
"La familia es el santuario del amor y de la vida y el hombre en comunidad está destinado a la fraternidad”
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Nació el 7 de febrero de 1926 en Oliva, provincia de Córdoba. Sus padres fueron Juan y Emlia. Su padre era constructor, idóneo, un maestro mayor de obra hecho en el oficio. Tiene dos hermanas nacidas en Argentina “y un hermanito fallecido en Croacia” como él mismo lo referenció.
El cardenal Estanislao Esteban Karlic es un padre, en el sentido más profundo: una guía, un maestro, un ser que se hace humilde para que el otro sea.
Se sabe que una vida humana es inasible, por eso toda biografía es incompleta. No obstante, cada vez que se pronuncia el apellido Karlic, se remite no sólo a un cardenal de la Iglesia Católica Apostólica Romana, sino a un ser religioso por excelencia. “Un lápiz en la mano de Dios”.
Estudió en el Seminario Mayor de Córdoba, y en la Universidad Pontificia Gregoriana de Roma, donde obtuvo una licenciatura en Teología. Después de su ordenación sacerdotal, se desempeñó como superior de la sección de filosofía del Seminario Mayor de Córdoba.
El 6 de junio de 1977, Karlic fue nombrado obispo titular de Castrum por el Papa Pablo VI. Karlic más tarde fue nombrado arzobispo coadjutor y administrador apostólico de Paraná el 19 de enero de 1983, para finalmente suceder en el puesto a su Arzobispo el 1º de abril de 1986. De 1986 a 1992, fue miembro de la comisión para la redacción del nuevo Catecismo de la Iglesia Católica. Se desempeñó como Presidente de la Conferencia Episcopal Argentina durante dos períodos consecutivos (1996-1999 y 1999-2002) antes de dimitir como arzobispo de Paraná el 29 de abril de 2003, después de siete años de pleno y comprometido servicio.
El Papa Benedicto XVI lo creó cardenal sacerdote de la Beata María Virgen Dolorosa, una plaza de Buenos Aires en el consistorio del 24 de noviembre de 2007. Como contaba con más de 80 años en el momento de su elevación, Karlic nunca podrá ser elegible para participar en un cónclave papal.
Gracias a las gestiones del obispo de Gualeguaychú, monseñor Jorge Lozano, EL ARGENTINO pudo acceder a una entrevista con Karlic en la lluviosa mañana del miércoles. El diálogo se desarrolló en la Casa Encuentro, en la misma aula donde minutos antes Karlic había compartido con los sacerdotes de la diócesis una jornada de reflexión y oración.
Alto, como una espiga que tiene destino de pan, Karlic dialogó a agenda abierta como es su costumbre. A medida que el diálogo avanza, su imagen frágil se convierte en un torrente, como un río que alimenta pueblos y ciudades y en su avance tiene ansias de abrevar siempre en el origen.
Su ademán es grácil, casi aéreo. Un gesto etéreo, sutil, casi impalpable, le da continuidad a sus palabras, que son como hilos que tejen la urdimbre de un pensamiento acostumbrado a revelar misterios.
Manifestó una gran preocupación por el medioambiente, en especial cuando se refirió al oro azul que es el agua; sonrío con el alma cuando recordó los campos azules de lino que alguna vez caracterizaron a Entre Ríos y reclamó recuperar palabras de amistad como “hermano” o ese saludo tan entrerriano: “en qué te puedo servir” que convoca a la amistad social, a la solidaridad, a la reciprocidad que caracterizan a quienes se sienten hijos de Dios.
Reveló una reflexión muy actual sobre el mensaje de las religiones monoteístas (cristianismo, judaísmo e islamismo) que ninguna responde a un sistema democrático, pero que están llamadas –hoy más que nunca- a dar iluminación para fortalecer las democracias en la doliente América Latina, en el flagelado Egipto, en el mortificado Medio Oriente y en la convulsionada Israel. Y en ese marco, recordó la importancia de no alterar el orden de las verdades, justamente para que la familia siga siendo el santuario del amor y de la vida y la sociedad encuentre su destino de fraternidad.
-¿Se acuerda cómo le nació la vocación de ser sacerdote?
-Era miembro de la Acción Católica, en tiempos de estudiante de la secundaria. El llamado me tocó el corazón y por eso le doy gracias a ese movimiento que me permitió profundizar esta vocación de vida eucarística. Y también le debo gracias a un gran maestro, a un gran sacerdote como fue el Padre Severo Reynoso.
-¿Cuándo se ordenó sacerdote?
-Ah, ese es otro nacimiento. Fue el 8 de diciembre de 1954. Me ordené en Roma. Ordenado por el entonces arzobispo de Paraná, Zenobio Lorenzo Guillán. Fue el destino, porque en mi vida ignoraba que iba a tener ese arzobispado como servicio pastoral.
