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“Me quedan muchas cosas pendientes como Iglesia” aseguró Moseñor Eichhorn

Luis Guillermo Eichhorn nació el 26 de junio de 1942 en Gilbert (Departamento Gualeguaychú). Es el tercero de cinco hijos del matrimonio compuesto por Emilia D' Angelo y Enrique Eichhorn.

Domingo, 26 de Agosto de 2018, 1:35

Por 4

Al terminar sus estudios secundarios en el Colegio Nacional de Concepción del Uruguay, decidió a los 18 años ingresar al Seminario Arquidiocesano de Paraná, el 6 de marzo de 1961 y se ordenó sacerdote el 21 de diciembre de 1968 en la Parroquia de la Inmaculada Concepción de La Histórica.

 

 

Luego de una extensa labor pastoral en donde se desempeñó como director espiritual y rector del seminario Menor Diocesano Pío XII; el 12 de diciembre de 1986 fue nombrado Vicario General de la Diócesis de Gualeguaychú y párroco de San Juan Bautista desde el 4 de marzo de 1989.

 

 

El papa Juan Pablo II lo nombró obispo de Gualeguaychú el 5 de diciembre de 1996 y el 19 de marzo de 1997 asumió esa cátedra, teniendo como lema en su escudo episcopal: “Que todos sean uno”.

 

 

Su caso presenta una particularidad: fue el primer obispo que surgió del presbiterio de la diócesis de Gualeguaychú desde su creación.

 

 

El 30 de noviembre de 2004, también el Papa Juan Pablo II lo designó como obispo de Morón (Provincia de Buenos Aires) y tomó posesión de ese cargo el 12 de marzo de 2005.

 

 

El 10 de noviembre de 2005 en el marco de la 90° Asamblea Plenaria de la Conferencia Episcopal Argentina, el Episcopado lo designó como Presidente de la Comisión Episcopal de Catequesis y Pastoral Bíblica, cargo que ocupó por dos períodos.

 

 

Al cumplir los 75 años de edad, tal como manda las obligaciones del Derecho Canónico, presentó su renuncia como obispo al papa Francisco.

 

 

Actualmente reside en la Parroquia Nuestra Señora de Luján y el viernes poco antes del mediodía recibió a EL ARGENTINO, donde repasó sus inicios y también compartió su perspectiva sobre el desarrollo de Gualeguaychú, en donde objeta como postura personal los efectos indeseados del Carnaval y de la habilitación de los Casinos. Además, subraya una preocupación permanente en su prédica: la necesidad de jerarquizar la educación de manera integral para aspirar a una mejor calidad de vida.

 

 

 

 

 

-Sabía desde siempre que iba a ser sacerdote...

 

 

-En absoluto. Fue medio casual, mejor dicho, no puedo precisar un momento específico. Sí recuerdo que estaba en la parroquia de Concepción del Uruguay, hoy Basílica, y nos había visitado el primer obispo que tuvo la diócesis de Gualeguaychú, monseñor Jorge Ramón Chalup. Se me acercó al azar y me pidió que le indicara dónde quedaba la terminal de ómnibus. En ese entonces, la terminal quedaba muy cerca de la plaza principal de Concepción del Uruguay, y luego de indicarle me ofrecí para acompañarlo, lo que aceptó. Cuando íbamos cruzando la plaza Ramírez, me preguntó qué estaba haciendo. Le dije que estaba estudiando, que cursaba el cuarto año de la secundaria. Luego quiso saber qué iba a seguir luego de los estudios y le dije que no sabía todavía muy bien. Recuerdo que detuvo sus pasos, me miró y me dijo: “Entonces hay una posibilidad de que seas sacerdote”. Me sonreí un poco sorprendido y me aconsejó que escribiera en un papel las razones por las cuales debía ser sacerdote y las razones por las cuales no debía ser sacerdote. Nos despedimos y ahí quedó el asunto. Como al mes, me habla el párroco que en ese entonces era el padre Fiorotto, y me comunicó que lo había visitado de nuevo el obispo y estaba preguntando por mí. Y así ingresé al Seminario de Paraná… y aquí estoy, ya obispo emérito.

 

 

 

 

 

-¿Cuándo se consagró sacerdote?

 

 

-Fue el 21 de diciembre de 1968. Y me nombraron obispo de Gualeguaychú el 19 de marzo de 1997.

