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(*) Por Jorge Pedro Jurado
(Colaboración)
En esta semana queremos recordar los orígenes de una vieja familia de nuestra ciudad. Nos estamos refiriendo al matrimonio conformado por don Tufic Marpez y doña Mariana Yoz.
Según los relatos de la época, nuestra ciudad de Gualeguaychú allá por principios de 1900 era una pequeña villa, de pocos pobladores. Las calles eran de tierra y muy pocas eran adoquinadas y el pueblo fue creciendo con el paso del tiempo y muchos inmigrantes llegaron para afincarse y poblarla. Inmigrantes que llegaron de muchos lugares especialmente de la vieja Europa.
Prácticamente la mayoría de ellos escapando de la hambruna y de las guerras que asolaban por esos tiempos al Viejo Continente y también al Oriente medio y que encontraron en esta parte de América del Sur un lugar que los acogiera, que los recibiera y a pesar de las dificultades del idioma, no en el caso de los españoles pero sí en el resto y a pesar de ello todos pudieron hacerse entender en este contexto que amigablemente los recibió, y con mucho cariño y creemos sin ánimo discriminatorio los llamó turcos aunque fuesen árabes o de religiones similares, los llamó rusos aunque fueran de la ex Unión Soviética o israelitas, los llamó tanos entre otros. Nuestra inocente ignorancia nos hacía llamarlos así.
Don Tufic Marpez llegó a nuestra tierra proveniente de la zona sirio libanesa y se estableció en Gualeguaychú para echar raíces y vivir a su manera, según su cultura, teniendo como norte la crianza de sus hijos con el gran sacrificio de haber dejado su país para emprender en nuestras tierras un trabajo honrado y responsable.
El objetivo principal de esta historia que deseamos destacar y agradecer a Héctor Ramón Marpez (Coco para los más conocidos) es rescatar algo olvidado con el correr de los años y es un documento que fuera producido por doña Cecilia Marpez , hija de don Tufic y recreado por una sobrina de doña Cecilia cuyo sobrenombre es Coca. Este documento obtuvo una mención especial en un concurso de Historias Barriales organizado allá hace tiempo y creíamos interesante volver a hacerlo público. Decíamos al comienzo de esta nota que en el año 1910 don Tufic y Mariana vinieron a Argentina trayendo en brazos a su primera hija Emilia de sólo unos meses de vida escapando de la situación angustiante que se vivía en el Líbano (Medio oriente) y era inminente la declaración de la primer Guerra Mundial y el matrimonio se embarcó en uno de los tantos vapores que venían para la América del Sur acompañados de su tío Benito Marpez, quien ya se hallaba establecido por la zona. Primero llegaron a la República Oriental del Uruguay y en el recordado vapor de la carrera arribaron a nuestra ciudad. Durante los primeros tiempos se establecieron en la casa del tío hasta que pudieron juntar unos pesitos y alquilaron una humilde casa.
Recuerda este escrito rescatado en un viejo cajón, que don Tufic tenía el oficio de carpintero fino pero claro eso no le servía para subsistir por lo que debió buscar trabajo y consiguió un empleo de cajero en un restaurante y bar pero la paga era algo escasa y no alcanzaba para “parar la olla”.
Intentó infructuosamente regresar al Uruguay pero el destino quiso que volviera para estos pagos y así otro paisano don Julián Jaliffe le dio trabajo en su tienda ubicada en la intersección de las calles Urquiza y España.
Tiempo después la esposa de don Julián - que utilizaba su tiempo vendiendo ropa en la zona de Pueblo Nuevo- llevando un atado sobre el hombro con las prendas y telas que ofrecía, invitó a hacer lo mismo a Mariana esposa de Tufic y ambas con el atado al hombro recorrían la zona tratando de vender o hacer un trueque con productos que les sirvieran para su hogar.
Así doña Mariana aprendió a ganar el peso diario con mucho sacrificio y ayudar a Tufic. Eran tiempos difíciles y balbuceando el idioma castellano se hacían entender cómo podían. Con el tiempo fueron naciendo los otros hijos y la familia quedó conformada con seis hijos, cuatro mujeres y dos varones: Emilia qué vino en brazos con sus padres, Delia, Alberto, Héctor, Cecilia y Angélica. Pero fue necesario emprender algo que redituara más dinero ya que eran demasiados hijos para mantener y la situación no era de las mejores por lo que gracias al ingenio y la astucia de don Tufic hizo que comenzara a pensar en la posibilidad de fabricar helados caseros.
Faltaban los elementos pero de a poco los construyó cómo pudo. Una tinaja de madera y un tachón de hojalata que entrara en el interior de la tinaja con espacio suficiente para colocar hielo a su alrededor. A su vez al tachón le adosó una manivela para hacerlo girar y mezclar con huevos batidos, azúcar, leche, vainilla y chuño que es una especie de maizena.
Doña Mariana fabricaba la crema que luego colocaba dentro del tacho en tanto su esposo lo hacía girar mediante la manija hasta que se obtuviera el helado por la acción del movimiento y del hielo que rodeaba al tacho. Todo muy casero y seguramente hoy en día los llamarían helados artesanales.
Pero claro había que vender esta producción fue entonces qué don Tufic fabricó un carro de un eje con dos gomas de auto que era tirado por un caballo y sobre el carro colocaba la tinaja con hielo y el tacho con el helado.
El ingenioso Tufic además hacía sonar una corneta avisando al vecindario que pasaba el heladero. Así el negocio se amplió y luego comenzó a fabricar helados de crema de vainilla, chocolate y otros sabores que llevaba en distintos envases. También agregó a la venta callejera maní tostado y una especie de turrón que el mismo fabricaba. Los hijos estaban más grandecitos y ayudaban en todo momento con este trabajo y así fue que pudieron adquirir la casa ubicada en la calle Aguado 175 entre Bolívar y Andrade y allí vivieron todos y todos pudieron concurrir a la escuela según reza el escrito recordatorio que llegó a manos de El Censor que muchos – los más mayores- seguramente recordarán y al leerla dirán yo también le compraba helados al Turco Tufic.
Cuentan los que lo conocieron que el desarraigo que sintieron fue muy fuerte pero no obstante conservaron las costumbres de su tierra natal y nunca pudieron dominar perfectamente el idioma pero siempre se hicieron entender en su media lengua y se integraron con trabajo, dedicación y orgullo.
En esta querida ciudad de Gualeguaychú además de los hijos dejaron para la posteridad nietos y bisnietos que conformaron la comunidad de nuestro pueblo que como de otras tierras de muchas partes de Europa y de oriente, llenaron de inmigrantes nuestra patria y que hoy recordamos con muchísimo afecto.
En foco
Agradecemos a la familia Marpez por dar a conocer esta maravillosa historia de vida,de sacrificio, de honrado trabajo, de alguien que viniendo de lejanas tierras pudo encontrar en nuestros pagos un lar donde formar una familia y dejar tantas excelentes personas y ciudadanos que son orgullo de nuestra comunidad. Gracias, muchas gracias.
(*) El autor de este artículo es abogado, periodista, escritor de varios libros: “Poesías desde el alma”, “Don Pedro”, “Mi río, mis poesías, mis recuerdos”. También conductor del programa de radio “Tres por Semana “en la FM 91.3 de la Ciudad de Buenos Aires y Director de El Censor Online, periódico que se publica todos los domingos en el grupo de Facebook denominado “ El Censor Online”.
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