
Desde la aparición de los smartphones en la vida diaria, padres, docentes y gobiernos hemos enfrentado un gran desafío: ¿cómo guiar a niños y jóvenes en su uso responsable? En este contexto, es fundamental reflexionar sobre el impacto que estos dispositivos tienen en la infancia y la adolescencia.

Redacción EL ARGENTINO
Los riesgos silenciosos del celular. El celular no es un juguete. En manos de un niño o adolescente, puede ser tan peligroso como un arma de fuego. Las experiencias y contenidos a los que se exponen a edades tempranas dejan huellas muy difíciles de revertir en un cerebro que está en formación y que todo aquello que recibe contribuye a su buen o mal desarrollo, condicionando su vida y sus vínculos.
Entre los niños más pequeños, la sobreexposición a pantallas ha sido relacionada con problemas de obesidad, retraso en el lenguaje y en la adquisición de habilidades motoras y cognitivas, nerviosismo, falta de atención, y dificultad para el juego simbólico. Actividades indispensables para un buen desarrollo integral y de habilidades socioafectivas.
En niños en edad escolar, el impacto se hace más evidente en la memoria, el rendimiento académico, el comportamiento y la socialización, provocando aislamiento, hiperactividad, ansiedad y depresión. La falta de interacción con el entorno podría incluso estar vinculada al aumento de diagnósticos de trastornos del espectro autista, trastornos generalizados del desarrollo y déficit de atención con hiperactividad.
A medida que los niños crecen, el uso del celular se intensifica. Según datos de la empresa Claro junto a Criteria, se estima que la mayoría de los niños accede a su primer dispositivo antes de los 7 años y que el 83% de los de entre 8 y 12 años ya cuenta con uno. En la adolescencia, esta cifra asciende al 97%. Además, una gran parte de ellos tiene acceso a internet sin supervisión, lo que aumenta su exposición a riesgos.
Con respecto al tiempo de uso las familias con hijos menores de 12 años, una encuesta realizada en la provincia de Buenos Aires revela que en las familias un 44% de los hijos usan algún dispositivo entre dos y cinco horas por día, siendo el 23,4% quienes lo usan más de cinco horas. Entre los adolescentes estos números ascienden al 50% y 35,5, respectivamente.
Y uno de los usos más frecuentes de los dispositivos es la interacción social, esta misma encuesta detalla que un 61% de los niños y un 92% de los adolescentes afirman utilizar el celular para chatear con amigos y familiares. Sin embargo, la soledad y el aburrimiento pueden llevarlos a buscar refugio en las redes sociales sin un criterio adecuado, exponiéndolos a situaciones peligrosas. El supuesto anonimato en los chats incentiva comportamientos que no se darían en persona, como el envío de comentarios agresivos, imágenes comprometedoras o información personal sin medir las consecuencias.
Además, los contenidos accesibles en internet abarcan desde pornografía hasta sitios que promueven autolesiones, bulimia, anorexia y ludopatía. De acuerdo con la misma encuesta, si bien el 65% de los niños dice que acudiría a su madre en caso de sufrir acoso o bullying, la mayoría no lo hace, lo que los deja expuestos a experiencias traumáticas difíciles de afrontar.
Los adultos debemos involucrarnos y educar a los jóvenes sobre el derecho a la privacidad y la prevención de riesgos como el cyberbullying, el grooming, los retos peligrosos y las alteraciones en la percepción de la imagen. También es crucial orientarlos sobre la exposición a contenidos inapropiados, falsos o patrocinados, ayudándolos a desarrollar un criterio crítico ante la información que consumen.
El uso de los smartphones en la infancia y la adolescencia es una realidad que no podemos ignorar. La clave no está en prohibirlos, sino en acompañar su uso con responsabilidad y educación, asegurándonos de que estos dispositivos sean una herramienta de aprendizaje y conexión, y no una fuente de peligro. (Por Luciana Mazzei, docente del Instituto de Ciencias para la Familia de la Universidad Austral | columna publicada en Perfil)
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