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El homicidio de Protasio Méndez Casariego y el periodista que lo mató en 1893

Fue un crimen que sacudió a la Gualeguaychú de fines del siglo XIX. Ocurrió en la esquina de la flamante plaza Independencia, conocida actualmente como plaza San Martín. La víctima era el Jefe de la Policía y su asesino el editorialista del periódico El Noticiero: Sixto Doroteo Neyra.

Domingo, 29 de Junio de 2025, 7:02
Ilustración Abu Arab
Ilustración Abu Arab

Por Carlos Riera

Es posiblemente una de las historias menos conocidas por quienes habitan actualmente la ciudad del carnaval, pero por aquellos años este homicidio se volvió el tema de conversación de cada tertulia, de cada reunión, porque el que había muerto no era otro que Protasio Méndez Casariego, el Jefe de Policía del departamento Gualeguaychú.

 

Pero antes de relatar lo que sucedió esa noche del viernes 6 de enero de 1893, hay que describir qué era lo que pasaba por aquellos años en Gualeguaychú, en el país y en el mundo. En los Estados Unidos se patentaba la fórmula de la Coca-Cola, y en Alemania, Rudolf Diesel recibía la patente del motor diésel. Arthur Conan Doyle publicaba “Las aventuras de Sherlock Holmes”, y en Argentina, el inventor Juan Vucetich identificaba a una asesina por sus huellas dactilares.

 

Gualeguaychú también estaba en pleno crecimiento. El 16 de julio de 1891 había abierto sus puertas la flamante cárcel de Gualeguaychú, conocida luego como la Unidad Penal 2, que serviría para albergar a la cantidad de detenidos y condenados por el Juez del Crimen, que ya no tenían lugar en la Jefatura de Policía. Justamente el protagonista de esta historia, Protasio Méndez Casariego, había sido designado por el Gobernador de Entre Ríos para que siguiera de cerca la obra que se había iniciado en 1888 en las afueras de la ciudad.

 

Por aquel tiempo había llegado a Gualeguaychú el tranvía, algo totalmente novedoso y como ocurre siempre con cada innovación, había quienes se oponían a esta idea por el ruido que generaba. Este servicio urbano de pasajeros unía dos centros neurálgicos en aquella época: el puerto, que ya contaba con un muelle de madera, y la Estación de Ferrocarril inaugurada hacia poco, en 1889.

 

En el diario El Noticiero, de Inocencio Furques, que había tenido su primera publicación en febrero de 1878, se informaba en aquel momento que “el diputado Magnasco tuvo una entrevista con el Presidente de la República, Luis Sáenz Peña, a quien le expuso sobre la necesidad de construir cuanto antes el muelle de Gualeguaychú, el que no se ha llevado a cabo por las demoras que viene sufriendo el expediente relativo al mismo”. La burocracia política no es algo propio de esta época. Ya por aquellos años Osvaldo Magnasco gestionaba por obras que luego fueron claves para el crecimiento exponencial de Gualeguaychú.

 

Dos años después de la muerte de Protasio Méndez Casariego comenzó a funcionar la usina de gas para el alumbrado de las calles. “Un servicio que en aquella época y en este lugar podría catalogarse de extraordinario, algo que en materia de confort ponía en nuestra ciudad a la altura de las grandes capitales del mundo y, por supuesto, por encima de las ciudades argentinas de entonces. Nos referimos a la Planta Productora de Gas para uso público y domiciliario cuya construcción comenzó en 1894 para iniciar su funcionamiento en el año siguiente, en 1895”, escribió Enrique Ángel Piaggio en Evocaciones del Ayer.

 

Al igual que la cárcel, la Usina también fue construida en las afueras de la ciudad, en la zona noreste, en un terreno relativamente bajo ya que la tendencia del gas así lo exigía. Este lugar aún existe y hasta hace dos años atrás, el terreno era parte de un proyecto municipal para la construcción de 88 viviendas a través del crédito Procrear que luego, con el nuevo gobierno, quedó trunco.

