
“Una plaza pública tiene una normativa de uso y un teatro como el nuestro la tiene que tener”

Por 4
Nora Salzman es una de las pocas personas que se dedican a producir hechos artísticos en la ciudad. No es estrictamente una productora de espectáculo en el sentido industrial, sino una hacedora.
Hija de Osias Salzman y Teresa “Teca” Matilde, sus otras pasiones son el idioma inglés –que es casi parte de su naturaleza- y la fotografía. Por eso está acostumbrada a mirar desde diferentes perspectivas y llega a síntesis singulares (personales) pero al mismo tiempo plurales (colectivas). De ahí que constantemente se interrogue sobre la comunidad y en especial sobre el arte.
Su padre fue un reconocido médico y ella lo referencia como una gran influencia en su acercamiento con los lenguajes estéticos, acaso su otro idioma familiar.
“Debo mi nombre, Nora, a una obra de teatro”, reconocerá esta mujer que ha hecho de las tablas una forma de habitar el mundo.
Es la menor de cinco hermanos, con los que tiene una gran identificación e incluso con uno de ellos hasta compartió esta pasión por el teatro a través del grupo Eros.
Etimológicamente la palabra teatro proviene del griego “theatron” que significa lugar para ver o contemplar. Para Nora Salzman, ese ver o contemplar se hace invocando a todos los sentidos y por eso no le alcanza con los elementos primordiales del teatro: actor, texto y público y le gusta profundizar sobre las cosas que revelan y rebelan las obras de arte.
En este marco, no es casual que la imagen que representa al teatro sean dos máscaras superpuestas, una que hace alusión a la alegría y otra a la tristeza. En ambos casos es una ficción que oculta una realidad, dos extremos que contienen al mundo, a la vida misma.
Nora Salzman recibió a EL ARGENTINO en la mañana del miércoles en su hogar. El diálogo abordó su acercamiento al arte, al teatro, sus vivencias y perspectivas que desnudan la diferencia entre productor y hacedor. En ese marco, no titubeará en recordar los fracasos para encontrar también el camino del éxito. Una mirada crítica, despojada de toda autoreferencia individual y colectiva, Nora Salzman insistirá -una y otra vez- en la necesidad de que el escenario mayor de la ciudad, el Teatro Gualeguaychú, cuente con una normativa de uso. “Hasta una plaza pública tiene una normativa de uso y un teatro como el nuestro la tiene que tener”, dirá en tono reflexivo, pero también demandante en defensa del interés general.
-Es interesante llegar por el principio. ¿Qué recuerda de su infancia?
-Primeros unos datos de ubicación. La primaria la hice en la Escuela Nº 1 “Rawson” y luego la secundaria en el Colegio Nacional “Luis Clavarino”. Vivíamos en San Martín, casi Rocamora. Mi padre nos llevaba a la escuela en auto. Los recuerdos de mi infancia están muy ligados a mi padre. Nací cuando él tenía cincuenta años y falleció en 1970 a los setenta años, yo tenía veinte. De pequeña iba a inglés y en una época fui a piano, aunque no demasiado tiempo. Ocurría que quería tocar el piano, pero me enseñaban teoría y solfeo y me parecía demasiado aburrido. También iba a nadar. Mi padre me llevaba al Club Neptunia. Todavía recuerdo con mucho cariño a don Arévalos, que era el guardavida que nos cuidaba y nos enseñaba a nadar. Guardo inmensos recuerdos cálidos de la señora Julia, que trabajaba en casa y fue casi como una segunda mamá. Julia estuvo casi cuarenta años al lado de mi madre e incluso falleció seis meses después que mi mamá.
-Todo lo que nombró tiene la sensación de espacios protegidos: la escuela, el club, las actividades extra escolares, su propio hogar…
-Fui muy protegida, siempre me he sentido así. Tal vez un poco mal criada. Supongo que era una época donde había muchas protecciones o mejor dicho, las cosas en la vida eran mucho más previsibles y uno sabía qué esperar del otro. Me viene a la mente, por ejemplo, mi amiga de toda la vida, casi desde que teníamos pañales: Renata, que también era muy protegida en su ámbito. La amistad es un sentimiento que siempre me ha acompañado y por eso he hecho siempre amigos.
-¿Y luego de su paso por el Colegio Nacional?
