
En la edición del último lunes, se dio cuenta en EL ARGENTNO del fallecimiento del apreciado vecino Carlos Ismael Dahuc y en apretada síntesis, se resumió algo de lo mucho que el acreditado comerciante hizo en beneficio de la comunidad, desde todos los ángulos y en los más diversos terrenos del quehacer cotidiano.
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Todos los medios, obviamente, se ocuparon de su trayectoria y de su quehacer, pero hoy, a casi una semana de su desaparición, intentamos una ampliación puesto que si decimos que el conocido Carlitos o el “Turco Dahuc” fue una máquina de hacer cosas o un verdadero pensante con la mirada puesta en la misma ciudad, seguro que no nos equivocamos y mucho menos de pecar de exagerados al hacer referencia sobre la vida y obra de uno de nuestros gualeguaychuenses.
Nació el 18 de septiembre de 1932 y cursó la primaria en la querida escuela Rocamora, pero cuando su padre Hamud se instala en Bolívar y Montevideo, completa sus estudios en la Escuela Normal. Recuerdan sus compañeros de entonces que era muy capaz y práctico para resolver los problemas y cálculos matemáticos, aparte de ser un alumno generoso y estar siempre para ayudar.
Si bien su deseo era el de estudiar medicina, finalmente se dedicó al comercio siguiendo los lineamientos de su padre, hasta que llegó el servicio militar, haciendo el servicio en el Regimiento 3 de Caballería, tarea que cumplió con muchas ganas y con la disciplina, el entusiasmo y la responsabilidad de los soldados más adelantados.
Inquieto, luchador, su vida social y deportiva no tuvo pausas y así, con el transcurso de los años, fue escribiendo las mejores páginas de un historial muy rico de cosas positivas, fue amontonando eslabones en una cadena que se cortó el ultimo domingo, dejando a los suyos y a quienes tuvieron la oportunidad de tratarlo, el gran legado del trabajo, de la fe, la perseverancia y la predisposición para hacer las cosas.
Quien no puede dar fe de todo lo que decimos si se tomó su tiempo para dedicarle horas al Club Ciclista Argentino, acompañando al inolvidable Rodolfo Raffo y a los demás directivos y ciclistas, incluido su hijo Gustavo que supo devolverle con creces sus inolvidables inquietudes. También se subió a los kartings y a las motos, apuntalando a destacadas figuras que llevaron alto el prestigio de Gualeguaychú, pero estas pasan como anécdotas cuando ingresamos a la etapa de las grandes obras, a ese gigantesco trabajo de la pujante y ejemplarizadora Clase 32 en beneficio de nuestros hospitales, tanto el Centenario como el Baggio, pensando en las necesidades de grandes y chicos, indirectamente en la salud de todos los integrantes de la comunidad.
Quien no tuvo la oportunidad de observar a Carlos, con su clásico bigote y su camioneta roja modelo 80, cargado de puertas y ventanas para el “Centenario” o cargado de cemento y ladrillos para la obra del Hospitalito. Quién de la “Peña Tres Palenques” o de la misma “Cancha de los Vascos” no recordará las innumerables anécdotas, chistes y demás ocurrencias del querido “Turco”, pero hay que tener en cuenta y memoria que, entre tantas, también nacieron ideas y proyectos de otras tantas obras para la ciudad o consejos o inquietudes para las autoridades de turno, puesto que era un ciudadano “de aquellos” que sabía dónde y cuándo había que golpear para lograr las cosas.
Así, en parte, se culminó con la Morgue Judicial, pero principalmente nació el Corsódromo, esa extraordinaria mole de hierro, cemento y fantasía que identifica a la ciudad.
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