 

Publicidades, noticias y defunciones

Los diarios microfilmados que existen en la hemeroteca del Instituto Magnasco permiten conocer un mundo totalmente distinto del actual, despojado de cualquier soporte tecnológico, y donde la realidad difiere notablemente de la actualidad. En esas páginas vuelven a vivir personajes de nuestro pasado. Nombres que hoy nos representan instituciones, y que en aquel momento eran simples personas de carne y hueso, que llevaban adelante sus vidas ignorando lo que evocarían hacia el futuro. Todo eso guarda la memoria del papel.

 

Un ejemplo de ello es lo que grafica el periódico El Noticiero en enero de 1893: “La señorita Camila Nievas fue a ingresar a Paraná para continuar sus estudios en la escuela Normal. La señorita Nievas rindió un brillante examen el año anterior en el colegio graduado de esta ciudad”. En ese momento tenía 15 años.

 

También había otro tipo de noticias, como las policiales: “Envió preso (en costa Uruguay) el comisario policial a Mateo Robledo, que corrió a la madre con un cuchillo para matarla” o el caso de Regina González: “Ha sido puesta en libertad ‘la resbalosa’. Como cada tanto tiempo se le van los pies, no ha de tardar en volver”.

 

También estaban las publicidades. “Noticias para los pobres. El depósito de vinos de Carbajo y compañía, 25 de Mayo 195, ha rebajado a 25 centavos el litro de vino blanco”. O el anuncio de Madama Savinas que se había trasladado a la calle 25 de Mayo 159 y ofrecía “gratuitamente sus servicios a los pobres”. Se trataba de una “partera de primera clase, recibida por las facultades de París y Buenos Aires”, que tenía 15 años de práctica y vivía “en la casa de la señora viuda de Vidart”. Otro: “Un orador protestante. Ha llegado de Buenos Aires don Pablo Besson y el domingo a las ocho de la noche dará una conferencia moral y gratuita sobre la libertad religiosa”.

 

Había avisos para todos los gustos. Desde el que recién llegaba a la prominente ciudad, como aquel otro que, pese a no tener las credenciales oficiales, no tenía ningún empacho en decir que había estudiado en París, Londres o vaya uno a saber. No existía la conectividad de hoy en día que permitiera establecer si lo que decía era verdad o no. Había que confiar.

 

Pero al repasar esos diarios hubo algo que llamó mucho la atención a quien escribe estas líneas. La enorme tasa de mortalidad en una ciudad de unos 12 mil habitantes. La cantidad de defunciones que se publicaban es muy llamativo, pero lo que realmente sorprende son las causas de esas muertes y el número de infantes.

 

“Eduardo Correa. 1 año de gastroenteritis”, “Baldomero Castelo. 6 años - fiebre tifus”; “Macedonia Paredes. 4 años – pulmonía”; “Fernando Campbell. 11 meses – gastroenteritis”; “Aurelia Dionisia Luciani. 3 años – angina”, por solo nombrar a algunas de las defunciones que cada martes, jueves y sábado por la tarde se publicaban en El Noticiero. Por supuesto que también estaban los enlaces como el de “Adolfo Müller de 27 años, alemán, profesor pedagógico, con Margarita Fernstein de 20 años, rusa”.

 

Neyra, Garibaldi y una muerte inesperada

Como en toda ciudad chica, el movimiento de la sociedad se concentra alrededor de la plaza principal. La noche del 6 de enero de 1893, el comisario Protasio Méndez Casariego caminaba desde la Jefatura de Policía hasta su casa sobre la calle Del Plata (hoy Luis N. Pama) cuando se cruzó en su camino a los periodistas Sixto Neyra y Pedro Muape, ambos trabajadores del periódico El Noticiero.

 

Con Neyra existía una fuerte tensión, porque este hombre de 56 años era quien escribía sobre ciertos acontecimientos delictivos que se habían originado en la ciudad con un grupo de niños que tenían a mal traer a muchas mujeres, a quienes les robaban la ropa lavada colgada al sol, y responsabilizaba a Méndez Casariego por ineficiente.

