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Entrevista a Pipo Pescador

“Quien ha dejado de crecer, deja de entender a los niños”

Nació el 29 de abril de 1946, bajo el nombre de Enrique Daniel. Pero desde la más tierna edad se lo llamó “Pipo” y trasciende al mundo y es reconocido en todos los idiomas –especialmente el del corazón de los niños- como Pipo Pescador.

Viernes, 26 de Noviembre de 2010, 20:22

Por 4

Hijo de Agustín Fischer y Elba Larrama de Fischer, es también hijo ilustre de Gualeguaychú. “En mi vida he tenido muchos reconocimientos y todos los guardo con mucho afecto. Pero ser Hijo Ilustre de mi ciudad es un orgullo enorme”, dice este hombre que es dueño de una mirada sobre la vida que convoca a cuidar lo mejor que tiene el ser humano: la niñez.

“Tengo otro logro y en mi segunda tierra que se llama Torralba de Calatrava, un pueblo español de 2.500 habitantes. A ese pueblo le escribí unos cuentos. Es un pueblo perdido en la nada, en medio de La Mancha, en una meseta árida. No tiene nada. Tuvo un río pero se lo desviaron; tuvo un castillo, pero se lo demolieron. Adoro este lugar porque es increíble. Cuando uno ama lo difícil es imposible de olvidar. En cambio amar lo fácil, no requiere de grandes esfuerzos. Por eso amo a este pueblo. Ellos me hicieron hijo Predilecto y les regalé unos cuentos de hadas que habitan en cada rincón de Torralba de Calatrava. Y le escribí un cancionero para que tuvieran canciones legendarias, es decir, le inventé una tradición que hasta entonces no tenía. Ese fue mi regalo. Los niños hoy cantan esas canciones en las escuelas y ya son casi una leyenda atemporal”.

Pipo Pescador es cantautor, escritor y director de teatro. Pero es poco para definirlo. Tal vez lo más aproximado no sea un encasillamiento, sino simple y profundamente reconocerlo como un gran artista.

Es uno de los precursores del género infantil en el país. Estudió escenografía en la Escuela Nacional de Bellas Artes de La Plata, y es desde los años ‘70 un referente indiscutido de la niñez vinculado con el arte.

Autor de “El auto de papá” ocupa un lugar central en el cancionero tradicional no sólo de Argentina sino de varios países. Es que la bondad y el amor no tienen necesidad de traducción y es un lenguaje que está al alcance de todo niño.

“La magia de leer”, “El libro de los chicos valientes”, “Palabras para una maestra jardinera” y “María Caracolito” son tan sólo parte de una cosecha que ha tenido al talento como tierra fecunda.

Pipo Pescador recibió a EL ARGENTINO en la tarde del miércoles. Lo hizo en el patio de su casa materna, un lugar especial para la buena memoria, esa que Pipo suele transformar en canciones.

 

-¿De dónde le viene el apodo Pipo?

-Viene de un empleado que tenía mi papá en el escritorio de remates en calle 25 de Mayo casi Chacabuco. Ese empleado se llamaba Pipo Mogas. Él fue todo un personaje en mi niñez. Usaba sombrerito inclinado, a lo malevo. Era un ser muy tierno y encantador y le decían Pipo. En mi familia cuentan que cuando nací, él dijo que me iba a llamar Pipo. Nunca les pregunté a mis padres si esa historia había sido cierta, pero la única referencia que se tenía de ese apodo era Pipo Mogas.

 

-¿Dónde cursó sus estudios?

-Al principio fui a la Villa Malvina, que había abierto el Jardín de Infantes para varones. Pero al poco tiempo se cerró esa posibilidad y pasé a la Escuela Normal “Olegario Víctor Andrade” (ENOVA). Allí tuve a una querida y entrañable maestra que se llamaba Lela Nóbile. Fue a ella a quien le dediqué el libro “Palabras para una maestra jardinera”. Era un ser maravilloso y tocaba el piano como una diosa. Y la otra gran maestra que tuve, también en el Jardín, fue Chinita Raffo de Boggiano. A ambas las tengo siempre en mi corazón.

