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Las elecciones nacionales del pasado domingo determinaron que desde el 10 de diciembre Alberto Fernández tendrá la responsabilidad constitucional de guiar los destinos del país durante los próximos cuatros años.
También abrieron un período de transición que culminará ese día, cuando el flamante presidente reciba los atributos del mando de parte del mandatario saliente, Mauricio Macri.
Si bien se trata de un interregno no demasiado extenso, igualmente pondrá a prueba la sensatez cívica y política de los dos principales contendientes de las urnas que acaban de cerrar el exacerbado calendario electoral nacional de 2019.
Las señales por ahora han sido promisorias, tanto desde el bloque que tomará las riendas del poder como del que concluye su período de gobierno.
Alienta esa sensación de armonía que esperan todos los ciudadanos la reunión que mantuvieron Fernández y Macri ayer en la Casa Rosada, a pocas horas de finalizado el escrutinio.
No hay otra salida. Las asperezas que detonaron luego de las primarias del 11 de agosto deben dar lugar a un diálogo de calidad, aun en los disensos, conforme con lo que necesita un país en crisis.
Por lo general, las transiciones suelen limitarse a aspectos burocráticos o administrativos entre las gestiones que llegan y las que se van. Pero la realidad de la Argentina cotidiana, que exhibe indicadores para el espanto en materia económica y social, exige compromisos genuinos y racionales.
Un desafío que tendrá como gestor al flamante gobierno del Frente de Todos, pero que debe sumar al conjunto del arco político y social, sin amagues hegemónicos de ningún tipo.
Un flaco favor le harían a la población los líderes de las dos fuerzas que pugnaron en las urnas por el máximo cargo político del país si la necesaria madurez de la transición en ciernes es ganada por nuevas descalificaciones y pases de factura.
Se trata de un contrato social que contemple tanto a los que votaron por un cambio de mando en la poltrona del poder nacional como a aquellos que le dieron un voto de confianza a la continuidad, luego desairada por el veredicto de las urnas.
Será clave el enriquecimiento del diálogo más allá de las pompas de diciembre.
No es ni más ni menos que una de las principales promesas de campaña de Alberto Fernández, lo cual es de sana utilidad en bien de aventar ciertas asechanzas revanchistas.
La ciudadanía expresó masivamente su derecho de elegir en las urnas. Un gesto de civilidad y de defensa de los valores de la democracia recuperada del abismo dictatorial hace ya 36 años.
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