

Redacción EL ARGENTINO
Por Waldemar Oscar von Hof
Especial para EL ARGENTINO
De joven estudiante trabajé en una comunidad ordenando la biblioteca. Había varios libros, e incluso viejas biblias, que estaban en muy malas condiciones y al estar repetidas decidimos sacarlos a la calle para que algún cartonero se las llevara como papel viejo. Al rato de sacarlas viene una señora con la caja bajo el brazo y me la entrega diciendo: -Los libros no se tiran ni se queman. Para disculparme le dije que estaban a disposición para ser llevados. Aliviada revisó los libros y termino llevándose una Biblia.
La quema de libros se ha repetido en la historia y como ejemplo podemos poner el incendio de la biblioteca de Alejandría o la quema de libros por la dictadura de los años ´70, de la cual ha sido objeto también la biblioteca del ISEDET, nuestra facultad de teología en Flores, ciudad de Buenos Aires. Este incendio no prosperó porque un grupo de alumnos que vivía en el internado pudo sofocarlo a tiempo, claro ayudó a que el incendiario no era muy ducho ya que las botellas con combustible no explotaron como había sido planificado.
En su novela “Fahrenheit 451”, escrita en el año 1953, Ray Bradbury describe una sociedad que dejó de leer libros, custodiada por los bomberos, que deben quemar todo libro existente como también la vivienda, y si fuese necesario al poseedor. Fahrenheit 451 es la temperatura en la que arde el papel, equivalente a 233 grados centígrados, en la escala de Celsius. Los bomberos se atienen a una “Lista mecanografiada de un millón de libros prohibidos...” que deben incendiar.
Montag, un apasionado quemador de libros, perteneciente al cuerpo de bomberos, descubre una noche que su esposa ha consumido una sobre dosis de pastilla intentando un suicidio. Llama a emergencia viniendo dos personas que con su equipo limpian a Mildred, no son médicos, porque no hay suficientes médicos dedicados a la tarea de salvar a suicidas. No comprende la situación porque creía a su esposa “feliz” ya que era una apasionada seguidora del programa “la Familia” que se transmitía las veinticuatro horas en las grandes pantallas del living. En este tiempo también se encuentra con Clarisse, una joven que no va a la escuela, ya que su familia no quiere que pierda su libertad. Esta niña, que luego es asesinada, en su inocencia le pregunta si él “es feliz”. A esto se suma el encuentro con el profesor Faber, que desencadena lo que su jefe de bomberos le había prevenido “por lo menos una vez en la vida, empiezas a preguntarte qué dicen los libros”.
El viejo maestro desocupado se dedica, junto a un grupo de intelectuales, a compilar libros en su mente como una forma de resistencia. Esta forma de conservar los libros es una manera de resistir a la persecución, complementada con exhibicionismo de triunfo y una guerra falaz. “Los libros, las novelas y la poesía nos ayudan a descubrir el significado de las cosas...y nos ayudan a saber que estamos vivos” afirma.
Me sorprendí al visitar la biblioteca popular de nuestra villa (1), donde todos los meses se descartan gran cantidad de libros “porque la gente ya no lee tanto”. Una de las frases en Fahrenheit afirma: “Faber, viejo profesor de literatura, se quedó sin alumnos porque la gente dejo de leer y sus alumnos a asistir a sus clases”. La preocupación de Bradbury, hace ya setenta años es que se pierda la oportunidad de aprovechar a los libros que “son receptáculos donde almacenamos las cosas que tememos olvidar” y “Los conocimientos, que creemos habremos de necesitar, intactos y a salvo”. Asegura que después de leer un libro se “emprenden acciones por la interacción” y “… todo el mundo debe dejar algo detrás. Un hijo, un libro, un cuadro, una casa, una pared levantada o un par de zapatos”
Bajo el pretexto de la felicidad, Montag descubre una sociedad que ha dejado de leer y por lo tanto perdió la capacidad de discernir entre, hacer lo que el poder de turno le pide o decidir por su propia disposición.
Y debo confesar que comparto con Bradbury, que pone en la boca del profesor Faber, que el placer de abrir un libro no solo pasa por descubrir su contenido si no por “el placer de sentir el olor de las hojas en los libros. (...) Huelen a Nuez Moscada o a alguna otra especie procedente de alguna tierra lejana” Abrir un libro tan solo para descubrir el olor a tinta, y de paso leerlo para ser feliz o distinguir por nuestra propia voluntad.
Referencia
1) Biblioteca Popular “Dr. Manuel Belgrano”, que está en el subsuelo del salón cultural en villa General Belgrano, Córdoba.
(*) Waldemar Oscar von Hof es pastor de la Iglesia Evangélica del Río de la Plata y escritor.
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