 

Sixto Doroteo Neyra era hijo del alférez Jorge Neyra, que tuvo una activa participación durante el saqueo de Giuseppe Garibaldi en Gualeguaychú en 1845. En un texto de Silvia Razzetto sobre el accionar del italiano en estas tierras, la historiadora escribió que se “vivieron dos días de pánico. Fueron saqueados 31 establecimientos comerciales y numerosas casas de familia. Los más perjudicados fueron comerciantes españoles, sardos, portugueses y franceses. Garibaldi se llevó un botín calculado en 30.000 libras esterlinas. En la casa de la familia Haedo (esquina Rivadavia y San José), aprovechada como Cuartel general, los invasores colocaron un cañón, amenazando la Comandancia y apuntando en dirección a la residencia del Comandante Villagra, (Rivadavia casi Ángel Elías)”.

 

La chacra de Don Francisco Lapalma (la Azotea de Lapalma, hoy Museo de la Ciudad), producía abundantes frutas que don Francisco industrializaba o enviaba a Buenos Aires por vía fluvial. Esta no fue ajena al saqueo. “Al marcharse de ese lugar, los garibaldinos se enfrentaron con ocho gauchos reunidos por el Alférez Jorge Neyra, mano derecha de Villagra”. Tres de ellos murieron y Neyra escapó con cinco compañeros después de “habérsele boleado” el caballo.

 

Sixto Doroteo era un niño de 8 años cuando Garibaldi ocupó Gualeguaychú y mientras su padre peleaba contra las huestes del italiano, quedó bajo el cuidado de su madre María Nicasia Echazarreta. Su padre sobrevivió y el niño creció junto a él hasta que se asentó en Concepción del Uruguay para estudiar abogacía, pero la muerte del Alférez a los 64 años lo obligó a un cambio de planes. Regresó a Gualeguaychú para encomendarse a las obligaciones familiares y comenzó con su carrera como periodista.

 

También tuvo su costado político. Fue viceintendente y a tres meses de haber asumido, en junio de 1874, reemplazó a Cándido Irazusta por un viaje que el intendente debió hacer al Uruguay por la revolución jordanista, el último enfrentamiento entre unitarios y federales en el país que se desencadenó tras el asesinato del gobernador Justo José de Urquiza. Además, Sixto Neyra era tío de José María Neyra, otro periodista reconocido por su trayectoria en el diario El Censor de Gualeguaychú y en los diarios La Razón y La Nación de Buenos Aires.

 

El cruce que terminó en un crimen

“Protasio Méndez Casariego, 39 años, argentino, casado, de infección pútrida, calle Rivadavia”, describía el anuncio de defunción que publicó El Noticiero cinco días después de aquella noche fatídica donde el Jefe de Policía se cruzó con el periodista.

 

Sixto Doroteo Neyra conversaba con su colega Pedro Muape en la esquina de la plaza Independencia cuando Protasio Méndez Casariego caminaba hacia esa dirección. Tal vez conociendo la interna que había entre el policía y el periodista, Muape no quiso entrar en discusiones ni momentos indeseables y se despidió de Neyra. Caminó en sentido opuesto unos metros hasta que escuchó la detonación de un arma de fuego. Cuando volteó la mirada observó a Neyra con un arma en su mano y a Méndez Casariego tirado en piso.

 

El disparo retumbó en toda la ciudad. Era verano, las ventanas abiertas y toda la vida social de Gualeguaychú pasaba por esa plaza y sus alrededores. Incluso, a pocos metros de la plaza vivía Protasio junto a su esposa Cornelia Seguí y sus once hijos, entre los que se encontraba el recién nacido Claudio, que años más tarde sería Intendente de Gualeguaychú y gestor del puente naranja que hoy lleva su nombre.

 

Protasio estaba gravemente herido. Según la crónica de la época en El Noticiero, la bala había entrado por el costado derecho y terminó en el izquierdo, “entre cuero y carne”. Todo había sucedido a pocos metros de la Jefatura de Policía, por lo cual no tardó mucho en llegar el oficial Campos, que detuvo a Neyra, con el arma en la mano y sin que opusiera resistencia.

