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Más allá de las campañas de concientización que se realizan todos los veranos para evitar el mal uso del agua de red, cada ciudadano sabe hasta dónde puede disponer de este recurso y cuándo comienza a practicar el derroche.
Lo saben los chicos, que tienen en cuenta lo aprendido en la escuela acerca de lo que se pierde cuando una canilla gotea o cuando permanece abierta mientras se realiza el cepillado de dientes, entonces ¿cómo se explica que los adultos sigan siendo los que den los malos ejemplos?
Se sabe que por su recorrido, el agua pierde impulso para llegar a varios puntos de la ciudad y en consecuencia, hay casas de familia que deben hacer magia para cubrir la necesidad de ésta.
Y esta pérdida de impulso se debe a que de manera egoísta se lavan automóviles, se cargan piletas de lona, se mojan veredas y hasta calles sin pensar lo que costó potabilizar el agua que sale de una manguera. Tampoco cuentan los casos anteriores ni los trastornos que se producen cuando un domicilio no está provisto del tanque de reserva y entonces se abastece de manera directa de la red municipal.
Y esto resulta llamativo en una ciudad que se caracteriza desde siempre por su solidaridad y de un tiempo a esta parte, por su conciencia ambiental.
De alguna manera habrá que lograr que el agua tratada para el consumo no se vaya por albañales, cloacas y calles.
Y hacerlo aunque suponga obras que no se ven o disposiciones que puedan resultar antipáticas.
Hoy por hoy, tirar agua se ha vuelto un lujo.
Pero un lujo que por lo que implica, nadie puede darse.
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