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Entrevista a Víctor Badaracco

Víctor Carlos Badaracco nació el 30 de octubre de 1933 en Gualeguaychú. Sus padres son de aquí. El “son” debería ir en pasado. “Sus padres eran de aquí” porque están fallecidos, pero es el propio Badaracco quien habla en presente, porque él deja entrever que nadie se va del lugar que ama.

Sábado, 29 de Agosto de 2009, 0:00

Por 4

Siguiendo ese razonamiento, su madre, Catalina María Marchessini, “es” hija de un colono y su padre Víctor “es” hijo de un albañil.

Es que cuando Víctor Carlos habla del pasado impone también una mirada sobre el presente y esencialmente sobre el futuro. “Hoy tenemos que volver a las fuentes para avanzar”, sostendrá.

Es padre de tres hijos, José Luis, Víctor Andrés y María. Médico formado en la primera escuela de pediatría, llegó a ser director del Hospital de Clínicas. También es un reconocido neumólogo, pero su vida no trascurrió solamente por consultorios y hospitales, sino que la ha dedicado también a la docencia.

La entrevista se desarrolló en una atípica tarde de sol, el viernes 14 de agosto. Dos económicas sillas en el patio de EL ARGENTINO, las plantas en el cantero como único testigo, la vieja linotipo como una expresión de la importancia de vincular el pasado con el presente, el mate pasado de mano en mano para avivar el diálogo, fueron el ambiente necesario para que los recuerdos fluyeran -al igual que los rayos- tan abarcadores como vitales.

Su infancia, allá en Costa Uruguay Sur, más precisamente en El Sauce; la escuela primaria y la secundaria… Y el viaje, casi épico, desde Gualeguaychú a Buenos Aires cuando cursaba la universidad.

Pero no fue la anécdota, sino el agradecimiento de los muchos que lo ayudaron en su formación. “Hay que ser agradecidos siempre”, sostendrá en una cálida frase que lo pinta de cuerpo entero.

Por momentos elevó la voz. “Es por la pasión”, dirá sin excusas. Es que el doctor Badaracco no entiende otra forma de asumir las responsabilidades. De eso también se dialogó, ingresando al umbral del análisis del por qué todavía se es una sociedad y un Estado adolescente. Y por qué es necesario volver a la familia para aspirar a un futuro.

“Mi abuelo materno fue importante en su momento para la colonia. Era un inmigrante italiano que llegó sin nada, salvo con una tremenda ganas de trabajar. Y construyeron una estructura de trabajo reconocida, que queda en Costa Uruguay Sur, en el kilómetro 45, más precisamente en un lugar llamado El Sauce, donde actualmente sigo con el campo”, es la mejor introducción a todo lo que viene.

 

-¿De dónde le vienen esos datos familiares?

-La historia del abuelo me llegó desde tiempos inmemorables. Pero hace muy poco tuvimos una reunión, un encuentro familiar muy grande, donde recreamos esos inicios. Tengo un primo hermano, Angel Tamburelli, que le encantan estas cuestiones de la genealogía y fue un gran animador de esa reunión que se realizó el año pasado en La Rural. En ese encuentro rememoramos una gran cantidad de momentos que nos marcaron en la historia individual a cada uno de nosotros. Allí volvimos a aprender de las lecciones de vida que nos enseñaron a trabajar, a respetar la ley y al prójimo, a ser coherente en los planteos, a mostrarnos tal cual somos. Reconozco que vivimos una época que es propensa a perder esas imágenes familiares que dan origen a una identidad, a una familia. Imágenes que nos enseñaron a respetar el espiritualismo de todos los seres que habitan esta tierra.

 

-Tengo una imagen de contraste con los colonos. Por un lado, muy conservadores o tradicionalistas en términos familiares y por el otro, muy liberales y abiertos a la incorporación de tecnología, el acceso al progreso y el desarrollo.

-Creo que no se equivoca con ese contraste, porque todo el esfuerzo de ellos tenía el objetivo de que los hijos remontaran vuelo en la vida. No es una contradicción, sino una actitud complementaria. Porque para levantar vuelo se necesitaban robustas raíces. Siempre tengo a mano la simpatía que me despertaba mi abuelo materno, con quien llegué a convivir, por todos sus quehaceres estaban vinculados con la vitalidad: el trabajo con la tierra, con los animales, en el campo. Usted habla de la tecnología y era así. Aún hoy conservo en el campo un arado y una sembradora que debía ser tirada a caballo, a tracción a sangre, y que en aquella época fue todo un prodigio. Mi abuelo fue uno de los primeros en motorizarse cuando compró los primeros camiones para trasladar los cereales o el producido de la cosecha. Lo transportaba a unos galpones antes de embarcarlos hacia Europa y esos galpones estaban exactamente donde hoy se encuentra la Iglesia “Nuestra Señora de Luján”, frente a la Plaza Ramírez. Ese galpón era conocido, justamente, como el galpón de los cereales. Además, mi abuelo compró los primeros tractores. Y de esos ejemplos, aprendí, casi fascinado, las actitudes ante la vida. A mi abuelo, por ejemplo, nunca lo vi deprimido o abatido.

