
El retazo bien puede ser entendido como el fragmento de un razonamiento o discurso. Este retazo está realizado con extractos de obras tomadas casi al azar, buscando más las palabras que los autores.
Por 4
La cita es una llamada, una intimación en el sentido de exhortación. La cita es una convocatoria en el sentido de invitación. Retazos y citas siempre están vinculados con la lectura.
Está claro que Gualeguaychú es la ciudad primera del departamento. Es ciudad de la administración y la Justicia. Es la ciudad que supo ostentar un puerto en ese río que se empecina con su destino de mar. En las cartas antiguas figura como Villa San José de Gualeguaychú. Y en las esquinas de las almas y del corazón, se la nombra también como Ciudad de los Poetas.
Es que todos aquí escriben en castellano. Lo hacen no porque haya 450 millones de potenciales lectores que no necesitan de un traductor, sino porque esa es su cultura, su lengua, su patio hogareño, su lugar desde donde las ideas y los sentimientos nacen, crecen, se desarrollan y mueren… para volver a nacer.
Se escribe por necesidad, porque el silencio pide salir de su cascarón. Se escribe porque el silencio ya no se soporta.
Desde la antigüedad clásica se viene diciendo que todo está casi escrito ya. Sin embargo, desde siempre aparecen nuevos relatos, narraciones, besos convertidos en versos… escritos que surgen casi como un reflejo de eternidad.
Tomando extractos de obras al azar, tan sólo de algunos (sin criterio de selección) se puede describir algo de esa alma que es también paisaje, sentimiento, miradas… Gualeguaychú... Ciudad de Poetas.
En esos retazos están todos, porque retazo a retazo también se hace el abrigo necesario para seguir leyendo.
Dice don Enrique Ángel Piaggio: “Cuando alguien, en un momento determinado de su vida es conducido por una fuerza desconocida desde los umbrales de su mente hasta la luz de las revelaciones, comienza a comprender cosas que le resultaban oscuras o que simplemente ignoraba pero que no obstante existían, bajo distintas formas, desde el comienzo de los tiempos”.
“Más allá del alba o del crepúsculo; más allá de los sueños y los acontecimientos; más allá de la idea misma, están la causa y el efecto desde siempre y para siempre de todo lo que existe, ha existido o puede llegar a existir”.
“La unidad en la diversidad y la diversidad en la unidad”. Así se expresa don Enrique Piaggio en “Revelaciones (vivencias y prosa poética)”.
Es que la escritura es un camino de laberinto. Otro escritor, otro estilo, dice: “El camino al infierno está empedrado de buenas intenciones (…) Confieso que esto último también me dio vueltas en la cabeza. Ruego que, precisamente, esta frase tenga el acierto de interpretar fielmente la razón del camino de regreso, y que no posea el alcance de expresar en un futuro el desacierto del mismo”. Lo dice Sergio Abelardo Delcanto en su última obra que se titula precisamente “Empedrado al infierno”.
Para ello es indispensable saber percibir. “El Principito es un libro maravilloso que si quieren después les voy a contar de qué se trata, pero que en una de sus frases más bellas dice que solo se ve con el corazón. Trasladándolos a esta situación podría decir que quizás solo aquellos que pueden o que su corazón lo permite, pueden verla”, dice el personaje periodista en la obra “4 putas peregrinas” de Héctor Luis Castillo.
¿Ven? Son retazos, citas descontextualizadas, pero que permiten armar una historia. La del escritor, la del camino de su búsqueda y la de su capacidad para ver más allá del horizonte.
Guillermo Santos Ledri le susurra al lector antes de cantarle, más que una advertencia es una confesión: “Siempre sostuve que la poesía debía parecerse a una caricia. La palabra caricia simboliza amor, cariño, ternura, suavidad, entendimiento… Por lo tanto quien lee una poesía, debería sentir sobre la piel, una caricia”.
Y Santos Ledri enseña en “Mi elección” algo tan universal como íntimo: “Si volviera a nacer y Dios me diera / la dicha de elegir dónde quedarme, / en tus brazos, amor, elegiría / para en ellos, por siempre, refugiarme. / (…) / Quiero ser la respuesta a tus preguntas, / la razón de tus sueños y tus rezos, / guárdame siempre vivo en tu memoria / recuerda mi elección, por si regreso”.