 

-Ellas le dan el primer acercamiento a la música…

-Podríamos decir que sí. Pero en realidad a quien reconozco como mi mentora en el arte, es a Isabel Chacas de Pintos. Ella fue la persona clave para que yo sea quien soy en el mundo artístico. Esa señora me toma como discípulo e incluso me decía que era su hijo espiritual, dado que no pudo tener hijos. Iba a sus clases en su academia ubicada en Urquiza y España, en la famosa Academia General Belgrano. Era una casona del siglo XIX, donde antiguamente funcionó la Municipalidad. En ese lugar nos enseñaba dibujo y pintura… pero nos cultivaba en lo más profundo de la cultura. Si estábamos dibujando a María Antonieta tomando como modelo a una escultura en yeso, enseguida nos contaba esa historia y nos introducía en toda una época. Nos daba siempre elementos para imaginar y nos relataba cuentos o nos leía libros mientras dibujábamos. Isabel Chacas de Pintos había estudiado con José León Pagano, quien fue uno de los críticos de arte más importante que tuvo la Argentina. No dudo cuando reconozco en Isabel Chacas de Pintos al ser clave para que yo sea el artista que soy.

 

-Cuando usted pintaba en el vidrio por televisión parecía magia…

-Siempre pinté y dibujé desde chico. Pero la pintura en el vidrio fue una técnica muy importante para mí. Siempre pensé que iba a ser pintor. Por eso estudié Bellas Artes en La Plata y me recibí en la Escuela de Bellas Artes y egresé como escenógrafo, y artes plásticas. Pero el dibujo en el vidrio es la quinta esencia de la magia, un elemento sutil que llena el universo. Hoy se dibuja con la computadora, hay lápices digitales… Pero en el albor de la década del ´70, pintar en un vidrio que por la pantalla de la televisión no se veía, que tomara un pincel con las manos y trazara en el aire líneas y transformara esas líneas en siluetas y las siluetas en un dibujo… era algo mágico. Y fue y es tan mágico que el lunes voy a grabar para la televisión un piloto donde analizaremos hacer un programa durante todo el 2011 y donde me piden justamente que dibuje en el vidrio, tal como lo hacía cuarenta años atrás.

 

-Pocos siglos han desarrollado tantas cosas para la niñez como el XX…

-Es así, porque antes la niñez era como que no existía. Alcanza con leer a Françoise Dalto en su libro “La causa del niño” para comprender que la niñez es un invento del siglo XIX. Y a principios del siglo XX se desarrolló toda una industria de la cursilería para la niñez. Las tortas decoradas feas, una importación con diseño basura y que llenaron las casas de cotillón con mal gusto. Siempre detesté rodear a la niñez con esos diseños espantosos, que encima se hacía en nombre de una supuesta candidez y que terminan rodeando al niño de porquerías. Siempre he defendido el buen gusto para la niñez y he procurado que los niños no consuman un arte de suplantación sino el arte noble.

 

-¿Puede profundizar arte de suplantación y arte noble?

-Nunca entendí por qué se debe tener un arte para niños y un arte para adultos. Una literatura para niños y otra para adultos. En realidad debe existir una literatura, una música de calidad que sea adaptable a cada circunstancia o edad de madurez. No es necesario un supuesto arte para niños separado del resto.

 

-¿Podría dar un ejemplo?

-Cientos, miles. Le contaré uno. He hecho ópera en el Colón para niños. He estado una temporada entera con el Barbero de Sevilla teniendo como audiencia a los niños. Claro que les tenía que explicar lo que estaba sucediendo, pero me ubicaba en el plano de un narrador y los niños disfrutaron con esa obra. Cuando estuve en el Colón entendí que no era necesario crear un arte específico para niños, porque el Barbero de Sevilla no fue creado para ellos. Es una obra divertida, alegre, y con un libreto vivaz. Y si uno se los explica, como un narrador, los niños pueden disfrutar de esa obra y trascender con las grandes obras del arte. No es necesario inventarle ese tungui tungui que dura un suspiro y que es hecho por la figurita del momento y que al año siguiente tiene que volver a ser reemplazado por otra cosa también fugaz. No veo razones para subestimar a los niños y hacerlos consumir arte chatarra.

 

-¿Y qué ocurre con los grandes autores infantiles, como es su caso o el de María Elena Walsh para citar dos ejemplos?

