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Malvinas: cuando la memoria de Raúl Dimotta y Carlos Mosto se hace Patria

 En estos precisos momentos, hay innumerables banderas celestes y blancas flameando alrededor de Malvinas: es un mar espumoso que recuerda que esas islas son la Patria, del mismo modo que la Patria también es la plaza, el barrio, la calle, cada pueblo y ciudad de este país.

Domingo, 6 de Septiembre de 2015, 1:22

Por 4

Ayer, en la plaza sargento Raúl Dimotta, ubicada frente a la Costanera Sur, se realizó por la mañana un homenaje a la memoria de estos dos hijos de Gualeguaychú y en ellos, también un homenaje a todos los ex combatientes de la gesta de Malvinas.

EL ARGENTINO dialogó con Carlos Oscar Corsini, quien fue compañero de Raúl Dimotta y con José Luis Andino, el último soldado que estuvo con Carlos Mosto.

Corsini fue compañero de promoción del sargento Dimotta, quien perdió la vida en Malvinas, tras el derribo de su helicóptero que tenía como misión rescatar la tripulación de un barco pesquero hundido por los ingleses.

“Fui compañero de Raúl porque los dos éramos del Batallón de Combate 601. Yo prestaba servicios en la compañía de Asalto B como copiloto de helicóptero y él en la compañía de Asalto A con asiento en Campo de Mayo”, dice a manera de presentación e introducción Corsini.

“Cuando lo conocí, teníamos 14 años y fuimos compañeros e hicimos toda la formación militar codo a codo a pesar de que él era un año mayor que yo. Por eso siempre digo que a Raúl lo conocí como adolescente y juntos nos hicimos hombres, amigos, pero también lo conocí como hijo, como esposo, como padre... y como soldado. Siempre fue una persona ejemplar”, dice este ex combatiente que llegó a Gualeguaychú para que la memoria por Malvinas esté en el calendario los 365 días del año.

Corsini recordó que cuando los ingleses hundieron un barco pesquero que traía provisiones, se designa a un helicóptero para que vaya al rescate de los posibles sobrevivientes. Esa nave no puede despegar por fallas técnicas y los mandos superiores pidieron voluntarios. “Así el teniente primero Fioritto, el teniente primero Buschiazzo y el sargento Dimotta se ofrecen para ir a esa misión”, rescata Corsini.

“El radar de una fragata inglesa los marca y con un misil los derriban. Eso fue aproximadamente a la hora 16 del 9 de mayo de 1982”, recuerdo Corsini y aclara que “Malvinas tiene muchas pronunciaciones topográficas y por eso al principio pensamos que habían descendido porque ese helicóptero no estaba preparado para hacer vuelos nocturnos”, reseña.

“En la madrugada interceptamos una comunicación de la fragata que daba cuenta de un derribe en la zona donde estaba operando el helicóptero PUMA Alfa Eco 504 donde estaba Dimotta junto a sus otros dos compañeros. Así nuestras esperanzas de que tuvieran con vida se derrumbaron y tomamos conciencia de nuestra primera pérdida. Eso nos impactó profundamente, pero la intensidad de las operaciones no nos permitieron hacer el debido duelo”, reconoce.

Ayer por la mañana, Corsini estuvo en la plaza que lleva el nombre de su compañero de toda la vida y destacó que “la jornada en Gualeguaychú colmó ampliamente nuestras expectativas. Nuestro trabajo es lento, elegimos el camino más largo, pero sabemos que es lo mejor para que todos conozcan que tenemos héroes que son hijos de Gualeguaychú y que eso es parte de su ADN como comunidad”. E insistirá: “Pero hay que conocerlos y valorar sus testimonios de vida. La gente tiene que hacerse uno con ellos, porque la Patria se hace en esta plaza y en cada una de las calles de la ciudad y tiene que estar en nuestro corazón”.

Corsini se queda en silencio, observando a los otros ex combatientes que también se hicieron presentes. De manera espontánea rompe el silencio y cuenta: “En Malvinas teníamos un cuartel, donde cada vez que regresábamos de una misión, lo hacíamos con mucho estrés y quien nos recibía era Carlos Mosto que siempre tenía un café o una palabra a mano para nosotros. Y nos llenaba de energía. Todos los que pertenecimos a esa unidad de combate siempre admiramos esa actitud que nos hacía muy bien a nuestro espíritu”.

 

Carlos Mosto

 

José Luis Andino fue compañero del soldado Carlos Mosto, porque ambos hicieron el servicio militar en la Brigada de Infantería Mecanizada X “Teniente General Nicolás Levalle” de La Plata.