-Usted vivió todo el proceso conciliar…
-Estuve viviendo en Roma y asistí a las tres últimas sesiones porque me servían para mi tesis doctoral. Fueron una sesiones hermosas, muy vivo… histórico. Se hizo con un deseo de verdad impresionante, con debates y discusiones formuladas con mucha humildad pero con una tremenda profundidad. A la mañana se hacían las grandes reuniones en San Pedro y por la tarde se sucedían las conferencias de los más grandes pensadores, muchos de ellos, teólogos provenientes de todas partes del mundo. Fue un debate polifónico.
-¿Cuándo llega a Entre Ríos?
-Yo era obispo auxiliar en Córdoba y llego a Paraná a finales de 1983, en el umbral de la democracia. Los niños en Córdoba, que tuvimos una escuela primaria excelente en las escuelas fiscales o públicas, cuando pensábamos en Entre Ríos nos imaginábamos una tierra muy hermosa por las cuchillas y los campos azules por el lino. Se perdió ese color de lino en el campo entrerriano. En Córdoba teníamos los campos amarillos por el trigo y nos daban asombro los campos azules del lino entrerriano. En fin… La estancia en Entre Ríos me marcó también de por vida, para toda la vida.
-De las tres religiones monoteístas más influyentes en el mundo (cristianismo, judaísmo e islamismo) ninguna responde desde lo institucional a un sistema democrático. Sin embargo, están llamadas –hoy más que nunca- a dar iluminación para fortalecer las democracias en el planeta. Esto se observa en América Latina, en Egipto, en Medio Oriente y en Israel. ¿Le despierta alguna reflexión esta situación?
-Muchas reflexiones. Desde el punto de vista del Evangelio, de Jesucristo, tiene una gran verdad que quisiera enseñar y comunicar a todos: la dignidad de la persona. Llamada no solamente a la comunión con Dios, sino con todos. Es una verdad que la recordábamos hace un momento con los sacerdotes y recordábamos una frase del Concilio: “El misterio del hombre sólo se esclarece en el misterio de Jesucristo”. Es tan grande la dignidad del hombre, que no podemos hablar suficientemente bien del hombre, como corresponde, sino atendemos al misterio de Jesús. Y eso es lo que nos trae a pensar cómo debe ser la convivencia en este mundo. Hay verdades sobre el hombre, sobre la creación, sobre la dignidad de la libertad del amor, que hacen que queramos ser no sólo justos (de la Justicia tendremos que dar cuenta a Dios), sino esencialmente amigos. El misterio del hombre sólo se esclarece en el misterio de Dios y por eso, como el hombre tiene que imitar a Dios, tiene que ser amigo. Es decir, buscar siempre la relación de amistad social para constituir en la sociedad.
-La amistad social es un gesto de solidaridad… de reciprocidad…
-Exacto. Nosotros decimos: la amistad es el amor muto. Y en ese deseo de bien, porque amar es desear bien, tenemos que ser siempre generosos. La gratuidad es una cualidad de la amistad. Entonces, la Iglesia tendría que ofrecer la explicación del misterio del hombre, subrayando que es a imagen y semejanza de Dios y nuestra ley es el amor a Dios y a todos los hombres, sin exclusión.
-¿Cuando dice amar sin exclusión, también se refiere al enemigo?
-Por supuesto. Amar a todos los hombres, sin exclusión… incluso al enemigo. Por eso en las entrañas de la amistad social tiene que estar el diálogo y por supuesto, el deseo de entablar relaciones amistosas, con el deseo de hacerse el bien mutuamente, buscando el bien el uno del otro. Entonces, es la afirmación de búsqueda del bien común. Nos reunimos para buscar el bien común, de todos.
-En estos tiempos pascuales, cómo evitar recibir a alguien como mesías y a la semana crucificarlo…
-Eso me lleva a reflexionar sobre esta otra categoría que el cristianismo quiere ofrecer y es la conciencia de la fragilidad humana. La libertad es maravillosa porque es capaz de amar hasta la muerte. Y la libertad es trágica porque es capaz de matar. Por eso, nosotros hablamos no solamente de la entereza del amor sino también de la tragedia del pecado. Esta es una categoría que en la cultura contemporánea no siempre aparece, porque el pecado es no comprender la responsabilidad de la libertad.
