“Las penas son nuestras, las vaquitas son ajenas”, cantaba Atahualpa Yupanqui en los versos de la zamba “El Arriero”. La mejor forma de resumir lo que sucedió en la primera parte de la llamada “Década Infame” de la Argentina, con el pacto Roca-Runciman de 1933 y el posterior crimen en el Senado.
Por Carlos Riera
Ya lo decía el recordado Roberto Fontanarrosa a través del gran Inodoro Pereyra: “La historia lo juzgará. Pero tiene el mejor de los abogados: el olvido”. Y por eso siempre es bueno traer a la memoria hechos que marcaron un momento de la historia, aunque pareciera que en la Argentina no existiera el pasado.
Muchas veces los nombres de las calles parecieran ser sólo eso: nombres de calles que nada tienen que ver con nosotros, pero detrás de esas nomenclaturas hay algo más, se trata de personas de carne y hueso que la historia quizá no los premió con avenidas importantes, sino con arterias periféricas para minimizar lo que sus figuras representaron.
Pero para hablar de un hecho particular de la historia hay que primero trazar un marco de lo que sucedía no sólo en el país, sino en el mundo. Analizar lo general para comprender lo particular, que en este caso se trata del crimen del senador electo por Santa Fe, Enzo Bordabehere, muerto balazos en una sesión en la Cámara de Senadores del Congreso de la Nación, durante la exposición del senador Lisandro De La Torre, cuando ventilaba la corrupción tras el pacto el vicepresidente Julio Argentino Roca (H) y el representante del imperio británico Walter Runciman, y la complicidad de los funcionarios del gobierno de facto del general Agustín Pedro Justo.
La crisis del 30
El 24 de octubre de 1929 Estados Unidos amaneció con el derrumbe del mercado de valores, que arrastró a miles de inversores. Muchos perdieron sus grandes fortunas y los dólares que los capitalistas tenían, se evaporaron. Esto no sólo afectó a Estados Unidos, sino que trajo réplicas en todo el mundo.
Por aquellos años, Inglaterra era el principal socio comercial de la Argentina, y como ocurre siempre, los países centrales hacen sus negocios y los que la terminan pagando son los países periféricos.
Inglaterra era el principal comprador de carnes de la Argentina y a causa de esta crisis bajó de golpe un 40 por ciento el valor de nuestras exportaciones. Esto llevó a que gran parte de los productores del campo, medianos y pequeños, se fundieran. Por lo tanto, hubo una crisis tremenda en el campo y el país se quedó divisas para importar.
En ese momento, Argentina era un país que producía muy poco, que tenía una industria muy endeble y a consecuencia de lo que sucedía en el campo, se originó una expulsión de la mano de obra rural a las ciudades. Pero esto trajo aparejado la aparición de nuevas fuentes de trabajo en una industria que se abría para sustituir las importaciones. Se empezaba a fabricar localmente lo que antes se importaba.
Lo que ocurrió es que esos nuevos puestos de trabajo no alcanzaban para satisfacer los números de desocupación. La crisis era muy grande y el hambre de la gente también, y las clases dominantes tuvieron la excusa perfecta para volcar esa animosidad social en la figura del presidente Hipólito Yrigoyen. Fue así que el 6 de septiembre de 1930, los generales José Félix Uriburu y Agustín Pedro Justo lideraron el golpe de Estado que interrumpió por primera vez en nuestra historia el orden democrático y dio inicio a la llamada "Década Infame".
Uriburu, premiado con una importante calle de Buenos Aires y otras tantas en distintos puntos del país, no hizo nada diferente a lo que sus predecesores iban a hacer a lo largo de los reiterados golpes de Estado que sufrirá la Argentina más adelante. Prohibió partidos políticos, suspendió elecciones e implementó ley marcial y censura. Buscaba un orden corporativista y autoritario, influenciado por el fascismo creciente en Italia y Alemania. Intentó reformar la Constitución con la intención de quedarse en el poder, pero fracasa ante un descontento popular y como figura de recambio aparece Agustín P. Justo, su coequiper en el golpe, que gana en unas elecciones completamente fraudulentas en 1932, que la historia lo conoció como “fraude patriótico” porque se proscribió a la Unión Cívica Radical. Uriburu abandonó el país, se exilió en Europa y murió poco después.
La visita a Gualeguaychú
Agustín P. Justo asumió la presidencia en 1932 y se mantuvo en el poder hasta 1938. Nacido en Concepción del Uruguay en 1876, este militar e ingeniero tuvo un vínculo muy especial con Gualeguaychú. Visitó la ciudad el 29 de mayo de 1937 y se convirtió en el tercer presidente en hacerlo, detrás de Urquiza y Avellaneda. Lo hizo en el yate presidencial "Tecuara", llegando al renovado puerto de Gualeguaychú y fue en el marco de la inauguración de importantes obras, entre las que se destacaba la flamante costanera, la Avenida Del Valle, y el Asilo de Ancianos en lo que actualmente es el Instituto Agrotécnico; entre otras obras que había traído el diputado nacional Juan Francisco Morrogh Bernard.