-Después del Nacional me fui a estudiar a Buenos Aires la carrera de intérprete en idioma inglés que no la terminé. Fue justo la época en que mi padre se enfermó y bueno… son cosas que pasaron y que no vienen al caso.
-En las historias casi siempre son más interesantes los inicios que los nudos en sí. Vayamos al principio. ¿Tiene un significado especial que se llame Nora?
-Sí, muy especial. Mis padres me contaron que pensaron este nombre para mí inspirados en un personaje de una obra de teatro de (Henrik) Ibsen “Casa de Muñecas”. Mis padres eran amantes del teatro, de la buena lectura, de la música, especialmente la clásica. Creo que en parte mi vida ha sido predestinada con el arte, el teatro y el inglés, que es una lengua que me resulta muy familiar. De hecho los idiomas en sí me apasionan y siempre pienso que cuando me haga un tiempo, estudiaré otro idioma por el sólo placer de aprender.
-¿De dónde era su padre?
-La familia de mi padre son colonos judíos. Mis abuelos llegaron a estas tierras, mi padre y otros dos tíos nacieron aquí, pero ellos tenían otros hermanos que llegaron al país con nuestros abuelos. Son judíos rusos y fueron refugiados económicos, es decir, no llegaron como otros por persecuciones. Llegaron a Entre Ríos, a una localidad que se llama La Clarita, cerca de Colón y se dedicaron a la agricultura.
-Y de una familia de agricultores, judíos rusos, encima refugiados económicos, se cumple el mandato de “mi hijo el doctor” en tu padre…
-Así es, esa es la síntesis. Mi padre era el menor de nueve hermanos y mis abuelos mandaron a sus cuatro hijos menores a estudiar la secundaria a Buenos Aires, porque no estaba esa posibilidad en la provincia. Y así mi padre siguió la carrera de Medicina. A medida que se fueron recibiendo, se fueron estableciendo en un pueblo diferente. De esos cuatro, uno se radicó en Concepción del Uruguay, otro en Concordia, un tercero en Córdoba y mi padre en Gualeguaychú.
-¿Por qué se radicó aquí?
-Mi papá venía viajando a principios de la década del ´30 en el Vapor, recaló en el puerto de la ciudad y le dijeron que aquí hacía falta médicos y se quedó a vivir para siempre. Pero muchos primos quedaron en Buenos Aires y desde que era pequeña me llevaban a visitarlos y aprovechábamos esos paseos para ir al teatro, a conciertos. De hecho tengo primos que son concertistas y vinculados con la música. Por eso esto del arte, el gusto por la estética nos viene de familia.
-Y cómo es su vínculo con el teatro…
-Intenso. Primero me relacioné como actriz en un grupo que se llamaba Teatralerías que era dirigido por Socorro Barcia y era un grupo muy numeroso. Fue una experiencia maravillosa. Hicimos en ese momento la obra “Saverio, el cruel” de Roberto Arlt en el Teatro Gualeguaychú y “La isla desierta” también de Arlt en donde actualmente funciona Musicante y antes era la Alianza Francesa. Luego estuve en otro grupo de teatro que se llamaba “Eros”, que lo dirigía mi hermano Marcelo.
-Su hermano Marcelo, dirigiendo un grupo que se llama Eros, siendo psicólogo…
-Sí. Él había hecho una fecunda experiencia de psicodrama en Buenos Aires con el hijo de Alejandra Boero. El psicodrama es una técnica que se utiliza mucho en teatro y que en Argentina ha sobresalido Tato Pavlovsky.
-¿Cómo fue la experiencia teatral con Eros?
-Muy enriquecedora y de muchos aprendizajes. Hicimos una experiencia que se llamó “Más cara”, un juego de palabra que era más caras en el sentido de más rostros, pero también de cotización monetaria y toda la palabra junta “máscaras”, vinculado con el teatro. La experiencia fue diferente a lo que se veía tradicionalmente en teatro. Fue muy enriquecedora para todos y me animaría a decir que hasta fue una propuesta revolucionaria en su momento.
-¿Cuándo hicieron esa obra?
-Fue en un año emblemático generacionalmente, porque fue en 1983, con el advenimiento de la democracia. Por eso insisto que fue una experiencia fuerte a todo nivel. Éramos una generación que salíamos de la oscuridad y lo hacíamos con potencia.
