El primer gran problema es entender que “no hay que hablar de suicidios porque genera efecto contagio”. Es como un falso mandamiento que eclipsa la temática. Hay que hablar, pero no de cualquier modo. Hace falta más información, mejor comunicación y, sobre todo, más y mejores herramientas para abordar el tema.
Redacción EL ARGENTINO
Por Luciano Peralta
¿Cómo abordar un tema tan espinoso como el suicidio? Creo que es una buena pregunta para arrancar. Porque, como en tantas otras cuestiones, quienes ocupamos lugares en los medios de comunicación -entendidos desde una perspectiva amplia, la que contempla a cualquier persona que genere sentido de manera más o menos masiva- no hemos sido formados, en la generalidad de los casos, para abordar este problema.
Pero la realidad se impone. Y el título es que un joven se quitó la vida, a dos semanas del suicidio del otro, más grande. Y que un reconocido abogado tomó la misma autodeterminación que había tomado una mujer, en la otra punta de la ciudad, no hace tanto tiempo. La realidad se impone y nos paraliza, porque tenía 14 años, porque era un niño; porque era un gurí buenísimo, porque ya no podremos ayudarlo. Porque no pudo más con tanto dolor y ahora no estará nunca más entre nosotros. O porque estaba mal, pero no pensábamos que era para tanto; o porque no supimos qué hacer y de un día para el otro sucedió.
Entonces, ¿qué hacemos?
Hablamos. Lo primero que hay que hacer es hablar. La única manera de desterrar los mitos que se han consolidado alrededor de esta problemática es hablando, poniendo en la agenda pública el tema. Pero no de cualquier forma, ya que lo que se diga y cómo se diga tendrá efectos, positivos si se comunica bien, o negativos, si se lo hace de mala manera.
La Organización Mundial de la Salud (OMS) informa que por cada suicidio hay más de 20 intentos y se la considera una muerte evitable, por lo tanto, prevenible. Y prevenir no es sólo tarea en casa o en la escuela, el suicidio se previene en los medios, en el club, entre pares, es problema de toda la comunidad.
Los profesionales de la salud coinciden en que hay que hablar. “La mejor manera de prevenir un suicidio es hablar del tema como la cosa más corriente del mundo. No es algo que no sucede, de hecho, es la segunda causa de muerte entre las personas jóvenes”, explicó el psicólogo Leandro Rivera, director del Grupo Limbus, organización especializada en la formación, prevención y atención en salud mental.
“Es un mito que no se tiene que hablar del suicidio, todo lo contrario”, cuestionó, tiempo atrás, el psiquiatra Esteban Romani, al ser consultado al respecto. Y explicó que “cuando una persona llega a intentar suicidarse es porque, justamente, no pudo mediar la palabra y pasa al acto en forma inmediata”.
Existe un material del ex Ministerio de Salud de la Nación que está disponible, y sirve como guía para, justamente, cuestionar los mitos más fuertes que, durante muchos años, han sido construidos en torno a la problemática del suicidio.
Primeramente, “es importante no interpretar necesariamente que quien se autoinflige una lesión o intenta suicidarse es alguien que no desea vivir. Tampoco hay una relación causal ni lineal entre ambas”, indica el material titulado Abordaje de la problemática del suicidio en los medios: claves para una comunicación responsable.
“No toda conducta autolesiva se relaciona con un intento de suicidio. En muchos casos remite a un sufrimiento que es volcado en el cuerpo como un intento de significarlo o de calmar el intenso dolor psíquico que atraviesa la persona. En cuanto a los intentos de suicidio propiamente dichos, muchas veces la persona puede encontrarse en una situación de ambivalencia. Hay un sufrimiento que, sin importar su origen, se vive como intransitable e insostenible. Quienes atraviesan esta situación podrían reformular el sentido de su vivir con el apoyo de personas significativas, la red comunitaria, referentes y/o profesionales intervinientes”.
Segundo: “Quienes tienen ideaciones suicidas o llevan adelante acciones suicidas pudieron haber manifestado en algún momento la intención de acabar con su vida. Las manifestaciones de angustia y los llamados de atención no deben ser naturalizados ni interpretados como actitudes inmaduras, caprichosas o manipuladoras. Deben entenderse, por el contrario, como un mensaje dirigido a un otro sobre un profundo padecer que se espera que escuche. Por lo tanto, se tienen que abordar con la seriedad y sensibilidad que ameritan”.
En tercer lugar, está el que llamé “el primer gran mito”, el que eclipsa al problema todo. “Dialogar sobre el tema de forma respetuosa, serena y sin prejuicios sobre el suicidio puede reducir los riesgos de concreción, ya que permite advertir las señales, alienta a las personas a manifestar sus pensamientos dolorosos, contribuye a encontrar la oportunidad de ayudar a quien está transitando un momento de vulnerabilidad y también a desarrollar estrategias de abordaje preventivo e integral”.
Finalmente, esta guía desarrollada por profesionales de la salud refiere a otro de los lugares comunes a los que la falta de información nos suele llevar: la capacidad o incapacidad de cada persona para sobrellevar la situación. En este sentido, se explica que “la capacidad para resolver problemas puede verse reducida drásticamente por hechos violentos, extremadamente dolorosos, etcétera, sin que eso represente una incapacidad para resolver dificultades en general”. Entonces, “reducir a la simple voluntad y/o capacidad de la persona una situación compleja y multicausal como esta, resulta en interpretaciones fatalistas y estigmatizantes que dejan poco lugar a las acciones comunitarias y preventivas”. Debemos comprender que “las personas no son ni cobardes ni valientes, no son seres románticos que se sacrifican por amor, o que no pueden afrontar, por ejemplo, la pérdida de un trabajo”, sino que son personas, como cualquier otra, que “atraviesan un momento de gran padecimiento psíquico y necesitan intervenciones que les brinden los apoyos necesarios”.
Entonces, quienes no somos profesionales de la salud tenemos herramientas para hacer algo al respecto. Podemos empezar por asumir que es un problema por demás complejo y multicausal, que no hay relaciones directas, ni soluciones facilistas; que no es conveniente subestimar o minimizar las actitudes de quien expresa angustia profunda o nos llama la atención; que no se trata de una cuestión de voluntad o de actitud frente a los problemas de la vida, porque el padecimiento es tan profundo que se lleva puesto todo. Y que, siempre, debemos hablar sobre el tema.