
Yolanda Pradelli y Jorge Cusinato fueron matrimonio por 38 años hasta que ella fue encontrada muerta en la entrada de la casa. Su marido estaba a dos metros, atado de pies y manos. El hombre adujo que fueron víctimas de un robo, pero nunca se pudo comprobar nada.

Por Carlos Riera
Hablar de femicidio hace 20 años atrás, era una utopía. Una figura penal que castigara al hombre con prisión perpetua por matar a una mujer por el hecho de ser mujer, era algo que podía estar en el radar de la más optimista luchadora feminista, pero en realidad se estaba lejos de cualquier legislación al respecto. Más bien, era la época de los “crímenes pasionales”, donde las víctimas sufrían en silencio el sometimiento en sus hogares, la violencia económica y hasta la muerte.
No hay ningún indicio que la relación entre Yolanda Pradelli y Jorge Cusinato haya estado atravesada por la violencia. Todo lo contrario. Nadie en Larroque hubiera podido presagiar que esta mujer de 62 años iba a morir estrangulada y que su esposo de 78 años iba a quedar involucrado en esa muerte.
Veinte años han pasado de aquella madrugada del lunes 4 de abril de 2005 y aún hoy persisten las dudas sobre quién fue realmente la persona que estuvo detrás de la muerte de “Yoli”. ¿Existieron los tres delincuentes que Jorge Cusinato señaló como los responsables del crimen? Aún hoy siguen sin respuestas las preguntas sobre el móvil del hecho, ¿por qué la mataron a ella y al hombre no le hicieron nada?, ¿por qué se le dictó la falta de mérito?
Vayamos al principio
Jorge Cusinato era dueño de una funeraria que estaba ubicada en calle Sargento Cabral 56, esquina Urquiza, y gozaba del reconocimiento de toda la ciudad de Larroque. Por su actividad laboral no había nadie que no lo conociera a él y a su esposa Yolanda, de 62 años. Ambos tenían una hija en común, pero Cusinato tenía dos varones de un matrimonio anterior del que había quedado viudo, que para la investigación fue un dato sumamente relevante, aunque no determinante.
Era una familia típica de una ciudad tranquila, sin sobresaltos, acomodados económicamente, que durante los fines de semana salían a algún que otro lado. Nada que llamara la atención. Ese fin de semana, más precisamente el domingo, el día en que el mundo despedía al papa Juan Pablo II, un matrimonio amigo los invitó a dar una vuelta por Gualeguay, y aceptaron. Anduvieron todo el día y cuando cayó la noche regresaron a Larroque.
Entraron a la casa, prendieron el televisor, pero Yolanda no tenía ganas de quedarse encerrada un domingo a la noche sin nada que hacer, y lo invitó a su marido a ir hasta una casa vecina a jugar al chinchón. Quedaba a solo una cuadra y media, sin embargo no fueron caminando. “Yo le dije ‘vamos en el auto, y cuando a vos te parezca, nos venimos’”. Y así fue: jugaron al chinchón, tomaron mate, comieron facturas y bizcochos, y según consta en la declaración de Cusinato, cuando era la 1.30 (ya del lunes 4 de abril de 2005) “mi señora me dijo '¿Qué te parece viejo si nos vamos?', y yo le dije 'sí, vamos nomás'”.
El matrimonio se subió al Renault 12 para recorrer la cuadra y media hasta su casa, que quedaba en el mismo inmueble donde funcionaba la funeraria, pero antes de salir Cusinato tomó una franela rosada que tenía en el auto, y limpió los vidrios y el parabrisas que estaban mojados. Cuando el hombre sube al vehículo, Yolanda le hizo mención sobre lo difícil que estaba para dar vuelta el auto, que miraba en dirección contraria a la vivienda. “Estaba feo para dar la vuelta, porque la calle era angosta, y había agua en la cuneta, así que seguí hasta la esquina y di la vuelta manzana”, le relató Jorge Cusinato al juez de Instrucción N°3 de Gualeguaychú, Sergio Carboni, en la declaración que realizó cuando comenzó a estar en la mira como sospechoso.