-Los grandes que han escrito para niños lo han hecho también para que el adulto reflexione. María Elena Walsh, Gabriela Mistral, Conrado Nalé Roxlo y muchos más son artistas universales, clásicos, innovadores y sin edad. Hay que rescatar la belleza de las grandes obras adaptables a los niños y ensanchar ese repertorio de manera paulatina. En lo que estoy en desacuerdo es que todos los años se deban inventar personajes como mamarrachos para cubrir necesidades del mercado descuidando las necesidades del alma. Rosa Chacel, que fue premio Cervantes en España, decía que la literatura infantil son pamplinas. Hay una sola literatura y puede estar bien o mal escrita. Cuando canto, por ejemplo el chamamé de María Elena Walsh, me digo y siento que es una obra maravillosa. El pato patrulla el estero para cuidar el tesoro que tiene el estero. ¿Y cuál es el tesoro que tienen los esteros? El reflejo de las estrellas en el agua. Esa letra dice: “En el agua hay un tesoro / que de día no se ve: / pepitas de oro, / rayos de plata, / tesoro de algún pirata / que lo abandonó y se fue”. La idea es genial. Es un chamamé correntino, que nos habla de los animales autóctonos, que habla de los esteros, de un tesoro tan emotivo como el reflejo de las estrellas por las noches. Eso lo disfruta un niño como un adulto. Los niños merecen acceso a la gran belleza.

 

-Está interpelando el rol de los adultos frente a la niñez…

-Por supuesto. Es necesario que el adulto sea responsable en la selección de todo lo que un niño va a consumir. No sólo estar atento a la alimentación para el cuerpo sino esencialmente la alimentación para el alma. Así como los padres deciden qué ropa el hijo va a usar o qué comida consumirá, deben elegir cómo abrigan y alimentan el espíritu de ese niño. Para eso hay que interiorizarse en lo que leen, en lo que ven, en lo que escuchan, en lo que viven. La lectura es el pan de la niñez. La lectura marca una decisión fundamental en la vida de un niño, de la misma forma que es la alimentación. Si un niño está mal alimentado en sus primeros años de vida, nunca más restaurará su potencial. Y si a un niño no se le da la lectura que corresponde y se le prohíbe que tenga ese diálogo mágico con el autor de un libro, ese niño lamentablemente perderá una ligazón espiritual que es imposible de suplantar. La lectura no es algo más de la niñez, no es un accesorio. Al igual que los juegos y los afectos, la lectura es fundamental para crecer y son definitivas para la maduración. Un niño que no lee tendrá poco lenguaje, un pensamiento desprovisto de mirada crítica, una comunicación limitada y en definitiva será un adulto atrofiado en su potencia integral.

 

-Usted ha viajado y vivido en varias partes del mundo. En Rusia vivió un año, ahora en España. ¿Qué vivencias lo traen siempre a Gualeguaychú?

-Muchas cosas, la lista es infinita porque estamos hablando de mi vida. En un inventario forzado diría que hasta hace cuatro meses me traía mi madre. Hasta hace cuatro meses estaría sentada en este patio con nosotros, en esa silla blanca que tanto le gustaba y estaría participando de la conversación y aportando ideas y conceptos. Gualeguaychú es mi tierra. Mi verdad primera y última, mi verdad definitiva. Mis cenizas van a ser desparramadas en el río Gualeguaychú. Esta ciudad es una fuente inagotable de creación e inspiración. Es una ciudad especial y no se parece a ninguna. No conozco ciudad que tenga el nivel intelectual y al mismo tiempo ese don solidario que se expresa en cada esquina, en cada barrio. Gualeguaychú fue mi escuela, con todo el potencial que expresa esa idea. Tuve los mejores maestros, conocí los mejores lugares. Gualeguaychú es una ciudad que tiene un estilo de vida fabuloso y fascinante. Encima tiene un río maravilloso. Ya le dije a mi hermano que me prepare un cuarto porque quiero venir periódicamente cada quince o veinte días. Y si bien tengo dolores porque se me van personas entrañables e irreemplazables, como la vez pasada Pelusa Vasallo, seguiré viniendo porque esta ciudad es mi casa.

 

