
“Siempre sostengo que en el Belgrano éramos 1.093 personas, una pequeña muestra de lo que es el país”

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Carlos Castro Madero tiene sesenta años. Nació el 19 de septiembre de 1956. Es el segundo de cuatro hijos y es el único de la familia que ingresó a la Armada.
Estuvo a bordo del crucero ARA General Belgrano cuando fue hundido por dos torpedos disparados de un submarino nuclear inglés en la guerra por las Islas Malvinas.
En el Belgrano iban a bordo 1.093 personas, de las cuales murieron 323 y que tienen como tumba el mar del Atlántico Sur.
Castro Madero llegó a Gualeguaychú invitado por la filial local de la Sociedad Argentina de Escritores (SADE) para dar testimonio de su experiencia en esos momentos límites como significó la guerra por la recuperación de las Islas Malvinas.
Como se sabe, el crucero General Belgrano fue hundido aproximadamente a las 16 del 2 de mayo de 1982 por dos torpedos disparados desde el submarino atómico británico Conqueror durante la Guerra de Malvinas.
No es un tema fácil de abordar, porque cada recuerdo es un rostro, es un nombre… pero es necesario hacerlo porque cada uno de ellos nos completa como país.
-¿Con qué grado llega al crucero Manuel Belgrano?
-Era teniente de corbeta y estaba en mi segundo año en la carrera. Cuando nos recibimos en la Armada lo hacemos con el grado de guardamarina y luego se asciende a teniente de corbeta. Cuando finalizamos la Escuela de Oficiales de la Armada obtenemos la orientación: los navales, los submarinistas y los aviadores, entre otros. Yo soy naval y dentro de esa orientación tenemos especializaciones: comunicaciones, maquinista, artillería, que es mi especialidad. Cuando terminé la Escuela de Oficiales, me tocó la catedral de la artillería de la Marina que era el crucero Belgrano.
-¿Se quedó pensando?
-Cuando nos tocó el conflicto por Malvinas la dotación era demasiado nueva y nos tocó justamente una situación extrema sin el adiestramiento que debíamos tener. Normalmente el crucero navegaba con aproximadamente 750, tal vez 800 personas; pero en 1982 éramos 1.093 personas porque se había reforzado. De ese total, murieron 323 héroes de Malvinas.
-¿Cuál era la misión que tenían?
-Producida la recuperación de las Islas Malvinas, se estableció un modo de acción para enfrentar a los británicos. La Armada se dividió en dos grandes grupos: por el Norte el portaviones que era el más fortalecido porque tenía las unidades más importantes; y el crucero Manuel Belgrano con dos destructores (Piedrabuena y Bouchard) y un buque tanque “Puerto Rosales” se los envió al Sur, para cortar un posible ataque que pudiera venir desde el Oeste y así diversificar la amenaza y debilitar su fuerza. Nosotros estábamos fuera de la zona de exclusión fijada por los ingleses.
-¿Qué órdenes tenían?
-Uno de los objetivos que teníamos era tratar de sacar de servicio a uno de los dos portaviones británicos (Nota de la Redacción: el Hermes y el Invencible). El 1º de mayo se detectó un grupo de tareas británico, por lo cual se organizó la operación de ataque para las 2 de la madrugada del 2 de mayo. Tanto por el Norte como por el Sur se hizo un operativo en pinzas y se cubrieron los puestos de combate durante toda la noche. Había cubierto la guardia durante toda la noche y quedé en ese puesto hasta el mediodía. Almorcé y me fui a descansar porque tenía que tomar guardia a las 20. A las 16 del 2 de mayo estaba en mi camarote descansando, cuando sentimos una gran explosión... era el ataque del submarino nuclear británico Conqueror que nos tiró tres torpedos. Uno pegó en la proa, muy cerca de mi camarote. El segundo fue el que produjo la mayor cantidad de víctimas porque pegó en el medio del buque, donde están todos los dormitorios, la dotación y la sala de máquinas. Y el tercero se desvió y no alcanzó a impactar. El torpedo que impactó en el centro, lo hizo en un lugar neurológico del Belgrano y generó el mayor daño. Mi camarote estaba en la proa y el impacto fue tremendo. Se trata de un buque de diez mil toneladas, navegando a casi treinta o cuarenta kilómetros por hora se paró en seco y a los pocos segundos escuchamos el impacto del segundo torpedo que dio de lleno en el centro. Luego del estruendo salimos de nuestro camarote hacia cubierta. Recuerdo la figura del comandante Héctor Bonzo con el megáfono en la mano -porque no había energía eléctrica a raíz de la explosión- dando instrucciones, brindando aliento y ordenándonos que vayamos a nuestro puesto de abandono. Había mandado a un grupo de control de avería para que le dieran el diagnóstico de cómo estaba el buque. No había forma de salvar al buque porque ya estaba escorado 90 grados… fue una situación muy dramática.
