
Hoy, justo hoy, Elvira Cepeda de Bugnone abrirá los ojos y sentirá ese jazmín matinal y ese beso ahora eterno que don Enrique siempre acercaba para despertarla.

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Hoy, justo hoy, Elvira cumple cien años. En esa casa, Elvira es la “Bua”, como la llaman familiarmente a raíz de ese lenguaje que inventan los gurises para decir “abuela”.
Nacida el 10 de marzo de 1914, a un siglo de esa fecha, es fácil reconocerla: es la ingeniosa hidalga que ha hecho del humor un acto de ternura… y de la ternura el espíritu que mejor la representa.
Alguna vez confío a este cronista que “el humor bien hecho sana”. Pero el humor sano hace algo más… espanta dolores y tristezas y fundamentalmente prolonga la vida. Sin ese humor sería insoportable muchas de las vicisitudes de lo cotidiano. Ella lo sabe mejor que cualquiera.
Con Enrique Bugnone se casó el 21 de mayo de 1942. En los siguientes diez años tuvieron siete hijos. Ellos también son parte de la historia de este siglo de vida. Ellos son: Ana María, casada con Alberto Farfán. Susana, casada con Jorge Simón. Enrique, casado con Marta Pardo. Estela, casada con Guillermo Almeida. Marta, casada con Jorge Ayastuy (ambos detenidos-desaparecidos en diciembre de 1977). Esteban “Tabita”, casado con Adriana Grané y María Elena, casada con Jorge Bonafini (ambos también detenidos desaparecidos en 1977 y 1978).
Del fruto de esa prolongación que son los hijos, nacieron veinte nietos, de los cuales dos están fallecidos. Y los nietos le han dado 21 bisnietos.
Pero eso es un esquema, porque la familia que acunó Elvira es mucho más grande. Ahí están los Amigos del Arte, allá los que se atrevieron a la aventura poética del teatro y también las chicas que concurrían al Salón de Madame Elvira para hablar en francés. Y si esto no alcanzara, ahí también están las Magnascas para dar testimonio o ese otro portento de cultura que es la Biblioteca Sarmiento. Y si así y todo, aún hay alguien insatisfecho, ahí están cada uno de sus retratos rimados con ese humor que nunca ofendió a nadie y a todos les dibujó una sonrisa en el alma.
Hoy cumple cien años y el pueblo está de fiesta.
Su arte la equipara con un Fray Mocho hecho mujer. Porque es un arte el saber decir verdades pero de manera benevolente y de manera simultánea destacar costumbres y hábitos de un pueblo llamado Gualeguaychú que siempre se presenta como un mundo nuevo ante propios y extraños.
Quien alguna vez intercambió palabras con Elvira, sabrá que ella habla como un torbellino, pero siempre sus palabras serán una brisa para el alma.
Ella es una mujer aferrada a la vida, sabiendo que hay dolores que nunca se irán… y enseñando que nada crece si alguien se queda enredado en la pena. No se trata de negar como lo hace el olvido. Todo lo contrario, se trata de ser memoria para avanzar hacia un nuevo amanecer.
EL ARGENTINO se reunió el jueves por la noche con sus hijos y nietos, en una tertulia en casa de Tabita para comenzar a escribir esto mismo que se está leyendo. También se dialogó con algunas de sus muchas amigas. Propios y extraños la homenajean todos los días, destacando su sensibilidad y su gran coraje. Amar y admirar son dos palabras que no necesitan ser buscadas para describir cada una de las anécdotas, historias, chistes que la tienen como protagonista. Y en ese relato siempre están los dos: Elvira y Enrique, los pilares de una familia que sabe que la libertad es la vida misma.
Cuando la noche más larga atemorizó a los argentinos, ella sufrió el peor desgarro: dos de sus hijas con sus respectivos maridos fueron secuestradas y desaparecidas por la dictadura cívico militar. “Fue y es, como cualquiera puede imaginar, una cuestión dolorosa”, dirá para concluir: “Pienso siempre que gracias a mi actividad cultural, a mis deseos de seguir trabajando con Amigos del Arte, me ayudó a superar ese golpe tan fuerte. Además, tengo nietos y bisnietos. Cuando los Bugnone nos reunimos somos más de cincuenta. Es una dicha tener una familia grande”.
El salón de Madame Elvira
Noemí “Mimí” Guastavino, Graciela Lahourcade, Ivonne Poupeau, María Eungenia Tack, Lucy Madera concurrían al salón de Madame Elvira.
Ellas dan testimonio y escribieron lo siguiente para este artículo: “Su amor a la cultura y la lengua francesa fue lo que nos convocó a reunirnos en aquellos inolvidables encuentros donde leíamos y comentábamos autores en ese idioma”.
“Nos conocimos a través de la Alianza Francesa, donde Elvira integraba también la Comisión Directiva. Trabajadora incansable de la cultura, con su humor sutil e inteligente, manejaba perfectamente la lengua de Molière, quedando en la institución sus trabajos de pequeñas obras de teatro, poesías y comentarios literarios”.
“Estos cien años de la querida Elvira nos hicieron revivir, a la manera de Proust (el Salón de Madame Odette) esa enriquecedora vivencia que compartimos con ella en su ´Salón´. Por eso nuestro cariño en un fuerte abrazo”.
El arte
Si algo caracteriza a Elvira es su humor. Pero cuidado, nunca hizo nada vulgar u ofensivo. Eso no tiene nada que ver con su espíritu. Ella dice que es un humor “chacotón”, inocente, el de reírse junto a los demás. Esos retratos están a buen resguardo.