Andino aporta su testimonio: “Carlos era mayor que nosotros, nos llevaba tres años. Lo conozco en La Plata. Él estuvo aproximadamente seis meses y enseguida logró la baja del servicio. En ese tiempo si bien nos veíamos, no llegamos a entablar una amistad; porque nuestras funciones eran distintas: él estaba en Enfermería y yo en lo que llamábamos Rancho o cocina. Y hasta ahí era un compañero más”.

“Cuando se arma el conflicto, vuelven a reincorporar a todos los que se habían ido de baja y así regresa Carlos Mosto. En nuestra Compañía éramos 220 personas, y no sé con qué criterio, nos mandan a Malvinas a 110, es decir, a la mitad”, dice este veterano.

“Entre los 110 que fuimos elegidos, Carlos Mosto no estaba. Justo en el momento de partir, estando ya arriba de los camiones, un compañero comienza a manifestar que se siente mal y el jefe lo hace bajar. Quedamos 109 soldados y entonces se dirige a los otros 110 que nos estaban despidiendo y pide un voluntario. Carlos fue el primero en dar un paso al frente”, señala Andino ya embargado por la emoción.

“Nosotros, desde arriba del camión, le decíamos que no fuera él, pero por nada especial, simplemente porque era más grande que nosotros y no era de nuestra clase. El jefe nos miró y nos dijo que si en el campo de batalla tuviera que elegir entre un fusilero o un enfermero, elegiría al enfermero. Y le da la orden a Carlos para que se suba al camión con nosotros”.

Al compartir ese relato, Andino está sentado en un banco de la plaza Dimotta. Enciende su tercer cigarrillo, da una pitada, larga el humo… toma aire y continúa su relato, esta vez con una mirada brillosa, líquida, con una lágrima atrancada en los párpados.

“Llegamos a Malvinas y con Carlos comenzamos a conocernos de una manera más íntima, más profunda. Carlos siempre andaba caminando, visitando las trincheras, los pozos de zorros. Llegamos el 16 de abril y recién el 1° de mayo recibimos las primeras bombas en nuestra posición”, señala y da cuenta que esa situación los encuentra en Puerto Argentino, descargando los barcos con pertrechos.

“Nuestro grupo estaba a casi siete kilómetros de Puerto Argentino y entre distintas compañías elegían a un número pequeño de soldados y entre todos esos grupos armaban una especie de Regimiento. Carlos Mosto estaba en Puerto Argentino, a siete kilómetros de nosotros. Y ese 1° de mayo nos bombardean y regresamos a Puerto Argentino. Alrededor del cuartel teníamos nuestras posiciones y Carlitos siempre las recorría y nos visitaba. Y si encontraba a un soldado que estaba angustiado, deprimido, con miedo, él siempre tenía una palabra de aliento y de contención… y se especializaba en darnos ánimo y coraje”.

“Le habíamos puesto como apodo El Curita, porque siempre andaba con una Biblia bajo el brazo y una palabra de esperanza para todos. Nos leía la palabra de Dios y nos abrazaba y nos levantaba el ánimo. Entre nosotros era muy respetado, porque sin ser suboficial ni oficial, lo considerábamos un superior. Habrá sido porque era mayor que nosotros o por su actitud o por todo eso, pero lo concreto es que Carlitos para nosotros era un líder que nos fortalecía espiritualmente y siempre tenía un mensaje de vida”.

“Así fueron transcurriendo los días. Y en el cuartel los bombardeos eran permanentes. Y si bien las bombas caían alrededor, nunca en la construcción del cuartel, la situación era aterradora”, recuerda Andino.

“En uno de esos días, una bomba le dio a un radar que para nosotros era estratégico, porque nos permitía dirigir mejor la ametralladora antiaérea que teníamos y sin el radar era como tirar a ciegas o a la nada”, dice y agrega para configurar mejor el contexto: “El cuartel quedaba en medio de dos montañas, una conocida como Monte Longdon y la otra como Tumbledown y atrás Puerto Argentino. Nosotros sin radar no pudimos detectar que un avión inglés hacía un vuelo casi rasante por Tamblendown y lanza dos bombas. Las dos pegan esta vez de lleno en el cuartel, una explota y la otra no se activa. Esto fue el 11 de junio de 1982, el día que murió Carlos Mosto”, dice con voz quebrada y la lágrima, incontenible, ya surcando su rostro.