“Nadie olvidaría por ejemplo, el vuelo de la escuadrilla de dieciocho aviones en el momento en que el Presidente pisaba Gualeguaychú”, escribió el periodista Fabián Magnotta el 5 de noviembre de 1995 en Cuadernos de Gualeguaychú de diario EL ARGENTINO.
Justo, Roca y la Commonwealth
Al flamante presidente Justo lo acompañó en la fórmula Julio Argentino Roca, el hijo del conquistador del desierto; y fue en ese contexto de crisis mundial que Gran Bretaña decide comprarles exclusivamente a sus colonias, conocidas como la Commonwealth, la comunidad británica de naciones.
Esta decisión dejaba afuera a la Argentina como proveedor de carne y demás derivados del sector agrícola ganadero, y originó que los terratenientes argentinos entraran en pánico. Enviaron a Londres una misión encabezada por el vicepresidente Roca, que fiel a su estirpe familiar, brindó un discurso en la Cámara de Comercio Argentino-Británica, donde dijo sin temor a cipayismo, que la Argentina merecía ser parte del imperio británico.
Roca trata por todos los medios que la Argentina se incorpore a la Commonwealth, pero a Inglaterra no le interesaba y se aprovechó de la desesperación criolla. En todo caso, le dicen a Roca que están dispuestos a hacer un pacto comercial, y así se firma el 1 de mayo de 1933 el Pacto Roca-Runciman. El vicepresidente argentino y el ministro de Comercio británico, Sir Walter Runciman, firman un acuerdo verdaderamente vergonzoso que Arturo Jauretche lo define como “el acta del coloniaje”.
Inglaterra solamente se compromete a comprar carne argentina en la medida que sea más barata que la de Australia, Nueva Zelanda y Canadá. Incluso, decía el propio pacto, que si salido del puerto el embarque de carne argentina, Gran Bretaña se enteraba que había una carne más barata en otro lado, podía suspender la compra. Hasta ese punto de humillación llegaba el acuerdo.
A cambio, Argentina se compromete a dejar entrar a las empresas británicas sin pagar ningún derecho, y nuestro país acepta la imposición anglosajona que solo podrá establecer frigoríficos nacionales si no tenían fines de lucro. Parece un chiste, pero no lo era. Inglaterra le imponía al país que no podía instalar frigoríficos propios y fue así que creció enormemente el poder de los frigoríficos británicos, como por ejemplo, el famoso Anglo en la Isla Maciel, en Avellaneda, que había sido inaugurado en 1927, que tenía su similar en Fray Bentos, del otro lado del río Uruguay.
Asesinato en el Senado
En 1984, el director Juan José Jusid estrenó su película “Asesinato en el Senado de la Nación”, con la actuación de grandes actores como Pepe Soriano, Miguel Ángel Solá, Oscar Martínez, entre un largo elenco. No era una ficción, sino que estaba basado en los hechos que sucedieron 23 de julio de 1935. Esa tarde, mataron de tres balazos al senador nacional Enzo Bordabehere.
Pero esos disparos de arma de fuego no estaban dirigidos a este legislador electo que todavía no había asumido, sino que tenían como blanco a otro senador, que la historia poco rescata y que fue conocido como “el fiscal de la República”.
Lisandro De La Torre era Senador Nacional por Santa Fe del Partido Demócrata Progresista. Había llegado a un Congreso Nacional que se caracterizaba por la corrupción. Justo había llegado al poder de forma fraudulenta y de ahí para abajo todo estaba teñido de corrupción.
El Pacto Roca-Runciman fue el principio de una serie de entrega de soberanía a los británicos que De La Torre se encargó de denunciar dentro del recinto de la Cámara Alta. Durante cinco sesiones hizo público, de forma muy solitaria, los escandalosos negociados y la implicancia directa del Presidente Justo y dos de sus ministros, el de Agricultura y el de Hacienda, Luis Duhau y Federico Pinedo, respectivamente. Este último es el abuelo del Federico Pinedo del Pro, que casualmente ejerció el cargo de Presidente provisional del Senado de la Nación desde el 3 de diciembre de 2015 hasta el 10 de diciembre de 2019.
De La Torre presentó pruebas contundentes. Descubrió la facturación real que se enviaba a tierras británicas, escondida en cajas bajo el rótulo de corned beef, en un barco británico. Se llevaban las pruebas de la evasión fiscal y fraude, al calor del Pacto Roca-Runciman.
Esa tarde del 23 de julio de 1935, De la Torre va a denunciar esto en el Senado de la Nación, pero a medida que revela todo el entramado de corrupción, la situación comienza a calentarse y Duhau y Pinedo lo amenazan de muerte, pero este político socialista de 66 años, lejos de amedrentarse continuó.