-¿Qué pasó con el grupo?
-Se disolvió porque la experiencia fue muy intensa, incluso para Gualegauychú, dado que era algo fuera de lo tradicional. Y mi hermano Marcelo, pese a su pasión por el teatro, abandonó la inquietud.
-Hay que imaginar que luego de una experiencia intensa, llega a veces el vacío… como antesala de nuevas búsquedas…
-Así es. Luego que el grupo se disolvió no hice nada más en el sentido de protagonizar teatro. Pasaron muchos años y en 1992, durante la gestión de Luis Leissa, nos propusimos una proeza. El Teatro Gualeguaychú estuvo cerrado muchos años, era como una sala muerta. Y en la intendencia de Leissa se compra la mayoría de las acciones del Teatro y el Municipio pasa a ser el propietario mayoritario de ese espacio. En 1995 formamos un grupo convocado por Carlos Peralta, que se llamó Comisión Pro Recuperación del Teatro Gualeguaychú, porque el objetivo era recuperarlo para el pueblo como un espacio vivo. Incluso queríamos abrir sus puertas más allá de su estado edilicio que era deplorable, porque la meta era que fuera un espacio vital para la cultura. Y de manera simultánea queríamos presionar para que se tome conciencia entre las autoridades y los vecinos de la necesidad de recuperar el Teatro en su mayor esplendor y que para eso se requería restaurarlo.
-¿Cómo funcionaron?
-Con muchas dificultades y con obstáculos de toda clase y naturaleza. En un momento quisimos despegarnos del Estado, porque obstaculizaba el trabajo en equipo o en grupo. Funcionamos desde 1995 hasta mediados del 2002. Si mal no recuerdo, fue Juan Domingo Perón quien dijo que si se quiere que algo no funcione del todo bien, hay que formar una Comisión. En esta experiencia, esa frase funcionó de manera plena. Suele ocurrir que en un grupo trabajen dos o tres, opinan diez y los que critican sin hacer nada se cuenten por docenas. Por eso, ante tanta diversidad dejé la Comisión y finalmente se disolvió por completo.
-De nuevo el vacío…
-Pero diferente esta vez. Tenía muchos vínculos en Buenos Aires, especialmente con Lito Cruz a quien había conocido. Él era director Nacional de Teatro y me facilitó muchos vínculos. Así aparecen Pepe Cibrian y Ángel Mahler, entre otras personas muy generosas en mi vida. Y así me propuse seguir haciendo esta actividad que me significa algo parecido al oxígeno para respirar.
-Antes de profundizar en ese aspecto que es muy interesante, usted dijo que el grupo se armó para recuperar el Teatro, que era una carencia. ¿Qué otras carencias, pero en la actualidad, observa en la ciudad?
-Muchas. Por ejemplo, no tenemos una sala de cine. Y aclaro que no tenemos cine porque es una necesidad de unos pocos. Porque si fuera todo el mundo al cine, habría una sala. Y si no surge es porque no existe la demanda.
-¿Pero son muchos los que plantean que no hay una sala de cine?
-Serán insuficientes. Porque cuando hubo una sala de cine como Cine Manía, con todas sus limitaciones, los que íbamos a ver películas éramos cinco, no llegábamos a diez. Y lo digo como hacedora, habiendo traído más de doscientos espectáculos a la ciudad. Y fueron más los del poco público que los de sala llena. Lo que ocurre es que la gente recuerda los éxitos. Por eso siempre me pregunto ante cada propuesta si es una necesidad personal o colectiva.
-Retomando, decide insistir con el teatro…
-Sí. Tenía buenos vínculos con el mundo artístico de Buenos Aires, sabía que era algo que me gustaba desde siempre y me dije que debía seguir adelante porque también me hacía muy bien a mi alma. Y así fue como me animé a producir, pero a producir el hecho artístico en la ciudad. No soy una productora en el sentido estricto de generación de recaudación, sino todo lo contrario. Mi intención siempre es producir hechos artísticos. Muchas veces tuve que poner dinero y salir con pérdidas.
-Es un gusto demasiado caro…
-Por eso también me lo he replanteado y ahora como mínimo hago previsiones al menos para salir empatada. Muchas veces eso es ya un triunfo y siempre es un aprendizaje. De hecho me han propuesto obras maravillosas, que me encantaría traerlas, pero he tenido que decir que no.