-A mayor libertad, mayor responsabilidad…
-Exacto. Así de sencillo y de profundo. Nos podemos preguntar qué es primero: si la verdad o la libertad. Y la respuesta, que es también evangélica, nos enseña que primero es la verdad, porque sólo la verdad nos hace libres. Y según la verdad es cómo debemos utilizar la libertad. Nosotros decimos que la libertad no es digna sino se sujeta al verdadero bien del hombre, de todos los hombres. Fíjese cuántas cosas van apareciendo: el hombre, la fragilidad, la caridad, la amistad social, la conciencia de Dios. Tenemos que estar muy atentos y saber que no tenemos sentido sino en una comunidad. El hombre aislado es una contradicción. El hombre está llamado a vivir en la comunión de hermanos. Por eso a la Iglesia le gusta mucho hablar de la Iglesia como familia y de la Nación como una comunión de hermanos. Hace un momento estábamos reflexionado con los sacerdotes (de la diócesis de Gualeguaychú) sobre una expresión muy entrerriana y que era toda una tradición: nos referíamos a la expresión de hermanos. Esa palabra “hermanos” era una sana expresión de los entrerrianos y lamentablemente se ha perdido. Sería un honor recuperar esa palabra. “Cómo estás hermano” es un saludo precioso que se está perdiendo.
-Somos todos hombres habitando una misma casa…
-Somos todos hombres, hermanos viviendo una misma casa, un mismo hogar. Es hermosa esa imagen. Ahora nos estamos dando cuenta que estamos en esta Tierra y la debemos cuidar. Es evidente con el tema del clima, por ejemplo. Todos los hermanos debemos cuidar el agua. No solamente para que no se la ensucie, sino para que se la aproveche de la mejor manera. La vez pasada hablaba con una persona que no era nacida en Argentina y le mostraba el río Uruguay y le expresaba la maravilla de nuestros ríos, junto con el Paraná. Y esta persona me dice: pero no lo aprovechan suficientemente. El río Uruguay y el Paraná son un tesoro. Tenemos que cuidarlo por nosotros y por todo el mundo. Recuerdo que una vez estaba en la Academia de Ciencia de Roma y estaba presente un iraní y decía que el tema del agua debería estar sujeto y defendido por el derecho internacional. Eso es Argentina, una tierra pródiga en agua. ¡Qué responsabilidad que tenemos!
-Si trazamos una línea imaginaria desde Misiones hasta Tierra del Fuego, nos daríamos cuenta que todo es playa. Comienza, de norte a sur, con el misterio fluvial de la Mesopotamia, con sus montes e islas. Le sigue una zona negra, contaminada con Rosario, Buenos Aires y La Plata. Continúa con un borde amarillo de playas y arenas y sigue con la fuerza de un azul patagónico que se hace blanco austral…
-No lo pensamos de esa manera. Pero es bello verlo así. Debemos pensar que somos agua y el agua es vida. Hay que humanizar la industria. Que todos quieran el bien de todos. Si queremos a la humanidad, entonces debemos actuar como hombres. No se trata de anular, de excluir, sino de integrar. La vez pasada estaba en Concordia y reflexionaba que el río Uruguay nos estaba bendiciendo a todos, incluido al país hermano. Es un tesoro y debemos cuidarlo para nosotros y para todo el mundo.
-Además, el río nos enseña que se avanza siguiendo sus propias huellas…
-Así es. Nos convoca a una memoria en común, que es de origen.
-Me imagino al río como un cordón umbilical que nos alimenta y nos da vida. Nos sujeta y nos hace sujetos. Somos pueblos ribereños. Nos da idiosincrasia, nos hace cultura… Lo cotidiano que nos hace trascendental…
-Hemos perdido y debemos recuperar lo cotidiano como algo trascendental. La mesa familiar. Debemos comprender la trascendencia de compartir el pan, el agua, el vino, de ser junto al otro. Compartir. ¡Dios mío! ¡Qué bellezas nos estamos perdiendo! Cuando una madre le dice a su hijo: “Querés más”, está expresando la infinitud del espíritu humano en su amor. No es la abundancia material, sino la sobre abundancia del amor. Lo mismo cuando se saluda: “Cómo andás. En qué te puedo servir”. Mire que lenguaje noble. No es marketinero. Es catequístico. La mezquindad nos ciega. Por eso no hay que perder la capacidad de la palabra.
-¡Somos Verbo!
-Sí, señor. Somos Verbo. Es hermoso tomar conciencia de ello.
-Palabra, acción y sentimiento.
-Sí, pero hay que cambiar el orden y es importante. Palabra, sentimiento (amor) y acción. Y la gran acción es el amor. No se olvide de ese orden.
-Quisiera llevarlo a un adobe que tiene más bosta que tierra. No siempre la palabra de la Iglesia se escucha en su total potencia. ¿Será porque estamos aturdidos o porque hay ambigüedad en la propia Iglesia?
