
¿Qué hay detrás de un actor que sale a escena y con sólo su palabra mantiene por todo el tiempo que dura el unipersonal a un teatro pendiente de su persona? Pasión y entrega, podemos decir para comenzar a responder.

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Pero hay más para explicar el magnetismo que generó Pepe Cibrián Campoy este domingo, cuando se presentó en el Teatro Gualeguaychú con Marica, la obra escrita, interpretada y dirigida por él.
Porque valiéndose de la palabra y de su cuerpo fue por momentos Federico García Lorca, su asesino, su padre, su madre, Salvador Dalí y también una mujer del pueblo.
Sin nada más que una silla, los apuntes y varios juegos de luces (también diseñados por él) trajo a escena toda una vida de lecturas, los relatos escuchados en la infancia, su pelea de siempre frente a un ideal.
Que fue noticia cuando habló en el Senado de la Nación sobre el proyecto de ley que permitiría el matrimonio entre personas del mismo sexo, porque dejó atónitos a quienes lo escucharon.
Y esta es la misma reacción que provocó al final de su recorrida imaginaria por las últimas horas de García Lorca.
Vestido de blanco y descalzo, al comenzar planteó el juego, en el que resultó ganador.
Y de a poco, como por hechizo, nadie quitó sus ojos de él, ninguno se permitió la mínima distracción y con mano segura, Cibrián condujo hasta el disparo final, que se sintió en medio del pecho.
Todavía sacudida, Nora Salzman habló ayer con EL ARGENTINO y dijo “se necesita mucho talento para hacer lo que hizo. Y él lo tiene. Siempre lo admiré por su historia, por la calidad de cada uno de sus musicales, por el respeto que tiene por el teatro y por el que se ha ganado”.
Y la del domingo a la noche -apuntó EL ARGENTINO- fue la contracara a todo el despliegue que nos tiene acostumbrados con sus producciones: solo en escena, llenando todos los momentos, también los silencios. Sin siquiera tomar un sorbo de agua, a pesar del esfuerzo.
“Lo pongo en un lugar superlativo, porque fue un espectáculo despojado de elementos, porque todo lo hizo él. Y fue un disfrute apreciar el uso de la palabra y su actuación magistral”, agregó, para marcar enseguida algo tanto o más valioso: la generosidad de Campoy Cibrián, que invitó a un grupo de teatro a compartir la puesta de Marica.
Puesta que tiene un elemento nuevo: Cibrián tira al terminar un diálogo la hoja que hace de apunte. Quizá sea un recurso para la actuación, o tal vez y dado que la figura es García Lorca, sea su manera de decir que la simiente que ha dejado a la historia sigue abonándola, porque permanece...
Como responsable, Salzman consideró que la obra tuvo una buena asistencia, “aunque no la que se esperaba porque la presencia de Pepe lo ameritaba”.
“Estábamos felices -ella y su equipo- de que estuviera aquí. Tenía un poco de temor porque pensaba que el teatro tendría que haberse desbordado. Pero él me tranquilizó.
Pepe es grandioso: nadie en el teatro pudo preservarse de su carga emotiva y poética”.
Y así como se lo conoce por exigente en cada uno de sus trabajos, Cibrián mostró calidez al encontrarse con el público a la salida del teatro.
“A todos saludó, con todos se sacó fotos, y yo temía que se molestara y se lo dije, pero me aseguró “me encanta que me abracen y me quieran”.
“Me cuesta encontrar adjetivos para expresar lo que siento”, dijo Salzman para apuntar de inmediato “mi sensación fue que al terminar, todos estábamos conectados en una común unión, como si hubiésemos pertenecido a una misma situación”, marcando así que quienes estuvieron allí fueron partícipes de algo selecto, íntimo.
Por Silvina Esnaola
EL ARGENTINO
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