Aquella tarde del 25 de julio de 2004, Fernanda Aguirre desapareció para siempre de las calles de San Benito. Tenía apenas 13 años. Salió a llevar flores al puesto de su madre, frente al cementerio, y nunca regresó. Su nombre es sinónimo de ausencia, de lucha, de impunidad.
Redacción EL ARGENTINO
Ese día, en la pequeña localidad ubicada a tan solo 11 kilómetros de Paraná, se iniciaba una de las búsquedas más prolongadas y dolorosas de la historia reciente argentina. Su madre, María Inés Cabrol, transformó el dolor en movimiento: encabezó marchas, golpeó puertas, recorrió el país ante cada pista. Pero murió sin saber la verdad.
Pocas horas después del secuestro, la familia recibió un llamado exigiendo 2.000 pesos de rescate. Detrás de ese mensaje, la Justicia ubicó a Miguel Ángel Lencina, un violador y homicida que había sido beneficiado con salidas transitorias. Detenido el 1° de agosto, Lencina apareció ahorcado en su celda apenas cinco días después, sin confesar qué había hecho con Fernanda.
Su pareja, Mirta Chávez, fue condenada por complicidad y extorsión. Dijo que Lencina había asesinado a la adolescente y conservaba sus zapatillas. Pero el cuerpo nunca apareció. Y lo más grave: la investigación nunca logró una certeza. Solo hipótesis. Solo conjeturas. Desde redes de trata hasta encubrimientos policiales, todo ha sido sugerido. Nada probado.
En 2019, el caso fue archivado. La causa fue guardada, pero no el dolor. Fernanda sigue figurando como persona desaparecida en el Programa Nacional de Recompensas. Se ofrecen dos millones de pesos por datos que permitan hallarla. ¿Quién sabe qué ocurrió realmente? ¿Quiénes siguen callando?
Este 25 de julio, a 21 años exactos, su familia difundió una carta abierta. Es un grito desde lo más profundo: “Díganlo. Hablen. Den un paso hacia la verdad”, ruegan. No exigen venganza. No quieren castigo. Piden humanidad. Piden que alguien, al fin, rompa el silencio. “Nuestra vida quedó marcada por una ausencia que duele todos los días”, escriben. Y advierten algo esencial: “No naturalicemos la desaparición de una niña”. La indiferencia también desaparece personas. El olvido es un crimen pasivo.
La carta concluye con una promesa que no se rompe: “Te seguimos buscando. Nunca dejamos de hacerlo. Te amamos como el primer día. No bajamos los brazos. No lo haremos nunca”.
Fernanda Aguirre sigue desaparecida. Pero su nombre, su historia y su búsqueda no.