
Por Pedro Luis Barcia (*)

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Cuando escueleros nos dijeron que el nombre del río, que se lo dio al poblado, significaba: “río de los pájaros” o “de los pájaros grandes” (pajarones, hay varios, cierto) o “río de los chachitos salvajes”. Nos quedamos apampados frente a esta opción contradictoria, ¿creaturas aéreas o monteses?, solo allanable el día en que los chanchos vuelen. Pero cuando uno excursiona en fuentes escritas, las propuestas son otras. Tengo sobre mi mesa de trabajo dos obras. Una con medio siglo de vida y la otra de anteayer. Josefa Luisa Buffa, entrerriana, se doctoró en la UNLP con una tesis sobre Toponimia aborigen de Entre Ríos (UNLP, 1966). En el cap. VIII “Topónimos de origen dudoso o desconocido” se ocupa de “Calá”, “Gualeguay”, Nogoyá”, “Villaguay” y “Gualeguaychú”, nuestro topónimo, al que le dedica el mayor espacio de atención (pp. 153-158). El trabajo de Buffa es muy riguroso y documentado. Allí nos dice que “Managuay” fue el primer nombre del río en el s. XVII y lo basa en cuatro mapas de la época. “La sílaba inicial ma- sería escritura española de la indígena gua- es el caso de “guinuanes”, que da “minuanes”. También se lo llamó Yaguariguaer y Yaguariguasú: “Al quinto día se movió el real para el río que los indios llaman Yaguarí Guazú, que es el mismo que los españoles llaman Gualeguaychú”, dice un Informe de 1715. De modo que en siglo XVIII ya estaba fijo el nombre del río. El elemento formativo de Yaguarí es “yaguar” (“tigre”) + ri (“río”): “Río del tigre”. Se explicaría en razón de que en la selva monteliera abundaban los tigres (jaguares). Y estamos pasando del reino ornitológico (ave), al del jabalí (chancho) para dar en jaguar (felino).
En mi librito El nicaragüense Tomás de Rocamora, fundador y gobernador de pueblos en el Río de la Plata (Buenos Aires, Embajada de Nicaragua, 1996) recuerdo que cristianiza el nombre indígena al llamar al pueblo que funda (o planta, de allí que se lo llame “plantificador de pueblos”) a la vera del río, San José de Gualeguaychú (1783) y darle por copatrona a la Virgen del Rosario, tal vez en homenaje a la tradición granadina de la imagen preservada en el Convento de San Francisco de su patria chica.
Pero recuerdo al lector que dije que convivían hoy dos libros en mi mesa de trabajo. El segundo es Historia prehispánica de Entre Ríos, de Mariano Bonomo (BA, Fundación de Historia Natural Felix de Azara, 2012, esta Fundación está relacionada con nuestro Museo Almeyda). Dice Mariano que el idioma guaraní operaba en nuestra zona como lengua franca y que “la mayoría de los nombres indígenas y topónimos que llegaron hasta nosotros son de origen guaraní: Paraná (“pariente del mar”), Paraguay (río de las coronas de palma”), Uruguay (“río de los caracoles” o “de los pájaros urú”), Ibicuy (arena) y Gualeguaychú (“aguas tranquilas”)”, p. 69. Veníamos bien, y chocamos. Salta esta nueva liebre nominativa de “aguas tranquilas”, con lo que nos sumimos en el desconcierto y quedamos como el negro que escuchó aquel sermón: con los pies fríos y la cabeza caliente. ¿Podrá ser todo a la vez?: “Río de aguas tranquilas que reflejan las grandes aves que lo sobrevuelan y son testigos del jaguar que acecha al chancho salvaje que va acercándose a la orilla para saciar su sed”. ¿Qué tal, amigos de Mejoral? ¡Qué cacho de etimología tenemos! Con razón somos fundadamente agrandados.
* Pedro Luis Barcia es expresidente de las Academias Nacional de Educación y Argentina de Letras.
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