-Se requiere de mucha disciplina para estar en una situación semejante…
-Por eso siempre rescato la reacción de toda la tripulación sin distinción de rangos, porque ha tenido mucha disciplina y valentía, además de haber prevalecido un espíritu solidario impar.
-Se quedó en silencio…
-Siempre dijo que recordar esos momentos del Belgrano me produce una profunda tristeza; porque recuerdo los rostros de camaradas con los que trabajé. Pero, por otro lado me genera un profundo orgullo por cómo se comportó la tripulación en un momento tan límite, donde no hubo titubeos ni egoísmos. La única preocupación era salvar al camarada que estaba herido.
-¿Por dónde era más fácil abandonar el Belgrano, por babor o por estribor?
-El Belgrano estaba totalmente escorado hacia la banda de babor. Mi balsa estaba en la zona de babor y para mí el abandono del buque fue fácil, justamente por esa situación. La cubierta estaba a la altura del mar y las maniobras fueron relativamente fáciles de hacer. Nuestra balsa éramos veinte tripulantes y las maniobras fueron relativamente sencillas.
-¿Y qué pasó luego?
-Sucedió que la balsa se fue deslizando hacia proa y por la acción del viento no podíamos separarla. En la proa estaban los hierros retorcidos, la balsa impactó con esos hierros y todos caímos al agua. Tenía 24 años y era bueno en natación y a treinta metros observé una balsa y me dirigí hacia ella junto al resto de mis compañeros. La temperatura era realmente muy fría, aunque el mar estaba bastante calmo. Fui el primero en llegar a esa nueva balsa e hice de escalera para que todos mis compañeros pudieran subir y yo lo hice en el último lugar, resistiendo como pude las aguas frías del mar… Siempre digo que esa balsa fue un regalo de Dios, porque antes de que nosotros llegáramos nadando, había a bordo solamente tres tripulantes y por eso pudimos entrar todos. Nunca supe por qué iban tres, pero mire el detalle: si ellos hubieran sido tres, a la larga hubieran fallecidos por el frío y si eran veinte como estaba previsto por balsa, nosotros no hubiéramos podido ser auxiliados.
-¿Qué imagen prevalece en esos momentos tan límites?
-Los últimos instantes del crucero fueron muy dramáticos. Yo miraba el buque que estaba totalmente escorado, ya se había puesto prácticamente a 90 grados. Observé a nuestro comandante Bonzo en ser el último en abandonar el Belgrano. La preocupación siguiente fue la sensación de que cuando el crucero se hundiera, succionaría a todas las balsas… pero en su último acto, como un noble guerrero, levantó la proa y en vez de succionar largó una ola grande que apartó a todas las balsas y se fue al fondo del mar.
Lo único que se escuchó desde todas las balsas fue “¡Viva el Crucero Belgrano!” y “¡Viva la Patria!”.
-¿Cuánto tiempo permanecieron en la balsa?
-Estuvimos 32 horas en alta mar, a la deriva, hasta que nos rescataron. El Francisco de Gurruchaga, los dos destructores que estaban con nosotros y el Bahía Paraíso. Esas naves estaban como a diez kilómetros de distancia de nosotros. El asunto es que asumí la conducción de la balsa por ser el oficial de mayor rango. Les pedí calma y fortaleza para estar preparados en caso de que seamos rescatados.