Duhau, impunemente, contesta a la audiencia: “ya pagará todo este señor Senador, punto por punto, ya pagará bien caro todas las afirmaciones que ha hecho”. De la Torre estaba completamente solo en el Senado y esperaba por la asunción de Enzo Bordabehere, otro santafesino que quería como a un hijo, que había sido electo Senador pero que Roca, como presidente de la Cámara, no aprobaba los pliegos para que asumiera y acompañara a De La Torre en la bancada demócrata progresista.
Bordabehere estaba esa tarde con la esperanza de que al terminar los temas de la sesión se pudiera tratar su pliego para finalmente asumir el cargo y acompañar a su mentor y maestro. Las discusiones eran cada vez más encendidas y las amenazas más impunes. Duhau era un estanciero bonaerense, vinculado a la Sociedad Rural. De la Torre reveló que Duhau se beneficiaba vendiendo ganado de su propiedad a los frigoríficos investigados.
A Pinedo le achacaba su papel como responsable técnico del tratado Roca-Runciman. Pero fue durante una discusión con este Ministro que todo sucedió. Fue insultado por Pinedo y De La Torre se paró de su banca y se dirigió hacia donde estaba Pinedo, pero al llegar, Duhau se interpuso y le dio un empujón. De la Torre cayó al piso.
“Bordabehere corrió en su auxilio, pero fue en ese instante que resonaron tres estampidos y, luego, otro. Pocos se dieron cuenta de que era Valdez Cora quien disparaba. Y que Bordabehere, al cubrir a De la Torre, se desplomaba en medio de un estallido de sangre. Tenía dos tiros en la espalda y, al girar el cuerpo hacia el hombre que gatillaba, recibió otro en el tórax. El cuarto disparo lo hirió a Duhau en la mano izquierda”, escribió el periodista Ricardo Ragendorfer en una nota publicada en Télam años atrás.
El comisario Valdez Cora
El sicario se había equivocado de blanco. El muerto debía ser De La Torre. Había sido otra “cagada” que se mandaba el ex comisario Ramón Valdez Cora. Este hombre de 42 años era el encargado del trabajo sucio del Partido Conservador y por haber apoyado el derrocamiento de Hipólito Yrigoyen, lo premiaron con el cargo de comisario de la Policía de Buenos Aires.
Pero no duró mucho. Se mandó varias macanas que imposibilitaron a sus padrinos a poder mantenerlo a la luz pública. Su carrera policíaca estuvo signada por apremios ilegales, abuso de poder y cobro de coimas, entre otras cositas.
Ese 23 de julio, Valdez Cora se encontraba en el Senado y no dudó en sacar su arma y disparar. Luego, salió corriendo del recinto, pero no alcanzó a abandonar el Congreso que fue detenido. Fue condenado a 20 años de prisión, y recuperó la libertad en 1953. Su muerte se produjo al año y medio, sin que nunca fueran identificados sus cómplices e instigadores.
Bordabehere fue despedido en Santa Fe ante miles y miles de personas. De La Torre quedó destruido y nunca se pudo recuperar. El General Justo ni siquiera decretó duelo por el asesinato de Bordabehere y esa misma noche del crimen asistió a una gala en el Teatro Colón. De La Torre declararía horas después del crimen: “Se conoce el nombre del matador, falta conocer el nombre del asesino”.
El duelo y la muerte
Pinedo, sin esperar que pasara un tiempo prudencial, retó a duelo a De La Torre ese mismo día del homicidio, “con motivo de las expresiones lujuriosas vertidas por el senador Lisandro de La Torre”, argumentó el diario El Censor de Gualeguaychú en aquella edición del 25 de Julio. “El lance se realizó esta mañana en Campo de Mayo, cambiándose los duelistas un disparo de pistola de acuerdo a los establecido por los respectivos padrinos, sin resultado”, se informó.
En el duelo, De La Torre disparó al aire, mientras que Pinedo tiró a matar, pero gracias a la mala puntería, la vida del Senador siguió unos años más, pero ya no era el mismo. Poco a poco se fue retirando de la vida política. Escribió sus memorias. El 5 de enero de 1937 renunció a su banca, cansado y abrumado por el silencio de la mayoría de la clase política, y dos años después se pegó un tiro en el corazón en su domicilio de Esmeralda 22, en la ciudad de Buenos Aires.
Un dato anecdótico: uno de los padrinos de Pinedo en el duelo fue Robustiano Patrón Costa, un político conservador salteño, que trascendió en la historia argentina por una frase que diría años más tarde con la llegada del peronismo. "Lo que yo nunca le voy a perdonar a Perón es que durante su gobierno, el negrito que venía a pelear por su salario se atrevía a mirarnos a los ojos. ¡Ya no pedía. Discutía!".
Fuentes: Educ.ar - El pacto Roca Runciman y el comercio de carnes
Felipe Pigna – El Historiador
Adrián Pignatelli – Infobae
Crisis económica del 29 – La Izquierda Diario
Gualepedia – Cuadernos de Gualeguaychú
Hemeroteca Instituto Magnasco – Diario El Censor
Ricardo Ragendorfer – Télam – Prensa Red