 

Desde 1857 funcionaba en Gualeguaychú el Hospital de Caridad, “con cómodas salas diferenciadas por sexo, con admisión abierta de enfermos del pueblo y campaña”, escribió la historiadora Nati Sarrot en Cuadernos de Gualeguaychú, sobre el nosocomio que se ubicaba en la manzana de calles Colombo, 9 de Julio, Ituzaingó y Roca. Pero a Protasio no se lo llevó a ese lugar, sino que lo trasladaron a la casa de su hermano Honoré Méndez Casariego, un Comisario de Órdenes que vivía frente a la plaza, en la esquina de Rivadavia e Independencia.

 

Se consideró que en ese lugar iba a estar mejor atendido y durante las siguientes horas la casa de Honoré fue una romería. Era la noticia en la futura ciudad del carnaval. No había nadie sin enterarse de lo ocurrido, aunque las versiones del móvil del crimen eran variadas. Incluso especulaban que Neyra había arremetido con el arma de fuego a una agresión física de Méndez Casariego, pero todo eso quedó descartado.

 

Había sido el Jefe de Policía quien le había recriminado a Neyra por sus publicaciones en el periódico, discutieron, Méndez lo golpeó con su bastón y el periodista respondió con un disparo. “La posición de la herida de Méndez hace imposible suponer que la haya recibido después de dar un bastonazo, en que invariablemente los adversarios quedan de frente”, se escribió en el periódico.

 

La agonía y muerte de Protasio

La sociedad estaba conmocionada y la casa de Honoré era el centro de atención para saber por la salud de Protasio. Esa noche en la que fue baleado no se le pudo sacar la bala y se dejó recién para el otro día practicarle la extracción, pero esas horas habrían sido determinantes en la infección que terminó costándole la vida.

 

Era noticia el seguimiento del estado de salud y los grados de temperatura que tenía. Como el periódico salía por la tarde, el sábado se informaba: “En este momento pasan los médicos la segunda visita de consulta en el día al señor Méndez Casariego. Su estado general es más satisfactorio que hoy de mañana. La fiebre ha descendido a 39 grados”.

 

La crónica continuó el 10 de enero de 1893. “Relativamente bien había seguido desde el sábado hasta hoy temprano. Sin embargo, entre 10 y 11 de la mañana tuvo una alternativa de bastante gravedad. En el acto se vio rodeado por todos los médicos que le asisten desde el primer momento y nos congratularíamos que a la hora de cerrar el periódico pudiéramos adelantar alguna noticia satisfactoria sobre el estado del enfermo, por cuya radical mejoría hacemos votos”.

 

El final de la vida de Méndez Casariego se dio a conocer el 12 de enero, aunque había fallecido la madrugada del día anterior. “Ha dejado de existir el señor Jefe de Policía, sin que el Juez del Crimen le tomara declaración en el sumario que inició en la madrugada del suceso el agente fiscal como juez interino. Nos consta que tan indisculpable descuido en un asunto tan serio y de trascendencia no ha sido por culpa de la víctima ni de su familia”, publicó El Noticiero.

 

Y se detalló: “La repentina fiebre que le atacó en la mañana del martes y que descendió a 39 grados en la tarde del mismo día, por la noche subió paulatinamente hasta pasar los 42 grados. La muerte lo sorprendió casi repentinamente. Durmió hasta las 12 y 30 de la noche y cuando se recordó había perdido el uso de la palabra. Inmediatamente el doctor Seguí hizo llamar al doctor Chaves, y media hora después espiraba Méndez Casariego, siendo su agonía momentánea”.

 

Tras su muerte, en la primera hora de la madrugada del 11 de enero, una veintena de amigos que se encontraban en la casa de Honoré siguiendo de cerca el estado de salud de Protasio, “condujeron el cadáver a su casa de la calle Del Plata, llevando a pulso el féretro”. Por la tarde, “un selecto y numeroso acompañamiento condujo al Cementerio del Norte los restos del caballero Protasio Méndez Casariego”, detalló el periódico sobre la ceremonia donde también estuvo la Banda Militar.

“El fallecimiento en la plenitud de la vida de Méndez Casariego, deja una esposa desolada y once huérfanos y por toda herencia su honradez intachable”.

