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Maná invernal

Miércoles, 19 de Abril de 2023, 1:25

Redacción EL ARGENTINO

Durante el invierno de 1982, el comercio de Gualeguaychú, afectado por una dura crisis, se vio de pronto fuertemente reanimado con la llegada masiva de los clientes uruguayos quienes, por la diferencia de cambio entre la moneda de ambos países, se veían favorecidos cuando compraban aquí.

 

Maná invernal

 

La crisis ya se sentía

y el comercio la sufría.

La caja estaba pelada,

ya nadie compraba nada

y el infeliz comerciante,

con voz casi agonizante,

en sus vacíos locales,

comentaba así sus males:

“Yo de esta me desbarranco

y a mi me hace bolsa el Banco!”

En este clima tan magro

de pronto surgió el milagro...

Cayó del Cielo otra vez

Aquel Mana de Moisés!

¡Ya no hay que tirar la toalla,

llego la gente uruguaya!

Llegaron de aquella costa

como benditas langostas

que todo lo devoraban,

¡pero el oro aquí dejaban!

En los labios la sonrisa,

compraban todo y a prisa.

En sus cajas y bolsones

se llevaban las “championes”,

 

se llevaban con deleite,

litros y litros de aceite,

vino, postres, camisones

y ¡que piernas de jamones!

Los comerciantes, eufóricos

por ese ascenso meteórico,

vendían a troche y moche,

de día, al alba, de noche ...

Ya no existían horarios

ni feriados ordinarios,

trabajaban sin respingos

los sábados y domingos.

Y el día de San Martín,

desoyendo aquel clarín,

en vez de cerrar la casa

para cantar en la plaza

la Marcha de San Lorenzo,

como era justo -yo pienso-,

vendían igual botines,

bombachas y calcetines.

¡Menos mal que no vio nada

Nuestro Santo de la Espada!

Y si el pueblo se quejaba

de que todo se ensuciaba,

de que con este entrevero

la ciudad era un chiquero,

nuestro Centro Comercial

 

-siempre fiel al oriental-

Decía: “Los desperdicios

 

¿que son frente al beneficio?

¿Que importa que en los jardines

nos dejen sus calcetines?

¿Que importa que en las cunetas

abandonen sus chancletas

 

o colgando de un pestillo

nos dejen sus calzoncillos?

Tal vez es el gesto tierno

de nuestro cliente fraterno

que a punto ya de partir

nos deja su souvenir.

Tanto las ventas crecían

que cada día se abrían

aquí cientos de locales,

y en lugares no habituales

se habilitaban pasillos,

porches, sótanos y altillos;

se habilitaban zaguanes;

se habilitaban garages;

se habilitaba la calle...

Uno iba por la acera

atropellando camperas,

en cualquier hueco o rendija

aparecían cobijas,

en ventanas y balcones

flameaban finos calzones

y en la reja más hermosa

trepaban las musculosas.

En el afán de extenderse

-raros casos pudo verse-,

hubo quien habilitó

en su casa el water-clo

(total, las necesidades

se hacen en las vecindades);

En el hueco del bidé

puso tarros de café

y repleto la bañera

con las famosas “trincheras”.

Y echando la ducha encima

 

probo al cliente, en forma fina,

que las camperas inflables

¡eran también impermeables!

Ya no había caras serias:

¡la ciudad era una feria!

Los comerciantes, que antes

andaban agonizantes,

bailaban en una pata

y para invertir la plata

compraban campos, mansiones,

lanchas, novillos, aviones...

Muchos cambiaban sus autos

y alguno de ellos, más cautos,

en un turismo invernal,

allá en la Banda Oriental

jugosas cuentas abrían

y palos verdes metían.

¡Se había hallado un tesoro,

Se estaba en la Edad de Oro!

 

Pero un día muy funesto

salió ese maldito impuesto

y en menos que canta un gallo,

¡se acabó el show uruguayo!

Y el comerciante de acá

¡adiós le dijo al mana!

En esta actual situación

hay quizá una solución

para que retorne el goce

y es pasar por Canal Doce

una súplica doliente,

¡conmovedora!, ¡elocuente!...

que de esta manera diga:

 

¡Oh, noble estirpe de Artigas,

hermano que estás ausente,

vuelve a cruzar ese puente,

vuelve aquí con tus bolsones

que te esperan tus championes.

Tu qué nos mostraste amor

comprando a más y mejor

-y así por tu amor fraterno

pasamos bien el invierno-

¡no alargues más nuestra espera

y ahora que es primavera,

uruguaya golondrina,

vuelve a la tierra argentina!

 

ELVIRA CEPEDA

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