Es el lugar de reposo. Es la necrópolis, esa ciudad de los muertos. Es el cementerio. Es el lugar donde habitan seres que esperan la visita de los vivos. En el Cementerio Norte de Gualeguaychú residen casi 70 mil almas, casi las mismas que todos los días pisan el casco urbano de la ciudad.
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Y al igual que una ciudad, el cementerio tiene calles y direcciones. Son las referencias inevitables para dar con el paradero de un ser querido o simplemente de alguien que espera esa visita casi anónima, imperceptible, que perpetuará el recuerdo.
En la intersección de las arterias Santa Clara y Central, habita Fray Mocho, quien en vida civil fue José S. Alvarez y pasó a la inmortalidad como el autor de esa genial pintura literaria que se titula “Un viaje al país de los matreros”, escrita en 1897, cuando el siglo XIX intentaba en vano despedirse de la barbarie.
Periodista y escritor, Fray Mocho nació el 26 de agosto de 1858 y a los 17 años, como él mismo lo reconocerá, llegó a Buenos Aires con el único objetivo de no morirse de hambre.
Cronista parlamentario del diario La Nación, sus artículos también se firmaron con el seudónimo de Fabio Carrizo y Nemesio Machuca.
Periodista y comisario de la Policía Federal, nunca abandonó el vicio de escribir y así concibió “Memorias de un vigilante”, donde muestra el mundo del hampa cruzado con el del poder.
Pero Fray Mocho fue mucho más que eso. Fue un hombre que se abrió paso en el monte de las ideas utilizando como machete la pluma. Fue como un pintor que llenó de imágenes los relatos pero utilizando las palabras justas y necesarias. En “Un viaje al país de los matreros”, la canoa y el caballo surgen como una extensión del hombre rústico, el rebelde y mesopotámico, el ribereño apasionado y calculador. Ese paisano que improvisa canciones mascando algún recuerdo como quien muerde un pastito, o aquel otro que otea el horizonte, mimetizado en el pajonal como si fuera un animal al acecho. Y siempre, a la siguiente página, la sensación del desenlace final: disparos, cuchilladas, sangre, vidas truncadas y desencuentros.
En 1898 funda y dirige la revista “Caras y caretas”, donde el humor y el relato criollo tienen el alma sabia de quien sabe relatar.
En la intersección de Santa Clara y Central del Cementerio Norte, Fray Mocho le cuenta estas historias a su vecino Claudio Martínez Paiva. Otro destacado periodista y escritor, nacido en 1887 y que llegó como vecino eterno a la necrópolis en 1970.
Seguramente, Paiva ameniza el diálogo con Fray Mocho recordando alguna de sus cincuenta obras de teatro. Casado con Celina, su esposa fue una de las primeras diputadas nacionales que tuvo el país.
Todas estas historias y relaciones se pueden vivir en un recorrido. Porque gracias al paciente trabajo de Fabián Godoy, técnico en turismo, el Cementerio Norte puede hoy contar la historia de sus habitantes. Un legado imposible de tasar, invalorable, porque permite que el olvido sea derrotado, y se abra “la cancha” para que la memoria colectiva marque los rasgos indelebles de la identidad de una comunidad.
Godoy trabajaba en el área de Turismo. Llegó al Cementerio, “enterrado” por quien en ese entonces era la responsable del área de la industria sin chimeneas. Fue así que gracias al actual director del Cementerio, Hugo Lezcano, Godoy aplicó lo que sabía con su nuevo destino laboral.
Así armó varios recorridos rescatando el patrimonio histórico-cultural y arquitectónico de la ciudad sin luz. Así iluminó un aspecto clave que de otra forma hubiera quedado en el olvido más injusto.
Godoy y Lezcano fueron quienes guiaron a EL ARGENTINO por las esquinas de la ciudad de los muertos, trayendo a la superficie lo que de otra forma hubiera quedado enterrado. “Aquí hay gobernadores, intendentes, legisladores, poetas, escritores, periodistas, personalidades que se destacaron con su ejemplo cívico, docente. Y además hay construcciones arquitectónicas muy valiosas porque narran también esa historia de ladrillos que habla del nivel cultural de un pueblo”, explicó Godoy para abrir paso a una galería de personajes que han marcado época.
El panteón de García Zuñiga es lo primero que el visitante encontrará cuando recorra la Sección A. Declarado tumba histórica por la Comisión de Lugares y Monumentos Históricos de la Provincia en 1959, es la última morada de quien fuera gobernador de Entre Ríos en una intensa época como fue 1827 y sus almanaques aledaños.
A su lado, está el panteón de la Familia Tudury, también declarado como tumba histórica. Se trata de la residencia eterna de Juan Tudury, un alto oficial del general Urquiza, con heroicos reconocimientos y que trunca su vida en la campaña al Paraguay. Padre de Eloisa, quien se casaría con Olegario Víctor Andrade. En este panteón, el 1° de agosto de 2008 fue llevado el Padre Luis Jeannot Sueyro, el Cura Gaucho, en uno de los sepelios más multitudinarios que se recuerden en toda la provincia.
Los recorridos pueden ser temáticos: personalidades de la política, de la cultura con sus especificaciones de acuerdo al lenguaje artístico y un sinnúmero de grupos que hacen a una misma unidad.