-Siempre tuvo certezas de que iban a ser rescatados…
-No tenía esa seguridad. Era consciente de que la situación era muy difícil, porque ante maniobras de rescate, podíamos ser nuevamente atacados. Además, sabía que estábamos lejos de toda posibilidad de llegar a tierra. Por supuesto, mantuve la calma frente a mi tripulación.
-Se lo preguntamos al revés. ¿Cuándo tuvo certezas de que iban a sobrevivir?
-Pasamos una noche terrible, porque padecimos una tormenta fuerte con olas que inundaban la balsa. Al día siguiente, el mar estuvo mucho más calmo y a eso de las diez de la mañana escuchamos el ruido del motor de un avión. Y si bien no teníamos certezas si era nuestro o del enemigo, sabíamos que nos estaban buscando.
-¿Estaban solos o atados a otras balsas?
-Si bien el manual dice que las balsas se deben atar para permanecer juntas, en el mar bravío del Sur lo mejor era que cada una anduviera sola. Pero quiero señalar que a eso de las tres o cuatro de la tarde del 3 de mayo, observé a un destructor en el horizonte que estaba haciendo maniobras y me di cuenta que era nuestro. Luego vino la oscuridad, pero ya a lo lejos se veía el Gurruchaga, que tenía una dotación de cuarenta personas pero rescató a más de 400 personas. Durante la noche tiramos bengalas y a eso de las diez de la noche observamos que el Gurruchaga se acercaba a nosotros. Nos dijeron que rompiéramos el techo de nuestra balsa y nos arrojaron una amarra y así empezaron a subir uno por uno por las redes que habían puesto para trepar a la cubierta.
-¿Cuánto duró el rescate?
-Aproximadamente 40 minutos. Fui el último y cuando iba a hacer la maniobra, me di cuenta que tenía las piernas congeladas y que no me respondían. Y como un último rapto de lucidez, decidí inflar mi salvavidas. Pero, cuando salté hacia las redes, mis piernas no me respondieron, y caí al agua. Eso me produjo un intenso entumecimiento y ahora puedo contar que estuve hablando con la muerte. Y lo digo porque fue eso lo que sentí. Estaba al lado del buque, pero con un frío tremendo y me daba cuenta que a todas luces el corazón no me iba a poder aguantar. Recuerdo que sentía que me iba a morir y pensaba: pobres mis padres cuando se enteren que me morí tan cerquita del rescate; no tendrán consuelo. El segundo pensamiento fue para mi novia, que nunca entendió por qué tenía que irme a una guerra. Y después me dije que si tenía que morir, qué mejor manera que hacerlo por la Patria. Estaba en esos razonamientos cuando escucho el ruido de un salvavidas que cae al lado mío. Intenté colocármelos, pero los brazos no me respondían y sin saber cómo; pude usar las piernas y así me subieron al Gurruchaga. Me tiraron en cubierta y ellos siguieron con sus tareas. Estaba entumecido y sentía que el corazón me iba a estallar. Vino un médico, me sacó toda la ropa y se fue. Me levanté, comencé a caminar hasta un cuarto del buque y mis compañeros me hicieron masajes. Y a los quince o veinte minutos ya estaba repuesto normalmente, casi tal como me ve hoy.
-Se salvó del Belgrano; se salvó de la deriva de la balsa… terminada la guerra, se salvó de las secuelas que deja toda acción bélica…
-Siempre digo que gracias a Dios pude regresar… formar mi familia y concluir mi carrera naval. Pero en cambio otros no regresaron, hay quienes lo hicieron con dificultades físicas y mentales importantes; y están los familiares que todos los días sufren la ausencia de un ser querido. Para ellos es mi permanente homenaje y reconocimiento. Y estas acciones que hacen ustedes, mantener vivo el recuerdo, es la mejor manera de homenajear a nuestros héroes de Malvinas. Tengo prohibido olvidar y por eso cuando me proponen dar una charla, lo siento como un deber, como algo irrenunciable. Siempre sostengo que en el Belgrano éramos 1.093 personas, una pequeña muestra de lo que es el país; porque en ese buque había personas de todas las provincias y clases sociales, hermanados como hijos de la Patria. Y son un ejemplo que siempre rescato para pensar en un país cada vez mejor.
Por Nahuel Maciel
EL ARGENTINO
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