 

 

 

 

 

-En su caso se da una particularidad, porque son muy pocos los sacerdotes que llegan a ser obispo en su misma diócesis…

 

 

-Así es, hay muy poquitas experiencias en ese sentido. Claro que estuve antes mucho tiempo en el Pío XII, en la Parroquia San Juan Bautista, y fui vicario general de la diócesis cuando era obispo monseñor Pedro Boxler.

 

 

 

 

 

-Usted estuvo como obispo de Gualeguaychú hasta 2005 y luego lo designan en el mismo cargo en la diócesis de Morón.

 

 

-El papa Juan Pablo II me designa como obispo de Morón el 30 de noviembre de 2004; pero tomé posesión de esa cátedra el 12 de marzo de 2005 y sucedí al obispo Justo José Laguna.

 

 

 

 

 

-Usted vio desarrollarse a la comunidad de Gualeguaychú con todas sus dificultades. ¿A la distancia cómo observa ese movimiento en términos generales?

 

 

-Como toda comunidad, Gualeguaychú ha ido creciendo en términos económicos y de servicios. La creación del Parque Industrial fue un factor determinante en ese sentido. Pero luego se instalaron dos actividades que, a mi parecer personal, fueron negativas.

 

 

 

 

 

-¿A cuáles se refiere?

 

 

-Al Carnaval del País y a la instalación de los casinos… que más allá de su desarrollo deja un saldo moral negativo. Y más específicamente con el Carnaval no es una expresión originaria o genuina de Gualeguaychú. Ese carnaval está más vinculado al carioca y no al rioplatense o uruguayo que es algo muy diferente; y que sería más apropiado en términos de identidad cultural. El Carnaval o los corsos como los llamo yo son más del tipo comercial. Recuerdo que cuando era obispo aquí, un intendente me dio un dato muy concreto para dimensionar este tema comercial: esa actividad mueve en un mes el presupuesto anual del Municipio. Ignoro si esto es así, pero me fue transmitido por un intendente que en ese entonces también se asombraba por esta situación. Está claro que ese dato se refiere a muchos años atrás y no sé si la proporcionalidad se mantiene.

 

 

 

 

 

-¿Y con respecto al Casino?

 

 

-Nunca me voy a olvidar de un hecho tristísimo. Estaba en la Parroquia San Juan Bautista cuando alguien me golpea la puerta. Era un hombre desesperado que venía a pedir ayuda porque había perdido todo en el Casino. Y cuando digo todo, me refiero a las más mínimas seguridades de una familia. Y me ilustró que quedó con su esposa y sus hijos literalmente en la calle. Y otra experiencia que tuve fue escuchar a una nena de cuatro años, la recuerdo muy bien. Esa nena tenía cuatro años y cuando le preguntaron qué quería ser cuando fuera grande, dijo pasista en el Carnaval. Y traigo estos ejemplos al presente para invitar a reflexionar no sobre una anécdota, sino sobre la degradación cultural que hemos atravesado por estos dos fenómenos: el Carnaval y el Casino.

 

 

 

 

 

-Gualeguaychú se caracteriza por una fuerte presencia educativa, tanto por el esfuerzo de los clubes y las parroquias como por el Estado. No obstante, no escapa como comunidad a la falta de acompañamiento por parte de los adultos.

 

 

-Este solo tema daría para un ensayo. Toda la educación en el país está atravesada por una crisis muy aguda, que responde a situaciones históricas y culturales que demandan desde hace años la necesidad de una adecuación indispensable. Lamentablemente, seguimos estando lejos de emprender esas adecuaciones en términos generales. Se necesitan docentes con otra formación para emprender esa tarea y padres o familias con otro compromiso que el que vienen ejerciendo. Además, no es lo mismo los chicos de hoy en día que los de hace un par de décadas. Me asombra la relación de esos chicos con la tecnología; pero también me asombra que llegan a la universidad sin saber leer en voz alta o sin capacidad de comprensión de texto o sin capacidad para las operaciones más básicas de la Matemáticas. Una paradoja de nuestros tiempos si se quiere. Un niño de diez años se relaciona con la tecnología mucho más veloz que los adultos y eso requiere de profundos replanteos, para que algo que es positivo no se erosione por falta de saberes tan elementales como indispensables para desarrollarse en la vida. E insisto con un concepto: hace poco leía en un diario un informe que daba cuenta que el 70 por ciento de los alumnos que ingresan a la universidad, llegan sin saber hacer cálculos elementales de Matemáticas. Urge replantearnos muchos temas en este campo.

