Las altas temperaturas reducen rendimientos y afectan la calidad de los cultivos. La lechuga ya escasea en algunas quintas y se anticipan subas de precios si persiste la ola de calor.
Redacción EL ARGENTINO
La persistencia de temperaturas extremas en Entre Ríos comenzó a impactar con fuerza en la producción hortícola. Con registros que rozan los 39 grados en gran parte del Litoral, productores advierten sobre pérdidas en volumen y calidad de las verduras, una situación que ya genera señales de escasez en algunos productos y presiona sobre los precios al consumidor.
El presidente de la Asociación de Productores Hortícolas de Entre Ríos, Nicolás Bevilacqua, explicó que el sector depende casi exclusivamente del clima y cuenta con escaso margen de maniobra frente a condiciones extremas. La mayoría de las quintas trabajan a cielo abierto y en grandes extensiones, lo que vuelve inviable la incorporación de sistemas de protección como media sombra.
Ante jornadas de calor intenso, el riego permanente aparece como la única herramienta disponible para mitigar daños. Sin embargo, cuando el calor se prolonga y se combina con alta humedad, las pérdidas resultan inevitables. La lechuga es uno de los cultivos más sensibles: el exceso de temperatura quema las hojas internas y el cogollo, lo que obliga a descartar gran parte de la planta.
Esa merma se traduce directamente en una menor oferta. Donde antes se obtenían diez cajones, hoy apenas se logran cinco, una reducción que impacta en los costos y termina reflejándose en los precios finales. A este escenario se suma el efecto de las lluvias intensas seguidas de sol pleno, que agravan el estrés térmico sobre las plantas.
Aunque por ahora el impacto en los valores de venta es incipiente, en las quintas la baja en los volúmenes cosechados ya es visible. De persistir las condiciones actuales, la lechuga será uno de los productos más afectados en el corto plazo. Otros cultivos presentan comportamientos dispares: el limón atraviesa un período de escasez estacional, mientras que el tomate mantiene una oferta abundante durante todo el año, con precios bajos.
Paradójicamente, el verano es la estación más productiva para la horticultura, con ciclos más cortos y crecimiento acelerado. Pero esa ventaja implica también una mayor exposición al clima. Un golpe de calor puede arruinar en pocos días semanas de trabajo. En cultivos como el zapallito, las diferencias entre estaciones son extremas y el rendimiento estival multiplica al invernal.
A este contexto se suma un desafío estructural: la caída del consumo de frutas y verduras. Productores advierten que se perdió el hábito de consumir productos frescos, desplazados por alimentos listos para consumir, congelados o envasados. La combinación de menor poder adquisitivo y cambios culturales profundiza la retracción de la demanda.
Mientras el calor continúa, la horticultura entrerriana enfrenta un doble desafío: producir en condiciones cada vez más extremas y sostener el consumo en un escenario económico y social adverso. El impacto final, como ocurre habitualmente, terminará reflejándose en la góndola, pero comienza mucho antes, en la tierra, bajo un sol cada vez más implacable.