“Una hora antes de que pasara esto, habíamos recibido una alerta roja que nos advertía de un ataque por avión. Cada vez que recibíamos esa clase de advertencia, teníamos que abandonar el cuartel y refugiarnos en nuestras posiciones. Las posiciones las ocupábamos siempre de a dos, que era también una forma de hacer el recuento de los soldados de manera precisa, porque cuando regresábamos a formar lo primero que teníamos que observar era si teníamos al compañero asignado que tenía cada uno”, relata Andino.

“Era tan normal recibir esta clase de alerta, esperar una o dos horas, y comprobar que no pasaba nada; que incluso a veces dejábamos nuestras posiciones y regresábamos al cuartel. Ese 11 de junio lo hicimos así, pero esta vez el avión nos lanzó dos bombas que dieron de lleno en la construcción”.

“Los jefes nos ordenan formarnos en un playón y cuando nos alistamos, escuchamos el grito: ¡Falta Carlos Mosto! ¡Falta Rodríguez! Un compañero señala que Carlitos estaba en la cafetería del cuartel, justo en el lugar donde la bomba le había dado casi de lleno”, recordó Andino y vuelve a refugiarse por unos segundos en el silencio.

“El cuartel era como un ´C´ o como una ´U´. Luego de ingresar por un pasillo largo, en el primer ángulo estaba la cafetería. Cuando íbamos entrando para ver qué podíamos hacer, vimos que salía un mayor con una herida en la cabeza y toda la cara ensangrentada y aturdido por la situación. Incluso ese mayor intentó pararnos y nos gritó para que no ingresemos al cuartel por el peligro de derrumbe evidente que había”, dice este ex combatiente que fue el último en estar con Mosto.

“No lo escuchamos al mayor. Primero ingresó un compañero, luego un segundo y sin saber por qué, también ingresé yo. Nunca supe por qué tomé esa decisión, fue todo muy rápido”, dice y continúa: “Cuando se ingresa al cuartel, estaba un primer ámbito donde se ubicaba la guardia, luego dos o tres oficinas más y finalmente, en un espacio más largo que angosto, la cafetería”.

“En todas esas habitaciones íbamos removiendo escombros, sacando mobiliarios, quitando aglomerados. Ingresamos Carlos Massar, Osvaldo Ramírez y yo”.

“Cuando finalmente llegamos a la cafetería, nos encontramos que la puerta estaba trabada por un cuerpo. Carlos Mosto era flaco y alto, así que comenzamos a mover la puerta despacio porque no sabíamos qué nos íbamos a encontrar detrás. Carlos estaba trabando la puerta y su cuerpo estaba intacto. Lo alcanzamos a mover. Me acerqué e intenté tomarle el pulso poniendo mis dedos en su cuello. Yo no sé nada de primeros auxilios, pero eso fue algo instintivo. Sentí que tenía todavía un leve latido. Como dije, su cuerpo estaba intacto, pero era evidente que la onda expansiva de la bomba había sido letal”. Andino enciende su cuarto cigarrillo, se seca las lágrimas que le surcan el rostro, carraspea para aclararse la voz y continúa con su relato.

“Intentamos levantarlo pero no pudimos porque tenía el pie atrapado en un caño estructural muy pesado. Otro compañero logra hacer una palanca y nosotros logramos sacarlo. Entonces, vuelvo a agarrar el cuerpo de Carlitos, pero esa vez siento claramente cómo se queda sin vida. Y muere en mis brazos”.

 

Valor por la vida

 

“Durante diez años esa experiencia me pesó mucho. Y sentía una necesidad imperiosa de hablar con la mamá de Carlitos y contarle. Mi lucha interna era saber cómo lo iba a tomar ella o si yo era capaz de poder describir esos últimos momentos sin causar nuevos dolores”, dice casi a manera de confesión.

“Sabía que Carlitos era de Gualeguaychú. Tenía el nombre de un pueblo y el nombre de Carlos Mosto… pero nada más y esa necesidad de contar y la incertidumbre por cómo recibirían mis palabras. El tiempo fue pasando. Para ubicarnos, estamos en la presidencia de Carlos Menem. Se organiza el primer viaje de familiares a las Islas Malvinas. En ese tiempo yo estaba trabajando fuertemente en la causa Malvinas y me encargaba de recibir a los familiares que iban a viajar”.

“Todo eso estaba organizado por la Federación de Veteranos de Guerra de la República Argentina y mi rol era recibir a los familiares que venían de distintas provincias. Me ubicaba en la terminal de ómnibus con un cartelito con el nombre de esa provincia, guiaba a los familiares hasta el transporte que lo iba a llevar hasta el hotel para ir al otro día a la Casa Rosada para ser recibidos por el presidente antes de emprender el viaje hacia Malvinas”.

