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Siempre me intrigó la historia de la temporada que Chopin y George Sand pasaron en las Baleares. Chopin es Chopin y George Sand es una escritora deliciosa, lúcida, que puede deleitar muchas horas de sosiego, amigo lector. Por eso le voy a contar el sucedido, porque ambos personajes valen la pena…y mucho.
Chopin era para George Sand un amante y un hijo débil a la vez. Cuando se instalaron en Mallorca, el músico tenía una enfermedad (posiblemente tuberculosis) en estado avanzado.
Pensaron que un invierno seco podría aliviarlo.
George Sand era hija de un militar que invadió España con Murat, en la campaña de Napoleón.
Había residido de niña en Madrid. Para la “elite” intelectual francesa del momento, España era el ideal de exotismo, color, calidad de vida , fiestas… y estaba de moda visitarla.
Ella misma cuenta que tenía un confuso recuerdo de España y entusiasmada con el clima benigno y el aire limpio, no tuvo en cuenta que Mallorca era otra España, una isla en medio del mar con otra meteorología que Castilla. Allí desembarcó con sus dos hijos, Chopin y una dama de compañía. Era noviembre de mil ochocientos treinta y ocho. Deslumbrados por la vista de la ciudad desde el mar, tardaron un tiempo en darse cuenta de que se habían equivocado al elegir el destino. Los recibió el embajador de Francia y la alta aristocracia de Palma y tuvieron un cuarto de hora de cierto brillo porque la novedad que aportaban semejantes celebridades era atractiva.
Los franceses no eran bien vistos, había estado de sitio en las islas y tuvieron que pagar fuertes sumas de fianza para quedarse. La enfermedad de Chopin pronto fue “vox populi” y ante el terror que infundía la tuberculosis, era casi imposible conseguir un alojamiento. Es más, en las posadas que habitaron, les cobraron el costo de la cama, las sábanas y los colchones, porque al momento de salir los huéspedes, eran quemados en los patios. Nadie aceptaría dormir en la misma cama que un tuberculoso.
Finalmente, luego de muchas penurias y cambios de casas, consiguieron como hogar definitivo un enorme convento abandonado, que conservaba algunos cuartos restaurados y allí pasaron el largo y penoso invierno. La Cartuja de Valldemossa estaba ubicada a diecisiete kilómetros de Palma. El impacto que causó a sus almas románticas un lugar tan bello, de una arquitectura secular, ubicado en medio de un paisaje de ensueño, pronto se transformó en desilusión. Las casas cercanas estaban cerradas porque Valldemossa era un lugar de veraneo.
La gente buscaba alivio en el fresco de la montaña pero en otoño regresaban a la ciudad.
En invierno el clima es húmedo porque los vientos marinos soplan directamente sobre el viejo monasterio.
Llovía a diario y el frio era insoportable. A eso se agrega que no había caminos trazados para comunicarse con la capital y los viajeros dependían de vendedores ambulantes que les cobraban el doble o el triple los comestibles que acercaban. La doncella Amélie fue dejada en la calle por George Sand, cuando comprobó que se entendía con los abastecedores y le robaba. En el libro “Un invierno en Mallorca”, detalla cada momento de la dura permanencia. Chopin empeoraba, mientras esperaba un piano que la casa Pleyel le había mandado de París. Cuando finalmente llegó, en el puerto le hicieron pagar una fortuna para dejarlo bajar. El dinero se fue acabando, las habladurías arreciaban contra la extraña familia que tenía una madre vestida con traje de hombre y el vacío fue cada vez mayor. Como un ave herida que canta bellamente, Chopin escribió sus mejores preludios en Valldemossa.
La salida de la isla fue vivida como una resurrección. Habían pasado unos cuantos meses y no querían permanecer ni un minuto más. Por fin llegaron a Marsella donde el célebre músico mejoró gracias a las atenciones de un médico que lo conocía y lo había tratado.
George Sand era en esa época una de las mujeres más famosas de Europa; sus libros eran exitosos y su vida social brillante. Amantine Lucile Aurore Dupin, baronesa de Dudevant, frecuentaba a Lizt, Delacroix, Victor Hugo, Musset, Julio Verne, Flaubert y Balzac entre muchos otros. Su casa era el castillo de Nohant, un lugar único para visitar en Francia. Conserva intacto el espíritu romántico de su dueña y es en sí mismo un valioso exponente de la vida de la alta burguesía culta a mediados del siglo diecinueve.
Aurore se vengó del mal trato recibido en Mallorca poniendo en su libro cosas como esta: “los mallorquinos son verdaderos animales, apestosos, groseros, cobardes, todos son hijos de frailes y sin embargo soberbios, muy bien disfrazados, tocando la guitarra y bailando el fandango…”sic.
Por su parte un intelectual mallorquín, José María Quadrado escribió en un artículo que George Sand es “la más inmoral de las escritoras y la más inmunda de las mujeres…” sic.
Imagínese el querido lector ese intercambio de flores en mil ochocientos cuarenta y uno.
Visité las habitaciones que ocupó la familia en la Cartuja. Ví el piano donde Chopín componía y me acordé que Isabel Chacas, en su Academia de la calle Urquiza y España, tenía entre otros modelos de yeso unas manos maravillosas, que eran según ella, un vaciado hecho de las manos verdaderas del músico, que se habían reproducido cientos de veces, por la exquisita espiritualidad que transmiten esos dedos finos y largos.
Hoy en Mallorca nadie se asombraría al ver una señora vestida de hombre, más bien se asombrarían de verla vestida ¡Jajaja!...
Pipo Fischer
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