 

-Es que quienes trabajan con la vida difícilmente se depriman, dado que siempre deben tener a la esperanza como la eterna acompañante…

-Es muy probable que así sea. Fíjese que todos aquellos movimientos siempre impregnaban nuestras percepciones con alegría. Tal vez por esas vivencias me siento un tipo tremendamente feliz.

 

-¿Dónde hizo sus primeros estudios?

-La escuela primaria la inicié en la Escuela Rawson y luego me pasé a la Escuela Normal. La secundaría la cursé en el Colegio Nacional “Luis Clavarino”.

 

-Y después vino la Universidad con los estudios de medicina.

-No exactamente así. Al finalizar la secundaria tenía muchas ganas de continuar trabajando en el almacén de mi padre, ese era mi objetivo. Pero, mis padres nos impusieron el deber de estudiar tanto a mí como a mi hermano (llegó a ser Comandante General en Gendarmería Nacional); y sin posibilidad de réplica. Y ellos se opusieron de manera tenaz a que fuera bolichero y con un sacrificio enorme nos hicieron estudiar.

 

-¿Y por qué medicina?

-Tenía una tía médica. Se llamaba Rosa Marchessini y fue una de las primeras médicas de la provincia de Entre Ríos. En aquella época fue una de las pocas mujeres de la familia que ingresó a la universidad. Ella me impulsó a la medicina. Me consiguieron una pensión en Buenos Aires y con gran esfuerzo me hicieron estudiar y terminé la carrera en seis, siete años. Era 1961. Iba a Buenos Aires en vapor o en colectivo. Uno se embarcaba en lo de Fandrich en la calle Rocamora, luego íbamos en barco hasta puerto Costanza y allí se hacía trasbordo a una balsa y luego a la lancha. Era un viaje de nueve a diez horas y otras hasta un día y medio. ¡Qué recuerdos! Le nombré a Fandrich quien me llevaba a Buenos Aires y hoy los atiendo como médicos. Es decir, ellos me llevaban a estudiar y hoy los atiendo. ¡Qué maravilla, cómo se cierran los círculos! Quiero aclarar que en la época de estudiantes apenas podía viajar una o dos veces al año.

 

-Se recibió de médico…

-Tuve suerte y hay que reconocer las posibilidades que Dios nos pone en el camino. De uno dependerá si aprovecha esos dones o no. Digo esto porque ingresé como médico practicante en el Hospital Ramos Mejía y después pase al Hospital Nacional de Clínicas, que era el más selecto de todos y que pude ingresar gracias al doctor Bonduel, que era un médico de Chivilcoy y a pesar de ser más joven fue para mí un maestro. Otro recuerdo de gratitud que tengo presente siempre es para el doctor Enrique Buñual, de Larroque; que nunca me dejó a pie.

 

-Si bien la práctica médica es clave para la profesión, no genera grandes recursos económicos.

-En absoluto. Ya mi señora trabajaba como contadora y fue ella el gran sostén económico, porque lo que yo conseguía con las Guardias era mínimo. Tuve también la gran riqueza de contar con grandes maestros. Quiero nombrar a algunos de ellos, como el doctor Juan P. Garraham, el doctor Felipe Elizalde, el doctor Bonduel y el doctor Ronconi, que fueron mis maestros. Primero me enseñaron los secretos de la pediatría, luego la virtud de comportarse en la vida fiel a los principios. Los otros días tuve que rendir examen para ser titular de cátedra en la Facultad de Bromatología de la Universidad Nacional de Entre Ríos (UNER), y le contaba al tribunal examinador, que en mi época de médico practicante les daba a las madres que amamantaban un óvulo, porque había un lactario para quienes no podía dar el pecho. En esos años, Garraham, insistía en la importancia de la leche materna; y aunque luego vino una época en donde se la mal reemplazó por la leche en polvo, gracias a Dios hoy se ha vuelto a insistir que no hay nada mejor que la leche de la madre. Y yo pude vivir todos esos errores y éxitos de la medicina. Pero bueno, me atropellan los recuerdos.