En la Fila 3, sección A, Galería 8, se encuentra Nicolás Montana, fundador de EL ARGENTINO, diario que hoy transita el umbral de su centenario, con logros tan originales como destacados. En sus archivos hoy también late la memoria viva del pueblo.
El recorrido que se ha articulado no deja lugar para los vacíos. En el Panteón N° 3, de la calle 5 en la Sección A, se encuentra Camila Nievas de Capdevila. Docente y con un gran talento creador. Fue directora de la Escuela N° 2 “Domingo Matheu”, a la que convirtió bajo su gestión en una escuela modelo para el país. Fundó en 1898 la sociedad de mujeres “Por la Patria y el Hogar”, que contó con la tutela de ese otro grande: Osvaldo Magnasco. Luego se transformaría en el Instituto Magnasco, entidad que ha dado un gentilicio a sus integrantes: las magnascas. Esa casa grande de la cultura alberga una biblioteca popular, un museo, una escuela y aún hoy sigue sembrando el arte de cultivar el alma.
Están todos, no falta nadie
El trabajo realizado por Godoy y la administración del Cementerio le ha hecho honor a la memoria. Nada se ha dejado al olvido. Francisco Troise (presidente del primer directorio del ex Frigorífico), el panteón de la familia Seguí donde descansan Francisco Seguí, Gervasio Méndez, Claudio Méndez Casariego, entre otros y que todos han contribuido a la denominación de Gualeguaychú como Ciudad de los Poetas.
El panteón de los Irazusta, de arquitectura neoclásica, donde descansan Cándido, Julio y Julián. El panteón de la familia Daneri, con Francisco Patico, el pediatra y Antonio, el primer intendente de la ciudad consagrado por el voto popular y democrático.
El director administrador del Cementerio Norte, Hugo Lezcano, sostiene que su tarea se ha facilitado por el ordenamiento que le dejó su antecesor, Augusto Dell´Aquila y por la puesta en Valor a la que está comprometida la actual gestión de Juan José Bahillo.
“Pero a este compromiso se le suma la toma de conciencia de la comunidad, que también está haciendo un gran esfuerzo por restaurar sus panteones familiares y hacer más digno el descanso de sus deudos”, sostiene.
“Y el otro gran apoyo, que es científico y de gran estímulo, lo aporta el Departamento de Investigación del Instituto Sedes Sapientiae, a través de un proyecto de extensión, que coordina el profesor Eduardo Antonio Ramírez”, valoró Lezcano.
“Con el Sedes estamos actualizando el rescate del Patrimonio Cultural del Cementerio, especialmente en los aspectos arquitectónicos, históricos, sociales, culturales y religiosos”.
Esto implica la restauración arquitectónica de los edificios, la reconstrucción histórica de los habitantes que tuvieron relevancia en sus campos de actuación y la conformación de un archivo histórico, un centro de documentación, una biblioteca y un museo específico.
Ramírez lo explica así: “podemos abordar la trayectoria de la persona en su dimensión espiritual y material y en ambas se encontrarán los elementos que permitieron superar su propia contemporaneidad”. Pasado y futuro entonces se convocan para valorizar el presente.
# Nada es casual
El Cementerio Norte fue fundado y bendecido el 2 de noviembre de 1877. Justo en el día de los Fieles Difuntos por el entonces intendente, Asisclo Méndez.
Lejos se estaba entonces de pensar en un lugar que enseñaría parte de la historia política, militar, cultural y social de un pueblo.
Si en el ambiente forense se sabe “que los muertos hablan” cuando a través de la ciencia se llega a saber con certezas causas y motivos de un suceso nefasto; entonces es justo reconocer que un Cementerio con esta propuesta enseña.
Allí también se valoran a quienes en vida alimentaron el imaginario popular con sus talentos y características. José Luis Gestro, quien se atrevió a innovar y le dio otro brillo y contenido al Carnaval del País.
Tal vez Gestro comparta algún diálogo nostálgico con José Antonio Blanc, más conocido como “Matecito”, quien le dio el alma a los corsos barriales de la ciudad.
En el medio, Florencio Almada, aquel ser que con una guitarra también animaba los corsos y trascendió como “Cebollita”.
Tal vez si alguien lee Celso Fernández no evoque nada. Pero si se pronuncia el mágico nombre de “Coco Auto”, entonces un dulce recuerdo aparecerá para acompañar a este ser maravilloso que transitó las calles de la ciudad.
Y qué decir de doña Jerónima Sofía Alegre de Díaz. Sí. “La Yuyera”. La mujer de pañuelo negro en la cabeza. La mujer que llevaba en su canasta por las calles de la ciudad sus yuyos curadores para el cuerpo y el alma.
Si algo se percibe como injusto son las nóminas. Imposible nombrar a todos. Son casi 70 mil almas. Una Gualeguaychú viva.
He ahí lo oportuno y acertado del trabajo emprendido por el Cementerio para recuperar y rescatar ese patrimonio que se empecina en señalar aquellos hechos que hacen de un conglomerado humano una comunidad.
Por Nahuel Maciel
EL ARGENTINO ©