 

 

 

 

 

-¿Podría señalar algunos de esos temas?

 

 

-El otro es el económico o presupuestario en materia educativa. Si queremos escuelas y docentes eficientes, es indispensable una mayor inversión, especialmente en materia salarial para jerarquizar la carrera de quienes educan. No se trata solamente de invertir en edificios, que siempre será algo necesario. Pero es indispensable invertir en la formación, en salarios acordes para una formación permanente. ¿Qué podrá hacer un docente si apenas sobrevive con un sueldo que está al límite de algo aceptable o digno? Hoy los profesores son docentes taxis, que deben ir de un colegio para el otro para alcanzar lo mínimo e indispensable. Eso no puede seguir de ese modo.

 

 

 

 

 

-¿Cuándo dejó de ser obispo de Morón?

 

 

-No dejé de ser obispo de Morón, sino que terminé mi período como tal. Cuando cumplimos los 75 años de edad, todos los obispos debemos presentarle al Papa la renuncia. En muy pocos cascos y de manera fundada esa renuncia no se acepta. Por eso el año pasado presenté mi renuncia. Es más, un tiempo antes de ese trámite elevé una nota al Papa a través de la Nunciatura, solicitando que sea nombrado un obispo coadjuntor. Y ese obispo coadjuntor se instaló en la diócesis de Morón y de esa manera, cuando cumplí mis 75 años, a los dos días siguientes, asumió como obispo titular; justo en el día que esa diócesis celebraba su fundación.

 

 

 

 

 

 

 

 

-¿A partir de entonces qué hizo?

 

 

-Me quedé un tiempo en Morón porque estaba en medio de un tratamiento sobre mi vista y preferí quedarme allá hasta completar esos estudios. Y cuando el médico me dio el alta, por decirlo de algún modo, decidí trasladarme hacia Gualeguaychú. Y con mucha generosidad me han recibido, algo que me pone muy contento.

 

 

 

 

 

-Si tuviera que señalar al azar similitudes y diferencias entre las dos diócesis, cuáles elegiría…

 

 

-Como similitud encontré en ambos lugares a personas muy comprometidas con sus parroquias. Siempre digo que si algo encontré en ambas diócesis fue gente buena, con un gran sentido de pertenencia y con una gran responsabilidad hacia el prójimo. Pero son más las diferencias. La diócesis de Morón es una gran selva de cemento a diferencia de Gualeguaychú; y me costó muchos meses incluso ubicarme en referencias geográficas. Además, la forma de vivir y de relacionarse en términos generales son también muy diferentes en uno y en otro lado.

 

 

 

 

 

-Lo estaba por interrumpir…

 

 

-Quería referirme que la trama social también es notoriamente muy diferente. Una familia tipo en Morón trabajan tanto el padre como la madre. Deben dejar a sus hijos solos por muchas horas por esas tareas laborales, que incluso ya le insumen entre tres y cuatro horas de viaje para trasladarse del hogar al trabajo. Entonces los riesgos son mucho mayores, además de estar más expuestos a toda clase de peligros. Esa es otra gran diferencia en el ordenamiento familiar. La diócesis de Morón comprende los Partidos de Morón, Ituzaingó y Hurlingham. Y la diócesis de Morón es una de las más chicas en términos territoriales. Si tuviera que referenciar un cuadrante sería como desde la Parroquia Nuestra Señora de Luján hasta el Parque Industrial, metros más, metros menos. Pero en ese cuadrante viven casi 750 mil personas y eso nos da una dimensión social de la complejidad de su trama social. La diócesis de Morón tiene casi 130 kilómetros cuadrados y la de Gualeguaychú tiene casi 34 mil kilómetros cuadrados con casi 350 mil habitantes. Otro número que nos marca las diferencias, lo vemos en los colegios católicos. De la diócesis de Morón dependen poco más de 45 mil alumnos en todos sus niveles, casi la mitad de la población de Gualeguaychú; hay colegios que tienen más de tres mil alumnos.

 

 

 

 

 

-¿Cómo vivió el nombramiento del papa Francisco?