 

-Pero está muy bien. Porque en el fondo lo que está diciendo de su abuelo, del transporte Fandrich, de sus maestros en la medicina, del apoyo de su esposa, puede ser traducido que en la vida nadie está solo y nadie crece solo…

-Ese es el sentido. Cuando uno se quiere aislar lo único que consigue es perder la característica que tenemos los seres humanos que es el sentido social. Mire, Gualeguaychú tiene una característica muy particular que no la he visto en otros lados: aquí la gente nunca se queda sola con su pena o su alegría, con sus sueños o sus proyectos, ni siquiera con sus fracasos o imposibilidades. Este aspecto de Gualeguaychú es muy valioso en término de comunidad y siempre requiere ser cultivado, alimentarlo.

 

-Sin tener nostalgias de cosas no vividas, se me ocurre que antes había ciertos bríos (atrevimientos y arrojos) que hoy cuesta reconocer en la ciudad. Es cierto que Gualeguaychú es madre de sus propias obras, pero si hoy habría que hacer lo que se hizo antes, costaría más…

-La sociedad va teniendo diferentes matices de acuerdo a las épocas. Las comunidades, si uno las analiza con la proyección de la historia, tienen épocas de crecimiento, de florecimiento pero también de “achanchamiento”, de cierta situación de meseta, hasta que vuelve a expandirse. Hoy estamos viviendo situaciones que todavía no las puedo definir, pese a los años que ya tengo. Miremos lo que está pasando a la Argentina. No tenemos proyectos de Salud, porque lo que existe está hecho para un ratito. La historia nos dice que hace muchísimos años, sin tener prerrogativas partidarias, desde el Ministerio de Salud se enseñó a programar al agente sanitario. Esa persona si bien no tenía formación médica, era clave para la salud de la población. El Ministerio le pagaba un sueldo y tenía a su cargo treinta o cuarenta manzanas y así se revelaba toda la República Argentina. Evidentemente esa Argentina a pesar de no contar con internet ni con ningún sistema informático, se tenía una radiografía exacta de la realidad. Y todo con algo muy simple: un agente sanitario, que además de la Salud indagaba sobre la escolaridad de los niños. Hay que volver a esas cuestiones básicas y muy fáciles de implementar. Hoy los médicos esperan en su centro de atención a que el paciente aparezca, no se sale a buscar a esa persona. Es decir, se trabaja con la enfermedad no con la salud. Este ejemplo es una gran metáfora: porque hoy en vez de salir al encuentro de la realidad, estamos esperando que ella llegue hasta nosotros. Por eso llegamos tarde, mal y a veces con recetas que no aportan soluciones. Y esto lo podemos aplicar en varias áreas. Tal vez hoy Gualeguaychú esté en esa meseta, en esa suerte de achanchamiento, porque esperamos a que la realidad llegue hasta nuestro escritorio en vez de salir a ese encuentro crucial para mejorar la calidad de vida. Esto no es otra cosa que gestión. Además, no podemos olvidar un detalle: las mejores obras de Gualeguaychú fueron obras del compromiso colectivo, de la gestión que contagia transitar hacia un mejor horizonte. ¡Y cuando digo que antes había compromiso colectivo, digo que ahora hay más individualismo!

 

-Está gritando. Se apasiona o se calienta como dice en el barrio…

-No, me apasiono. Este tema me apasiona tremendamente. Y si elevo el tono de voz, es por es apasionamiento.

 

-Lo llevamos a otro tema. Usted referenció su época de estudiante universitario. Hoy, un estudiante ingresa a la universidad sin saber leer en voz alta, sin saber interpretar texto, sin saber siquiera la noción básica de sujeto, verbo y predicado.

-Es tristísima esa realidad. Es así. No hay atenuantes ni excusas. Tenemos un fracaso absoluto, que se viene arrastrando desde la secundaria. En mi cátedra en la Facultad de Bromatología, les digo a mis alumnos que vamos a leer un artículo de un diario sobre alguna información científica, no encuentro quien lo haga en voz alta y frente a la clase. Ese ejemplo ya es dramático. Cuando en la clase pregunto quién lee los diarios, nadie responde. Es urgente replantarnos como sociedad la Educación, la Salud y la Justicia, porque es tan básico como fundamental. Y sin embargo, el Estado está en cincuenta mil cosas menos en estas cuestiones urgentes y que son indelegables. Y cuando digo Estado digo también familia, porque la familia es la gran ausente en el acompañamiento educativo integral del niño, del adolescente y del joven. No es solamente la deserción del Estado, sino fundamentalmente de la familia. Le voy a contar una intimidad. Estando en la Escuela Normal, creo que en cuarto o quinto grado. Se me ocurrió pegarle una patada a una tiza como si fuera una pelota. Se me salió el zapato y el zapato rompió un vidrio. De ese hecho recuerdo varias cosas: lo primero que aún hoy me duele, fue la patada de mi viejo, luego el tomar conciencia de que pude haber lastimado a alguien y tercero el sacrificio que tuve que hacer a esa edad para reponer el vidrio. Con esto le quiero graficar que debemos asumir las responsabilidades: los alumnos pero esencialmente los padres. Esa es la historia. Y también nos divertíamos. Recuerdo que en la secundaria íbamos a la confitería “Tutankamón” y algunas ingestas con anís. Pero hoy la juventud se maneja sin límites, es diferente. Actúan hoy como sino existiera el mañana.

