y es la Iglesia quien nos forma y va a configurar mi corazón y mi ser a imagen de Jesús, que es el buen pastor”.

La formación del sacerdote no se limita a una cuestión académica similar a un nivel terciario o universitario, ni tampoco queda encapsulada en una formación espiritual. Menescardi lo explica mejor: “Nuestra formación se fundamenta en cuatro dimensiones, igualmente importantes: la intelectual, donde se estudia y se aprende la Biblia, la doctrina de la Iglesia, la filosofía, la historia del pensamiento, el derecho canónico, la moral cristiana, entre otros tópicos y que implica, obviamente, formación académica”.

“Luego tenemos la dimensión humana o comunitaria, que es la formación del seminarista que permite desarrollar un hombre maduro, responsable, solvente, seguro, aplomado, capaz de ver la realidad y responder a ella, tener cierta capacidad de liderazgo, de guía. Y esto es importante, porque para llegar a ser un buen sacerdote se debe ser una buena persona y una persona lo más madura posible”.

“La tercer dimensión es la espiritual, que se basa en la formación en la oración. Una espiritualidad regada en la Palabra de Dios, en la lectura y meditación de la Sagrada Escritura, en la reflexión diaria, en la vivencia de la Eucaristía que será la principal celebración como sacerdote”.

“Y la cuarta dimensión es la Pastoral, es decir, el trabajo cotidiano en medio de los hombres. El cómo llevar el mensaje del Evangelio a los demás”.

Menescardi es claro al enumerar la formación intelectual, humana, espiritual y pastoral, “donde todas son esenciales y no podemos prescindir de ninguna”, como él mismo sostiene.

¿Se puede decir que la vida de un seminarista no es otra cosa que el camino que lo prepara para el sacerdocio?

Menescardi no demora la respuesta: “Sí. Es el camino para el sacerdocio. El Seminario pretende re editar o vivir la experiencia de comunión de los doce apóstoles con Jesús”.

Cuando un seminarista ingresa sabe que por lo menos debe transitar ese camino de preparación para el sacerdocio durante siete años. Pero no se llega por propios impulsos, sino luego de un profundo examen de conciencia.

El rector del seminario da algunas pistas certeras: “Para ingresar al Seminario al aspirante lo debe presentar un sacerdote por medio de una carta. Ese sacerdote lo debió dirigir espiritualmente al menos por un año o más, dado que se requiere que conste que ese joven tiene una vida cristiana coherente, que ha manifestado la inquietud de entregarse a Cristo de manera más concreta a favor de los hombres, que ha manifestado de algún modo una inquietud vocacional discernida desde la espiritualidad”.

Una vez que es presentado al seminario, es evaluado por el rector y el obispo. Suponiendo que es aceptado, pasa seis meses en un período propedéutico, es decir, de adaptación e integración. En este tiempo es introducido en la vida comunitaria y se le muestran los rudimentos de la vida en el seminario. “Además, se le hace un psicodiagnóstico para descartar psicopatologías y reconocer las debilidades que hay que trabajar durante la formación y detectar las fortalezas que hay que alimentar o potenciar”, completó Menescardi, quien agrega de manera más pedagógica: “Siempre se trata de formar lo mejor posible a una persona adulta, capaz de asumir un compromiso definitivo y de mantenerse firme en ese compromiso a pesar de las tentaciones o adversidades. Y como todo compromiso que se asume de manera definitiva es una tarea difícil y no siempre es llevadero porque implica renunciamientos”.

Por eso, a lo largo del proceso de formación el seminarista experimenta un crecimiento que al mismo tiempo le permite descubrir el misterio de la Iglesia y del sacerdocio y va madurando su opción y su vocación. “Es un período donde se afirma la vocación, porque puede descubrir también que lo suyo no es el sacerdocio. Por eso es común que al tercer o cuarto año salga del seminario, pero si pasa ese período se ha afianzado en su vocación sacerdotal. Y al mismo tiempo, la Iglesia confirma esa vocación, porque es siempre la Iglesia la que elige al sacerdote”.

-¿La personalidad del sacerdote es clave para compartir a Cristo?

Menescardi no le escapa al interrogante. “La Iglesia dice que el sacerdote debe ser puente y no obstáculo para compartir a Cristo. El sacerdote es un hombre capaz de construir puentes hacia Dios. Él mismo es un pontífice, un puente entre los hombres y Dios. Y este aspecto es muy importante”.

“Para la formación humana es importante la vida en comunidad. Esa vida en comunidad es clave para la formación humana. La convivencia nos lima como un ladrillo. Siempre les digo a los jóvenes que tenemos que estudiar mucho de Antropología desde los aspectos filosóficos y teológicos, que tenemos que aprender a conocer al hombre desde la realidad, desde la historia, desde la religión y un largo etcétera. Pero el mejor libro de Antropología que vamos a leer es el saber compartir la vida con el otro. Conocer el corazón del otro es el mejor libro de Antropología que vamos a tener al alcance de las manos. Porque es conociendo el corazón de mis hermanos como voy a conocer al hombre, a aprender a respetarlo y aprender a amarlo”, expresa Menescardi con pausa pero con firmeza, propio de quien sabe con certeza el testimonio que está ofreciendo.