-¿Puede nombrar alguna?
-Muchas. A manera de ejemplo, una obra de Tato Pavlovsky que se llama “Variaciones Meyerhold”. Pero he tenido que decir que no, a pesar de la calidad incuestionable del propio Tato y de esa obra.
-¿Y alguna que haya traído y fracasó?
-La traje a Susana “La Tana” Rinaldi y fue un absoluto fracaso. Ella que había triunfado en París y en el mundo entero. Cuando la traje a Gualeguaychú, venía de actuar en Israel para seis mil personas. Y era tango, en Israel, en una tierra extraña que no conocía el castellano y actúo para seis mil personas que la aplaudieron hasta la emoción. Cuando vino al Teatro Gualeguaychú fueron 63 personas. Me quería morir, tenía vergüenza. Ella cantó igual e hizo un espectáculo de lujo, impar. No pude convencer a la gente para que la vaya a escuchar. Y puedo contar docenas de anécdotas. Mirá, la hija de Susana Rinaldi se llama Lisa Pirro y es un lujo cantando jazz y blues y es reconocida en los escenarios más exigentes del mundo. Si la traigo, no va a ir nadie porque pocos son las que la conocen. Hay que asumir que en el interior, la mayoría –pero sin generalizar- consumen la cultura que les viene impuesta por la televisión. Traje una obra del San Martín, “Decadencia”, una de las mejores en su momento y no fueron ni cien personas.
-Pero con los musicales de Cibrián y Mahler le fue muy bien…
-Pero no al principio. La primera vez que traje a “Drácula” fue un fracaso casi absoluto, porque la gente no conocía casi los musicales e incluso muchos me decían que no les gustaba ese género. Pero como los que fueron quedaron fascinados, al mes y con mucha generosidad por parte de Cibrián y Mahler, decidieron regresar y esa actuación fue un éxito total. Esa experiencia además me dio la certeza de que todo lo que traiga de ellos será un éxito. Pero ha sido una lucha y una experiencia puntual. Por eso la producción tiene muchos riesgos.
-De todos modos hay mucha actividad teatral en la ciudad… Incluso mucha más que en otras localidades entrerrianas…
-En Gualeguaychú hay mucha actividad teatral y buena… pero no sé si mucha más que en otras ciudades de la provincia. Por ejemplo, Concepción del Uruguay tiene mucho teatro y del bueno con excelente nivel, incluso muchísima más actividad musical que nosotros. Ellos llevaron a Tato Pavlosky, lo fui a ver, y había más de 400 personas. Paraná tiene una intensa actividad artística y muy variada. Hay mucha actividad en muchas ciudades entrerrianas y hay que elogiarlos y aprender de ellos.
-¿Nunca pensó en tener un espacio propio?
-Me encantaría… pero cómo se hace. Se requiere de mucho dinero y no hay mecenas. En todo caso lo tengo más como sueño que como proyecto. Además, hay que ser responsables, especialmente con el dinero ajeno y hay que tener conciencia de que esto es muy riesgoso y lo más factible es que se produzcan muchas pérdidas. De ser tan fácil, ya habría surgido.
-¿Desde hace cuándo que viene proponiendo una normativa para la administración del Teatro Gualeguaychú?
-Desde 2008. Es necesario que el Teatro sea manejado por alguien vinculado con lo artístico y hasta ahora esa normativa no está… pero es fundamental que se confeccione. Quiero aclarar que esto no tiene nada que ver con mis necesidades personales, sino con las necesidades colectivas de la ciudad. Quiero apelar al sentido común para que esa normativa se haga cuanto antes.
-De hecho todo espacio público tiene una normativa de uso…
-Seguro, es impensable una comunidad que no tenga normativa para sus espacios en común. Eso se llama convivencia. Una plaza pública tiene una normativa de uso y un teatro como el nuestro la tiene que tener. Esa normativa debe ajustarse a un concepto ideológico, de una política teatral que responda al espacio municipal como lo tiene el San Martín o el Cervantes para dar dos ejemplos muy visibles. Insisto, hasta una plaza tiene una normativa… cómo no confeccionar una para el Teatro Gualeguaychú.
Por Nahuel Maciel
Fotografías Ricardo Santellán
EL AREGNTINO ©
Comentarios