¿Se podrá imaginar un mundo sin relatos ni poesías? ¿Se puede imaginar un mundo en absoluto silencio? Bien lo explica Darío Carrazza en su libro “El Punto”, más precisamente en esos versos dedicados a Juan Antonio Machado en “Muerte del poeta”. Dice Carrazza: “Ha muerto el poeta. / La ciudad / se ha quedado sin luz y sin ventanas. / Se ha quedado sin sueños / Sin hogar / Se ha quedado sin sol en las mañanas / No se sabe quién es el compañero / Todos parecen personas extrañas / Ha enmudecido el viento / Los obreros / recitan sus poemas en las fábricas / Ha muerto el poeta en la ciudad /Bajo este cielo gris y azul / que en lluvias / se desangra”.
Olga Lonardi recuerda en su poesía algo muy propio de Gualeguaychú: la vida.
Lo hace en el libro “La altura del silencio”, donde su poema “El mundo” dice lo siguiente: “Hecho con el murmullo / de las constelaciones, / con las vibraciones estelar de la vía láctea, / hecho de piedra y de fuegos / ancestrales y míticos y eternos, / hecho con el perfume de las flores / el mundo trae en su boca un río de leche / y canto para aromar los días, / acuna los pies pequeños / del hombre y lo sostiene”.
Y ese mundo también es narrado, descripto, como si fuera un relato mítico por el inolvidable Fray Mocho, en el Capítulo 3 “Camalotes en las tierras bajas” que es parte de esa obra impar llamada “Un viaje al país de los matreros”. En ese texto, Fray Mocho pinta la siguiente acuarela: “Allá, en la punta de un pajonal medio oculto entre la maleza, alza su lomo ondulante un rancho miserable que parece bambolearse sobre las paredes de paja parada que sustentan su techo del mismo vegetal: es una sola pieza que sirve de dormitorio y de cocina”.
“No tiene puerta, porque nada contiene en su interior, cuando están ausentes los que la habitan: es una vivienda de las tierras bajas, un rancho de matreros, reunidos por la casualidad y ligados por el peligro común, bajo la égida protectora de algún veterano de los naufragios de la vida -verdadero archivo de cicatrices y de mañas-, dueño de aquella canoa atada en el cabezal del entarimado que sirve de piso al rancho y que es formado por algunos troncos trabados entre sí para impedir la invasión del agua en nivel normal. Esa canoa es toda la fortuna del protector y ella les sirve a él y a sus agregados para las correrías de caza y pesca”.
Y en este formato, también está la acuarela pero para pintar de cuerpo y alma a esos seres que han poblado las tierras de montes cerrados y ríos lamiendo los árboles.
Mejor que lo haga Luis Luján, tal como lo hizo en el cuento “El bagre compañero” que se encuentra en ese libro llamado “Muerto el Pedro, se acabó la rabia”.
Allí, esta especie de Fray Mocho contemporáneo dice: “Si lo veo al Bagre Rojas, pedazo de muchacho. Ni siquiera un bagre era tan parecido a un bagre como era el propio Bagre Rojas. Montaraz de hacha en mano en los chatos montes de espinillo y tala de Las Ceibas. Se quedaba un mes y medio sin salir del obraje y cumplido ese tiempo, salía una semana de franco. Semana que recalaba, entera, en el boliche del Gordo. Su experiencia en mostradores y mamúas le había enseñado que si se sentaba en un banquito y en una esquina, las paredes lo contendrían de una eventual caída y eso le daba tranquilidad. En esa esquina pasaba la semana de descanso. Ejemplar único, el Bagre, cantaba y chiflaba a la vez, nunca he visto otro caso igual. Chupaba, se dormía, despertaba, en ese orden, orden que, en él, era circular. Si se dormía cantando, cuando despertaba retomaba el chamamé en donde lo había dejado, feliz anticipo de la memoria digital”.
La narrativa vegetal que se amalgama con el aire encuentra en Juan Antonio Machado a un exquisito escritor. En “Romance para el silencio”, Machado deja grabado para el corazón lo siguiente: “Suena el clarín de la gloria desde confines lejanos / ¡Silencio montes y ríos! ¡Silencio de verde manto! / Como palomas de bronce, suelta la flor de su canto / Mientras un ruego de sombras, queda en el aire temblando. // Sobre un manchón de la loma no se estremecen los pastos / Ni en el ceibal florecido se mueve un solo remanso. / ¿Qué pena presiente el río? ¿Qué escucha el monte y el llano?/ ¿Por qué se inclina la tarde, como una niña llorando?”.