“En Casa Rosada, Carlos Menem los iba a agasajar antes del viaje a Malvinas y ese encuentro servía también para explicar un poco más en intimidad, algunos detalles. Por ejemplo, mantener un comportamiento de respeto para evitar que esto se interrumpiera y para permitir que otros familiares, también en futuros viajes, tuvieran la oportunidad de visitar la isla y rendirle un homenaje a sus seres queridos”.

“El asunto es que yo estaba en la Casa Rosada en medio de todo eso y le pregunto a un compañero de la Federación si sabía si estaba la mamá de Carlos Mosto. Me indica cuál es y me acerco. La mamá de Carlitos se llamaba Blanca”, dice Andino esta vez con una voz mucho más aliviada.

“Esa fue la primera vez que la veía. En realidad fue la segunda. La primera vez fue cuando regresamos de la isla a nuestra Brigada de La Plata y ella estaba parada preguntando a todos los que pasábamos si sabíamos qué había pasado con su hijo. Nadie le había dicho nada y nosotros que teníamos que entrar rápidos sin hablar con nadie. Una barbaridad que nadie se haya acercado a esa mujer que pedía a llantos saber algo de su hijo. Si bien de su rostro no recordaba nada, sabía que pedía saber por Carlitos Mosto. Pero no pude o no supe cómo acercarme”.

“Por eso digo que de su rostro no me acordaba nada. Y fue en esa oportunidad en Casa Rosada donde siento que estoy por primera vez frente a ella. Me presento. Nos sentamos en un rincón y le dije: ´yo fui compañero de su hijo y sé cómo murió´. Le pregunté si quería saber la historia y ella respondió que sí. Le volví a preguntar si estaba segura, y ella sin quitarme la mirada de los ojos, volvió a decir que sí”.

“Y le narro lo que acabo de contar. Cuando termino, ella me confiesa que había recibido muchas versiones en la forma que había muerto su hijo, pero sentía que lo que yo le acababa de contar era la real. Nos quedamos un rato en silencio, porque en silencio también se comparten recuerdos y sentimientos”, señala Andino.

“Luego Blanca me pidió conocer a los otros dos compañeros que habían ingresado al cuartel conmigo para buscar a Carlitos. Le digo que hacía como diez años que había perdido contacto con ellos, pero me comprometo a vincularlos. Seguimos charlando y me hace un segundo pedido: conocer a todos los soldados que habían estado con Carlitos, a los 110 que habíamos salido de La Plata. Y me dice algo más: que ella nos quería conocer a todos, porque en cada uno de nosotros estaba una parte de su hijo. Al principio no entendí bien ese mensaje”.

“De todos modos, me comprometo con ese deseo y fue ese mandato el que me inspiró también a juntar por primera vez después de la experiencia de Malvinas, a toda la Brigada Décima de Infantería Mecanizada de La Plata”.

“Lo primero que hago es ir al Regimiento de Patricios y pido un listado de los soldados de la Décima Brigada. Al principio me lo niegan, pero de tanto insistir e insistir, logro que me den ese listado: solamente nombres y apellidos y DNI, pero nada más. Y así, salgo a buscar uno por uno”.

“Logro localizar a 90 compañeros de los 110. Los convoco a todos en un lugar para compartir un asado y les cuento que Blanca es la mamá de Carlitos Mosto, y que quería conocer a todos. Muchos discutieron si era conveniente o no y finalmente, de manera unánime, todos se sumaron a esa invitación”.

“Así fuimos armando grupos de a veinte, treinta personas y viajábamos a Gualeguaychú para reunirnos con Blanca. Hace quince años que vengo de manera periódica a Gualeguaychú, a dar clases en las escuelas e incluso somos padrinos de la Escuela Soldado Carlos Mosto, algo que nos sigue llenando de orgullo, de dignidad y de valor por la vida”, señala Andino, que vuelve a refugiarse en el silencio para continuar su último mensaje.

“En esos encuentros con Blanca y sus familiares, comenzaron a surgir distintas anécdotas de cada uno de nosotros con Carlitos. Y ahí me doy plenamente cuenta de lo que había dicho esta mamá al decir que en cada uno de nosotros, estaba una parte de su hijo. Porque de eso se trata: de saber y tomar conciencia que todos tenemos una parte de todos y eso se llama Patria”.

 

 

Por Nahuel Maciel

EL ARGENTINO

 

 

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