 

-Se trata de una falla de la juventud o de los adultos…

-Es evidente que detrás de toda falla de un joven, tiene que haber un adulto responsable. A mí me gusta mucho caminar por lugares donde existen muchas necesidades. Los otros días recorrí un barrio y camino y pregunto. Con algunos alumnos hago ese recorrido, y observamos que en dos o tres hogares no había mesa. Literalmente no había mesa. Es decir, ausencia de familia. En esos hogares no hay posibilidad del diálogo de sobremesa, porque no tenían ni siquiera el mueble llamado mesa. Y esto en Gualeguaychú a muy pocas cuadras del centro. Y en los hogares que sí hay mesas, no hay diálogo. Hasta hemos perdido la vida espiritual, la búsqueda por aquellas cuestiones sagradas o trascendentes. Pero no me quiero ir de la pregunta. Es evidente que el adulto está fallando y ¡de qué manera! La ausencia del adulto es patética, porque está ausente en las grandes y en las pequeñas decisiones.

 

-El Estado también es muy adolescente…

-Como ciudadano no espero que el Estado me de absolutamente nada, salvo el orden. Nos estamos dejando manejar por personas que, evidentemente, no tienen la talla suficiente desde el punto de vista de querer la Patria. Hay millones de argentinos que sufren ante una determinada decisión y se toma igual, sin contemplar esas consecuencias. No soy un pronosticador y esto como sociedad ya lo he vivido en otras épocas y concluyo que así no muy bien no nos va a ir. Otro ejemplo, lo que hemos vivido con las epidemias de dengue y gripe, es para darse cuenta que se trata de una realidad que desnuda una tremenda falta de políticas sanitarias y educativas. Nadie orienta a nadie y todo se hace por reacción.

 

-¡Usted propone trabajar con la salud no con la enfermedad!

-Pero por supuesto. Mire, respeto mucho a los varios programas que existen. Pero lo mejor, lo que está probado en la historia, es pagarle un sueldo a un agente sanitario y que tenga bajo su responsabilidad un grupo de manzanas y que haga prevención. Y ese agente sanitario, que logrará un conocimiento profundo del territorio que le toque asistir y recorrer, tendrá un mapa sociológico como pocos. Hay que volver a las políticas sanitarias colectivas. Así, los adultos estamos ausentes y al no existir van como vienen. Ese agente sanitario era el responsable ante el Ministerio de actualizar la información para una mejor gestión. Había, sin medios tecnológicos como hoy, un mapa sanitario como nunca antes lo había tenido y la información real y fehaciente le llegaba a quien debía tomar una decisión. Con datos reales. Y todo se resumía en pagarle un sueldo a un agente sanitario. Así de simple.

 

-En el itinerario de este diálogo apareció de entrada la esperanza, cuando hizo referencia a la infancia, los recuerdos de familia, los tiempos de estudiantes y las primeras experiencias en el Hospital de Clínicas. Luego hubo otro momento: el del presente, donde el “vaso” aparece “medio vacío”, siendo más realista que pesimista. Lo invito a despedirse pensando en el mañana.

-Soy por formación espiritual e intelectual un hombre con esperanzas. No imagino nada para el futuro que no sea optimista. Pero no será gratis. Para aspirar al mañana hay que volver a la familia, sin esa condición nada bueno ni positivo será posible. No existe otro elemento más básico y cohesionador para que el individuo sienta el orgullo de lo que es, del apellido que porta, de la historia con sus enseñanzas y pasares que lo precede. Como sociedad estamos perdiendo el valor de lo que somos. Insisto, hay que volver para avanzar y crecer. Estamos perdiendo el diálogo y con eso estamos perdiendo la capacidad de escuchar. Mire, a los seres humanos nos pasan cosas muy parecidas, por eso es importante abrir los ojos para adentro, tener introspección para observar y reflexionar mejor.

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