-En todo caso le respondo en esta forma. Cuando se encuentran dos que se quieren, se respetan y se enriquecen. O son dos que se hablan y no se escuchan, y en consecuencia no se enriquecen e incluso llegan a combatirse. El encuentro es para hacerse amigos. Y eso implica saber escuchar al otro. Hablando en términos generales, la Iglesia como misterio, existe y tiene toda la riqueza del Evangelio, de la Gracia, del amor por su pueblo… Y también es pecadora. Pero tiene la fragilidad de siempre y por eso cada día lo puede hacer mejor. Vivimos una crisis profunda en la cultura mundial, donde se llega a preguntar si existe la verdad, si existe el bien. Ahora se dice, erróneamente, que vivamos como si Dios no existiera. Existe mucho relativismo. Es muy profundo lo que nos está pasando e incluso con cambios que se viven de manera muy veloz, muy rápida. La Iglesia debe vivir –como lo ha tenido que vivir siempre- el amor hasta la muerte o no vive. Por eso –y esto no se dice mucho-, Dios está pidiendo sacrificios muy grandes. No es casual que en estos momentos haya muchos mártires como en las épocas más intensas. Volviendo a su pregunta, creo que la Iglesia está llamada a dar testimonio como en sus mejores tiempos. Siempre lo debió hacer, pero hoy más que nunca por la profundidad de la cultura. Hay signos muy lindos pero simultáneamente muy duros de quienes están dando la vida… son mártires y hoy los hay más que antes. Estos cambios nos deben proponer el misterio cristiano para el mundo de hoy: el cambio climático, las propiedades, las nacionalidades, el encuentro de culturas. El error y la verdad. La mentira. Y especialmente el misterio de Dios y de la fraternidad humana. Y si lo quiere de manera más radical: el misterio de Dios, el misterio del hombre y el misterio del mundo. Como siempre, la preposición no se debe pronunciar solamente con el verbo de la boca sino con el verbo de la vida. En todo caso su pregunta me dice si nos damos cuenta del llamado. Y hay gente que puede dar testimonio de ello. Empezando por los Papa. Y ahí tenemos a Juan Pablo II, a la Madre Teresa de Calcuta, dándonos sus inspiradores ejemplos.
-Una vez leí una frase que decía que la Madre Teresa era un lápiz en la mano de Dios… Y lo mismo pienso en Juan Pablo II…
-Qué hermosa frase. Es verdad. Ahora, con la Gracia de Dios, el 1° de mayo será la beatificación de Juan Pablo II. Ambos fueron un lápiz en la mano de Dios. Tenemos que tener conciencia del valor enorme que implica un instante y al mismo tiempo que somos temporales. Le temo a esta velocidad que nos impide la profundidad. Ojalá que pasemos a la historia como aquellos que anunciaron al Señor como Él se quiso anunciar: con el verbo de la vida y con la verdad de su amor hasta la muerte. La vocación del hombre, dice el Concilio, es la vocación divina.
-La vocación nos hace habitar la vida…
-El trabajo, como ocupación, es el nombre, la inspiración que nos hace vivir en comunión.
-No le quiero hacer ninguna trampa con la pregunta, pero debo interrogar si lo absoluto atenta contra lo diverso…
-En absoluto. Porque al hablar de lo absoluto sólo lo hacemos desde lo diverso. La criatura es diversa no sólo de Dios sino de todos los demás hombres. La coexistencia de las personas se entiende mejor con una expresión que tenemos y que es muy linda: la distinción. La distinción no nos hace diferentes, sino distintos como personas. En todo caso, nos deja ser hombres iguales y distintos al mismo tiempo. Y esto es absolutamente cristiano y misterioso: en la unidad de lo absoluto, que es Dios, en esa unidad hay distinción de personas. La distinción no me asusta, sino que me confirma. Le quiero formular un problema: ¿cuál es el vínculo que relaciona la gratuidad con el derecho? ¿Qué nos hace más cercanos como ser humano: que usted defienda sus derechos y yo los míos (que confirma la alteridad) o la gratuidad que impulsa a la comunicación y nos lleva al deseo del amor? Le quiero decir, que la primera y la última razón de los hombres debe ser la razón que nos hace amigos. Lo primero en mi vida es que fui querido y me regalaron nada menos que la vida. Y yo tengo derechos porque primero me dieron vida. Es decir, primero fue amor y después derecho. Y entonces eso es lo que debemos ser y hacer, seguir la ley: defender la vida, hacer el bien. Ese es el derecho a la libertad del amor, pero no el derecho a la libertad para matar. Entonces se une la libertad, el amor, el derecho. No se suprimen, se incluyen. Y el orden de la verdad debe respetarse. Así como primero está la verdad y luego la libertad, hay que atender que primero está Dios. No la Iglesia, sino Dios. Aceptando esa advertencia debemos decir que lo primero es el amor y que Dios es amor. La familia es el santuario del amor y de la vida y el hombre en comunidad está destinado a la fraternidad.
Por Nahuel Maciel
Fotografías Ricardo Santellán
EL ARGENTINO ©
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