Cuando el Instituto Magnasco cumplió su centenario, editaron sus poesías. “Herir no es un acto de mi naturaleza. Utilizo la poesía humorística procurando siempre tener un mayor enlace afectivo con las personas. Esos retratos me acercan al otro, no me alejan”, dice por si hace falta. Y ahí están sus retratados para dar testimonio de ello.
No todo es poesía “chacotona”. Sus hijos y nietos cuentan innumerables anécdotas vinculadas al teatro. Y decir teatro con Elvira es traerlo siempre a don Enrique. “En realidad el arte, la cultura, el cultivarse, ayudan a acariciar el alma”, enseñó alguna vez en una nota que concedió a EL ARGENTINO.
Amigos del Arte fue fundada por ellos dos. Y la ciudad como pocas veces tuvo acceso al teatro e incluso casi como un milagro hicieron de vecinos grandes artistas.
Poesía, teatro. Pero hay más. Elvira es una implacable lectora. “La lectura es una de las pocas cosas que se puede hacer a mi edad y con placer”, dice con seriedad.
En el teatro ejercía el rol de apuntadora. No fue actriz, sino apuntadora justamente para que otros acariciaran los aplausos. Generosa sin cansancio.
Hay que imaginarla a Elvira, a esa “Bua” corriendo muebles de su casa para ensayar, atendiendo la vida cotidiana de los hijos, tener tiempo siempre para los demás… y como si nada alcanzara fundar instituciones, participar en otras; y tener siempre una sonrisa a mano para quitarle dramatismo a las cosas. Elvira es experta en derrotar tristezas y amarguras y una entrenada mujer que sabe prodigar dulzura.
Lo cotidiano
Es difícil describir lo cotidiano en un ser que ha trascendido tanto. Los recuerdos de los hijos vienen en auxilio. “La imagen de la mañana que tenemos es a la Bua y al Tata (por Elvira y Enrique) compartiendo el mate y la lectura de EL ARGENTINO”, dice una de sus hijas y otra agrega: “No sólo leyendo, sino comentando y discutiendo las noticias”. Y luego aparecen docenas de relatos de cómo ese desayuno se transformaba en una clase a cielo abierto para conocer de geografía, de ciencias naturales, de historia, de religión, de filosofía... en fin, una lectura que abría nuevos horizontes para los ocasionales oyentes.
No importa las rabietas porque a don Enrique se le ocurría tirar un día una pared o al siguiente cambiar una puerta. Él siempre estaba haciendo algo. Era un ser laborioso. Ejerció la profesión de oculista y los pacientes se sentaban en un banco de plaza puesto especialmente en la vereda porque la sala de espera del consultorio quedaba siempre chica. Eso sí, nadie se iba sin ser atendido. Y así y todo, siempre tuvo tiempo para trabajar en la cultura, pensar en su semejante… y llevarle todas las mañanas un jazmín y un beso a su amada.
Otras imágenes ubican a don Enrique como la persona de la razón en la familia y a Elvira la del espíritu. Razón y espíritu, al igual que amar y admirar, son inevitables en esta reconstrucción de los cien años de la mujer que abraza la libertad para amar todo lo que toca.
Una isla que es un continente
“Se acuerdan en la isla (por la isla Libertad, su primer hogar), al Tata arreglando un banco o una silla y ella al lado, haciendo el crucigrama de Clarín”, dice de repente uno de los hijos para dar cuenta que no importaba lo que el otro estaba haciendo, siempre ellos estaban juntos. “Amarse así, juntos y sin pegotearse”, dice una de las nietas trayendo al presente un modelo deseado.
Si al hablar de los cien años hay que referenciar las coordenadas del tiempo, en el caso de Elvira esa coordenada debe sumar necesariamente las del espacio.
No hay error alguno si se sostiene que la isla Libertad es el lugar en el mundo de Elvira y por extensión de la familia Bugnone. Desde 1947 hasta hace muy poquitos años, los veranos se vivían en ese territorio tan íntimo como es una isla, pero que en el caso de ellos se transforma en un continente.
Decir isla Libertad es recordarle a Elvira que fue su primer terreno que compraron, pero también la primera casa, el primer hogar que anidaron con Enrique. No es casual que hoy los hijos hayan construido sus casas una al lado de la otra, en ese paraíso familiar que también sigue siendo una tierra prometida.
Hay que remitirse a esos veranos. Una mudanza completa en canoa. Cocina, heladera, colchones, sábanas, frazadas, cacharros de cocina, ropa, la organización de los hijos para estar tres meses acariciados por las aguas del río. “Te acordás cuando se cayó la heladera al agua”, “y los juegos infantiles que nos inventaba”, “y se acuerdan que hasta nos escribía obras de teatro para que nos divirtiéramos”… los recuerdos de hijos y de nietos afloran a cada instante. Es cuestión de escuchar y tomar nota. Los Bugnone se atragantan con un nudo en la garganta en cada historia, se miran, se admiran, se reconocen en cada recuerdo, se aman, se diferencian y se vuelven a abrazar hasta que sonríen incluso con lágrimas.
Don Enrique falleció en 2010. Fue una época donde los Bugnone también temieron por su “Bua”. Sin embargo, Elvira les enseña que siempre hay que aferrarse a la vida.
Hoy, como ha sido cada día, Elvira se despertará rodeada de amores. Hoy es un día de fiesta y ella lo sabe desde antes. Si hasta organizó los horarios de las visitas. Cuando la noche convoque a la hora del dulce misterio y la intimidad, sus hijos llegarán al hogar paterno y alrededor de una guitarra le cantarán para cumplir su deseo: Elvira no quiere otro regalo, porque esta ingeniosa hidalga le sigue cantando a la vida.
Por Nahuel Maciel
EL ARGENTINO
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