
Santiago Caputo increpó a un fotógrafo en la previa del debate porteño. El influyente asesor presidencial reaccionó de forma agresiva al ser retratado en público y exhibió, una vez más, el desprecio oficial hacia el periodismo.

Redacción EL ARGENTINO
El debate de candidatos legislativos en la Ciudad de Buenos Aires tuvo un condimento extra, fuera de las cámaras: el incómodo episodio protagonizado por Santiago Caputo, el enigmático asesor de Javier Milei, quien amedrentó al fotógrafo Antonio Becerra al encontrarlo captando su llegada al Canal de la Ciudad. “Vos sos un desubicado”, le espetó luego de tomarle la credencial del cuello y sacarle fotos con su celular. El hecho fue calificado por testigos como una escena “patotera”, impropia de quien actúa como una de las voces más influyentes del actual gobierno.
La tensión no terminó allí. Caputo también protagonizó un gesto de desprecio hacia Ramiro Marra, exdirigente de La Libertad Avanza y actual candidato por otro espacio. Delante de las cámaras y los presentes, lo ignoró deliberadamente en una conversación grupal, consolidando una ruptura política que comenzó cuando el presidente lo excluyó de la estructura libertaria.
El gobierno y su guerra contra la libertad de prensa
Lejos de ser un asesor menor, Caputo concentra un inédito poder dentro del Ejecutivo. Aunque figura como monotributista, el propio Milei lo definió como la “segunda instancia de control político”, incluso por encima del jefe de Gabinete, Guillermo Francos. Su influencia se extiende a múltiples áreas del Estado: SIDE, Justicia, UIF, Culto, universidades, YPF y ARSAT, entre otras.
Este despliegue de poder en las sombras contrasta con la hostilidad con la que trata a la prensa. El mismo día del episodio con Becerra, Milei lanzó un nuevo ataque contra periodistas en su cuenta de X, acusándolos de mentir y exigiendo “pedir perdón”, rematando con una frase que se repite cada vez más en sus discursos: “La gente no odia lo suficiente a los periodistas”.
El episodio con Becerra, lejos de ser anecdótico, es un síntoma de una lógica de poder que no tolera la incomodidad ni la exposición. Y en ese clima, el periodismo, especialmente el gráfico y crítico, se convierte en blanco predilecto de quienes, desde los márgenes del organigrama oficial, manejan resortes clave del gobierno.
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