 

La venganza del hermano

Dos horas después de ser herido el Jefe de Policía por don Sixto Neyra, el médico de cabecera llamó al Comisario de Órdenes, Honoré Méndez Casariego, y le dijo que “inmediatamente hiciera un chasque llamando a la esposa de la víctima, pues estaba declarado caso perdido: en ese momento lo atacaban las convulsiones del hipo, síntomas que en heridas de esa naturaleza no daban esperanzas de salvación”, se informó desde el periódico.

 

El comisario fue hasta su oficina, que quedaba en la misma manzana y acera de su casa, a escribir una esquela para enviar al campo donde se encontraba Cornelia Seguí, la esposa de Protasio, pero al llegar se encontró -según declaró más tarde – “sentado y con el sombrero puesto al victimario de su hermano en su silla y escritorio”.

 

Siguiendo con el relato de Honoré, al verlo llamó al Cabo diciéndole que ese no era el lugar destinado a los criminales, que lo condujera a la celda, pero Neyra le replicó que el criminal era su hermano, que lo había salido a matar a palos. El Comisario de Órdenes sacó de un empujón a Neyra del escritorio y le asestó un garrotazo, aunque en su declaración no detalló si había sido en la cabeza o en el cuerpo. Luego, el Cabo y dos soldados lo llevaron hasta la celda.

 

 

Posiblemente, hablar sobre los derechos que tenía un detenido no era algo común y mucho menos sobre violencia institucional, pero Neyra era una persona bien instruida y sabía bien que ese procedimiento había sido irregular, por lo cual no dudó en hacer una denuncia por malos tratos. Y como en Gualeguaychú no había autoridad policial y el segundo al mando de Protasio Méndez Casariego era su hermano Honoré, el gobernador Sabá Hernández dispuso el traslado interino del jefe de Policía de Concepción del Uruguay, coronel Carlos María Blanco.

 

Fue muy breve la estadía de Blanco en Gualeguaychú, porque ya para el 14 de enero el Ejecutivo provincial había designado a Policarpo de la Cruz para reemplazar a Méndez Casariego, pero mientras Blanco ejerció su función, avanzó en la denuncia de Neyra. Antes de tomarle declaración a Honoré, hizo lo propio con uno de los centinelas que fueron testigos del cruce y sus palabras difirieron en referencia al número de golpes recibidos por Neyra.

 

“Dice que el comisario tomó un bastón que había sobre el escritorio y le dio un garrotazo que le volteó el sombrero y otro en la espalda cuando se dirigía hacia la puerta. Una u otra declaración prueba el hecho denunciado y ha sido lo suficiente para que el Coronel Blanco suspenda al Comisario de Órdenes”, se leyó en El Noticiero el 14 de enero.

 

Un diario de Paraná, ateniéndose a las versiones de su corresponsal de Gualeguaychú, dijo que Neyra “había sido torturado en el cepo colombiano”. “Del sumario instruido con la perspicacia que todos le reconocen al Coronel Blanco, de cuya conducta intachable como funcionario tiene más de una prueba Gualeguaychú, nada se desprende que haga sospechar la existencia de tal acto criminal llevado a cabo por la guardia de cárcel. Sabemos que ha tenido buen cuidado en las declaraciones, careos de los militares y empleados, ratificaciones de aquellos”, se informó a la población.

 

En un decreto que el gobernador Sabá Hernández dictó el mismo día de la muerte de Protasio Méndez Casariego, se dispuso que se le otorgara un subsidio a la viuda y los gastos del entierro iban por cuenta del Gobierno. “Acuérdese a la viuda del extinto el equivalente a tres meses de sueldo que gozaba para gastos de luto”, rezaba el artículo 3 de la disposición provincial.

 

Respecto a Sixto Neyra, poco se sabe. Se desconoce cuál fue su condena y si pagó con cárcel por el crimen. El periodista murió cuatro años después del suceso sangriento, en 1897, a los 60 años. Los restos de Protasio descansan en el panteón de la familia Seguí en el Cementerio Norte.

Con información de Cuadernos de Gualeguaychú, Periódico El Noticiero, Gualepedia. Agradecimiento a Patricio Álvarez Daneri, Estela Gigena e Instituto Osvaldo Magnasco.

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Arma de Fuego Gualeguaychú Homicidio Violencia
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