 

 

-Lo viví con una inmensa alegría, no solo porque es argentino sino por los cambios que se están generando. Al Papa lo conocí cuando era cardenal Jorge Bergoglio. Recuerdo que cuando falleció monseñor Laguna, hicimos las exequias en la Catedral de Morón y él participó. Se trata de una ceremonia muy extensa, donde la mayor parte del tiempo hay que estar parados y él pidió una silla porque no podía más estar de pie. Su salud estaba deteriorada. Luego se hizo en Morón el Congreso Catequístico Nacional y él participó como Cardenal Primado de Argentina y debíamos caminar un par de cuadras y recuerdo que le costó horrores caminar esos metros. Y veo ahora como Papa con una vitalidad envidiable, como si hubiera rejuvenecido. Una especie de milagro. Pero más allá de ese cambio en lo físico, se están dando cambios importantes en la Iglesia y eso nos rejuvenece a todos.

 

 

 

 

 

-Usted como pastor siempre ejerció una actitud inequívoca de rechazo y castigo frente a las situaciones de abusos contra niños dentro de la Iglesia. No obstante, ¿cómo vive esa realidad?

 

 

-Los abusos a menores son una realidad lacerante y se deben afrontar con responsabilidad tanto al acudir a la Justicia como al tomar medidas internas en cualquier institución. Tarde o temprano este tema nos tiene que traer como Iglesia a una puesta en común para afrontar y tratar estos casos. Está claro el rechazo, pero hay que avanzar de manera integral. Siempre hay un proceso que las sociedades en general y la Iglesia en particular, lo atraviesan de manera lenta por diferentes motivos: legislativos y culturales, para nombrar dos campos de permanente actualización. Los abusos a menores es un flagelo que nos atraviesa como sociedad y no es potestad de ningún sector en particular. Pero las señales que se están dando como Iglesia son alentadoras. Ahora el Papa realiza un viaje histórico a Irlanda por esta problemática y tiempo atrás aceptó la renuncia de muchos obispos en Chile por haber encubierto o no haber denunciado en tiempo y forma.

 

 

 

 

 

-Le quedó algo pendiente como obispo…

 

 

-Me quedan muchas cosas pendientes como Iglesia, porque si nos proponemos mejorar, siempre tendremos cuestiones pendientes o en desarrollo. La Iglesia vivió en el siglo XX un acontecimiento histórico con el Concilio Vaticano II que se realizó a fines de la década del ´60. Allí se establecieron una serie de lineamientos pastorales muy importantes y pese a que han transcurrido casi medio siglo, todavía están pendientes de consolidarse. Claro que muchos se han profundizado y otros se han ido aplicando, pero todavía hay tarea pendiente. Se trata de líneas renovadoras muy fuertes como un desafío de los tiempos que todavía no han sido asumidas en plenitud.

 

 

 

 

 

-¿Podría dar un ejemplo?

 

 

-Sí. Pero entonces le pregunto qué es para usted la catequesis.

 

 

 

 

 

-Es una formación religiosa destinada especialmente a los niños…

 

 

-En primer lugar, no está destinada a los niños sino a los adultos. Si observamos lo que dice el Directorio de la Catequesis elaborada en tiempos de Juan Pablo II, dice que la forma especial de la catequesis es la catequesis de adultos. Y dice algo más: la catequesis de adultos es el paradigma de cualquier otra catequesis. Entonces está claro que tenemos un desfasaje. ¿Y cuál es esta razón? Porque la catequesis para niños responde a una situación cultural eclesial que hoy no existe más. Es decir, hace siglos atrás se vivía una cultura donde la formación religiosa partía desde el hogar, desde los adultos que les enseñaban a los hijos a rezar… y entonces se tenía en todo caso que acompañar esa formación para la niñez. En la actualidad hace mucho tiempo que eso no existe más. La familia no enseña a rezar, para citar un ejemplo. Y entonces queda más claro por qué la catequesis para adultos es el paradigma de cualquier otra catequesis.

 

 

 

 

 

-Sí, pero si usted convoca a un adulto para ser catequizado, lo más probable es que se quede sin feligresía…

 

 

-Puede ser. Los adultos creen que ya hicieron la catequesis por el solo hecho de haber tomado la Comunión o la Confirmación. Por eso se convoca con otros nombres como Grupos de Reflexión o de estudio de la Biblia… pero es catequesis para adultos con otro nombre.

 

 

 

 

 

Por Nahuel Maciel

 

 

EL ARGENTINO

 

 

 

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