-Tiene muchos recuerdos…

-Son vivencias inolvidables. Recuerdo, por ejemplo, que mi madre cantaba muy bien. En aquella época de mi niñez, el padre Fiorotto que era el párroco de Santa Teresita había armado un coro polifónico, donde iban a cantar todos los vecinos amantes de la música. Y daban conciertos maravillosos. El padre Fiorotto, que era un gran músico lo dirigía. De chiquito la escuchaba a mi madre ensayar y tuve acceso a una música maravillosa. Fuimos amigos con el padre Fiorotto a pesar de nuestra diferencia de edad y siempre le estaré agradecido porque me dio acceso a una música exquisita. El otro hito de mi niñez es el Palacio San José. Para mí ese Palacio era todo. Iba los fines de semana en el Citroën de mi mamá o me hacía llevar con un amigo. Me llenaba todo lo que necesitaba. He escrito un romance que se llama Urquiza está en la casa. Ese lugar fue mágico. El otro lugar fue el Recreo Argentino, con sus cuadros en la sala de billares. La Biblioteca Sarmiento fue otro lugar de ensueño. Las Casuarinas de Julio Irazusta. Pasaba los veranos con el hijo de Don Julio que se llamaba Germán y veníamos al pueblo a caballo y regresábamos a la estancia a caballo. Ese lugar fue de magia porque Julio Irazusta, un hombre bendito, era maravilloso y quería al país. Era lo más. Tuve una amistad juvenil que aún hoy me honra. El Magnasco es otro lugar. Cierro los ojos y huelo el Magnasco. Ese perfume a libro viejo y a cola de encuadernación, que es un poco entre agrio y dulzón. Es un perfume suave, agradable. El Magnasco será depositario de todos mis archivos y de todas mis obras, para que sea patrimonio al alcance de todos.

 

-¿Se siente profeta en su tierra?

-No y lo digo con certeza. Sí reconozco que vibro a través de una cuerda especial que son los afectos y la memoria del corazón con esta tierra. De chico sufrí mucho porque era burlado porque tocaba el piano, no jugaba al fútbol y estaba todo el día en la Biblioteca Sarmiento leyendo libros con Enriqueta Burlando –otra persona maravillosa que tuve en mi vida-, me veían como un bicho raro. Eso fue un tiempo y luego transformé eso en algo positivo para no quedarme con lo que me hacía doler. Pienso en la canción que hice y dice: “Gualeguaychú, allí nací yo” y todos los niños, de cualquier ciudad aprendieron a deletrear Gualeguaychú, allí nací yo. Quiero decir siempre rindo tributo a esta ciudad, porque soy muy agradecido. Es la misma identificación que siento con la lucha que emprendió la comunidad contra las papeleras. Mire, ayer (por la noche del miércoles) me sacaron una foto en la revista Gente para los personajes del año, me crucé con un periodista muy afamado que no vale la pena nombrar, y no lo saludé porque dijo barbaridades de Gualeguaychú y su gente. Le retiré el saludo porque se definió en contra de mi pueblo, de mi casa, de mi escuela, de mi río.

 

-Manifiesta un compromiso innegociable en la lucha contra las papeleras…

-Lo que pasa es que es atroz lo que nos están haciendo con el río y con la salud. Este tema de las papeleras me ha hecho vivir uno de los dolores más profundos y lacerantes de mi vida. Es uno de los disgustos y enojos más profundos que he sentido en mi vida. Y esto es culpa de cuatro sinvergüenzas, en ambas orillas, que nos atropellaron como pueblo. No termino de conformarme. Primero era que las papeleras no se instalarán y ahora nos quieren convencer de que las tenemos que monitorear. Son unos sinvergüenzas, porque eso es de un cinismo atroz. Aceptar el hecho consumado es una injusticia. La realidad es que el río Uruguay, el Río de los Pájaros, no merecía que se construyera esa papelera. Por Botnia este Río de los Pájaros se convertirá en un río cáustico. Es un pecado de humanidad el que se ha cometido permitiendo la existencia de Botnia en esta zona. “Un pajarito entrerriano, desayunaba en el río, cuando se mojó las alas, le vino un escalofrío, temblando levantó vuelo y se alejó del lugar, no quiso que sus pichones se fueran a envenenar”.

 

-Usted ha demostrado con su vida que hay que ser grande para pensar en la niñez…

-Le agradezco esa consideración. La niñez es algo muy serio, muy serio. A la niñez se la respeta, se la mira, se la protege, se la ampara o de lo contrario se la deja pasar sin pena ni gloria. La niñez es el milagro del hombre. Me acuerdo de una anécdota: Dicen que una nena estaba haciendo un dibujo y el padre se acercó y le preguntó qué estaba dibujando. La nena le dijo que a Dios. Y el padre le dijo, pero nadie sabe cómo es Dios. Y la nena le dice: espera un poquito y sabrás cómo es. Es decir, ella estaba totalmente convencida de que podía dibujar a Dios, esa actitud es maravillosa. Por eso sostengo que quien ha dejado de crecer, deja de entender a los niños. “Hasta los siete años se vive toda una vida, desde entonces sólo un minuto”, a eso lo dijo Pascal. Y Karl Popper dijo que el niño es el padre del hombre. Por eso pienso que la niñez es un bien que uno puede dar o quitar al niño.

Por Nahuel Maciel

EL ARGENTINO ©

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