En “Sinfonía de oro y de luz”, el genial Pablo “Pebete” Daneri, también trae sus pinceladas de palabras para describir: “Alhaja con destellos de diamante / que conduce a la gloria y al suplicio; / ancha franja de luz; cielo propicio / a la siembra radiosa y fulgurante”.
Entonces ahora es más fácil comprender por qué no hay orillas ni límites cuando el escritor habla de su tierra… porque todo se ensancha. Así lo enseña la poesía hecha canción de “Juan del Gualeyán” de Ángel Vicente Araóz, que reza: “Orillando el Gualeyán, / ni bien caía la oración / bien montau pasaba Juan, / entrerriano y buen cantor. // Era criollo del lugar, / un paisano cumplidor, / buen amigo y servicial / y animoso en su acordeón”.
Esa geografía humana encuentra en Araóz a un hombre siempre atento para que los anónimos del monte trasciendan en canción. Esto ocurre con “Leñerito sin patrón”, donde canta: “Doce años recién cumplidos / ¡leñerito sin patrón...! / Solito se va a los montes / apenas alumbra el sol. // ¡Ah gurisito entrerriano, / leñerito sin patrón...! / Solito se va a los montes / aApenas alumbra el sol. // Árbol con nido respeta / porque él también es pichón, / aunque su infancia es un canto / de puro esfuerzo y sudor”.
Se pueden unir dos en uno. Por ejemplo, cuando el profesor Rodolfo García (todo él es una biblioteca y popular) dice del Cura Gaucho, el Cura Poeta, el padrecito Luis Jeannot Sueyro: “El paisaje entrerriano lo fascina por eso lo canta y lo foresta... El sentimiento de Patria lo exalta y siente por los héroes ardido culto. Ama el terruño entrañablemente y hubiera sido feliz destripando la tierra y sembrándola... Todo en él trasunta anhelos atrayentes”.
Dora Buschiazzo de Hoffmann siempre invita en su poesía a viajar. En “Ausencia” ella es clara cuando también invita a estar. Dice con voz potente sobre la ausencia: “Todas las cosas plasman su no estar, / distribuyen su huída en pasos calculados, / pulen un abismo / que poco a poco las devora con mandíbulas sabias. / Sin saberlo cada cosa aspira su vacío con una boca mineral, / y el hueco que ha dejado la palabra al caer / o el pájaro, que calla, al instante se colma / de una forma densa, igual pero de ausencia. // La ausencia no nos quita. / Nos añade. / En ella tocamos lo que el cielo prepara: la respiración y el alimento de los dioses”.
El poema “Los náufragos del mundo” de Gervasio Bibiano Méndez sostiene: “¿No lo veis, derramando en la mirada / su agitación suprema. / La agitación del naufrago que siente / la ola que se acerca? // ¡Ahí están: son los náufragos del mundo, / batidos por las penas, / que han caído en el mar de las desgracias, / ese mar sin riberas!”.
Olegario Víctor Andrade en “Vuelta al hogar” dice algo que todos pueden repetir de memoria… porque es memoria: “Todo está como era entonces: / la casa, la calle, el río, / los árboles con sus hojas / y las ramas con sus nidos. // Todo está, nada ha cambiado, / el horizonte es el mismo; / lo que dicen esas brisas / ya, otras veces, me lo han dicho. // (...) // Bajo aquel sauce que moja / su cabellera en el río, / largas horas he pasado / a solas con mis delirios”.
Y para finalizar, nada mejor que aquellos versos orientales que se hicieron tan de Gualeguaychú. Es de Nicolás Trimani, cuyo nombre puede sonar a olvido aunque no así su poesía. Es para cantar juntos: “Con ansias de cantar llegué hasta aquí / trayendo un madrigal en mi laúd. / Y desde que llegué, palpita en mí / como una bendición, Gualeguaychú. // Sabía que esplendente como el sol / se alzaba esta ciudad bella y hermosa, / paraíso terrenal, tierra gloriosa / que besa el Paraná y el Uruguay. // Cuna de oro de Olegario V. Andrade / pueblo grande del genial Luis N. Palma, / que cantara el inmortal Gervasio Méndez / mil canciones que en el cielo están grabadas”.
Me cuentan que hoy estarán todos en la primera Feria del Libro de autores locales. Los lectores tenemos una cita de honor con nuestros poetas y nuestra ciudad.
Por Nahuel Maciel
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