Menescardi se apasiona cuando explica que el sacerdote debe comprender la diversidad de la comunidad en la que se encarna. “El sacerdote debe comenzar su sacerdocio por el amor a sus semejantes. Debe reconocer que el otro es un hijo de Dios, es un hermano mío, al que debo aspirar que conozca a Jesús y que viva la fraternidad y el amor. Y hacer de este mundo un mundo mejor, más habitable. Eso es lo primordial. El buen pastor debe comprender, perdonar y consolar al mismo tiempo. Somos instrumento de la Misericordia”.

Menescardi aclara que los planes de estudios, las bases para la formación sacerdotal vienen prefijadas desde el Vaticano y son universales. Luego, cada Conferencia Episcopal le da la impronta, la adaptación de cada país con sus realidades culturales propias. Y siguiendo ese esquema, cada diócesis hace lo propio en su territorio.

Actualmente el Seminario tiene once seminaristas. El número es un buen promedio si se tiene en cuenta que la diócesis posee aproximadamente 300 mil fieles, es decir, es un obispado pequeño, integrado territorialmente por los departamentos Gualeguaychú, Islas, Uruguay, Gualeguay, Victoria y Tala.

“Teniendo en cuenta que la diócesis es pequeña, que los jóvenes tienen otras opciones, que la sacerdotal no es una vocación atractiva, once seminaristas es un buen número. Pero si pensamos en las necesidades de la Iglesia y su permanente demanda de sacerdotes, es poco”.

De todos modos, en la diócesis existen 35 parroquias, todas con el cargo de cura párroco cubierto e incluso aquellas que necesitan vicario parroquial pueden contar con uno. Es decir, es una diócesis cubierta.

Menescardi es oriundo de Gualeguay. Su vocación estuvo muy ligada al testimonio del padre Pancho Magnano, un pastor muy reconocido y querido. Por eso el rector del seminario sostiene por experiencia propia que: “Detrás de una vocación siempre hay un sacerdote”.

 

El celibato

 

Una persona adulta se realiza plenamente en el matrimonio, en la experiencia de amar. ¿Se puede por amor renunciar a la capacidad de amar? ¿Es coherente el planteo?

La pregunta, en rigor, tiene una falacia. Porque Menescardi enseña que la plenitud que una persona puede encontrar en el matrimonio, el sacerdote la encuentra en su alianza con la Iglesia y con la comunidad.

“La vocación sacerdotal es similar a la vocación matrimonial, y tienen también muchos puntos en común, en contacto. Ambas vocaciones exigen una entrega absoluta, que es exclusiva al otro y al mismo tiempo excluyente porque no admite a un tercero en el medio”.

-¿Esa concepción queda librada a la fuerza espiritual de cada individuo o la Iglesia ofrece herramientas para vivirla de manera más plena?

-La Iglesia forma en la vida celibataria, en la soledad fecunda. Y ambas vocaciones son una alianza con el otro y exige las mismas fidelidades que la del matrimonio e incluso hasta atraviesan las mismas crisis.

-¿Entonces el celibato es un resultado?

-No exactamente, porque es un proceso y un fin al mismo tiempo. Es un carisma que va unido a la vocación sacerdotal. Si no se tiene la capacidad para vivir el celibato, entonces no se tiene capacidad para vivir la vocación sacerdotal. Y el celibato es una entrega, un amor a la Iglesia y a la comunidad. Es un corazón indiviso, porque implica una renuncia para una entrega total.

 

Por Nahuel Maciel

EL ARGENTINO ©

Referencias

1) “La Formación para el Sacerdocio Ministerial”, Conferencia Episcopal Argentina.

2) http://www.obispadogchu.org.ar/mariamadre/

3) Ib.

4) Ib.

Seguí las noticias de Diarioelargentino.com en Google News Seguinos en Google News

Comentarios

Tu comentario ha sido enviado, el mismo se encuentra pendiente de aprobación...
Avatar
ver más
El comentario se encuentra deshabilitado

Denunciar comentario

Spam o contenido comercial no deseado Incitación al odio o a la violencia, o violencia gráfica Acoso o bullying Información errónea
Cancelar Denunciar
Reportar Responder
Tu comentario ha sido enviado, el mismo se encuentra pendiente de aprobación...
respuestas
Ver más respuestas
Ver más comentarios
IMPORTANTE: Los comentarios publicados son exclusiva responsabilidad de sus autores Diarioelargentino.com se reserva el derecho de eliminar aquellos comentarios injuriantes o discriminadores.

Teclas de acceso