El matrimonio dio la vuelta manzana y llegaron al domicilio. La construcción vista desde el aire tenía una forma de C: de un lado la funeraria y del lado opuesto la casa familiar. Estas dos construcciones estaban unidas por una galería que daba al estacionamiento. “Llegamos y mi señora dice ‘mientras vos cerrás el auto con llave, yo voy y apago la luz de una de las salas de velatorio que estaba prendida’, pero cuando voy a abrir la puerta del auto para bajarme, un tipo me agarra del brazo, y me dice ‘no grités porque te mato, dame la plata’, y me saca del auto”, relató.
Cusinato le explicó al juez Carboni que en ningún momento se resistió a lo que era un asalto. Le indicó a su asaltante que la plata la tenía en el bolsillo de la camisa, pero el ladrón lo sacó del vehículo y lo llevó hacia la parte delantera de la camioneta de la previsora que estaba estacionada al lado del Renault 12 y es en ese momento en que observa a un segundo delincuente que tenía “una pistola o un revólver” en la mano.
Para cuando le sacaron la plata que llevaba encima, Cusinato ya había sido maniatado de pies y manos. Ya lo habían golpeado en la cabeza cuando vio cruzar al tercer delincuente. “Como yo estaba en el suelo, por abajo del chasis del auto, miraba, y uno de ellos se paseaba adelante del patio, como quien va para la calle, iba y venía donde estaban los otros, pero no se juntaba con ellos.
Hasta que llegó un momento en que se fueron los tres, pero no pude ver para qué lado salieron, porque yo miraba para adelante, que estaba iluminado, para ver si salían por ahí, pero no los vi, se ve que salieron para el patio (la parte trasera de la casa), cuando no los vi más, empecé a gritar pero nadie venía. Intentaba desatarme pero no pude, y empecé a arrastrarme hasta un cuerpo que veía tirado en el piso, siempre gritando, cuando llegué al cuerpo vi que era mi señora que estaba tapada de sangre, como no podía tocarla con las manos, y además no me respondía cuando le hablaba, la tocaba con el cuerpo, hasta que vi una luz que venía y era la camioneta de la Policía, entonces les grité 'desatáme hermano, desatáme hermano', entonces me desataron las manos, y me dijeron que siguiera desatándome sólo, y se fueron para el patio. Yo me desaté las manos y abracé mi señora, y le di un beso, mi señora estaba desnuda de la cintura para abajo, el pantalón estaba sobre la cara, yo la destapé, y la besé, se me aflojaron las piernas”.
El hombre de 78 años aseguró que a su esposa le sustrajeron la cartera, "no sé si habrá tenido 35 pesos, la debe haber tenido suelta en la cartera, los anteojos y las monedas que tenía en el monederito, de unos diez centímetros, de color negro, de cuero". Declaró que no alcanzó a ver a ninguno de los asaltantes, aunque aclaró que tirado en el piso, pudo ver por abajo del auto, la forma en que la atacaron a ella. Yolanda Pradelli tenía encima sus alhajas: "ella no salía sin sus aros, su cadenita, reloj pulsera y un anillo. Me dijo mi hija que se los sacó en el Hospital, después del hecho, la cadena y los aros, no le pregunté a mi hija, si los tenía ella, porque ella me dijo yo le saqué las alahajas".
Carboni le preguntó la razón por la que fue agredida Pradelli y no Cusinato: "la verdad, esa misma me pregunta me hago yo, a mí me ataron y sólo me machucaron un poco la frente, eso fue al tirarme al suelo, después tengo un dolorcito en el pecho, que no sé si fue una patada".
“Cuando llegó la Policía yo estaba manchado entero con sangre, porque antes de ello me había tirado encima de ella, después que me desataron la abracé y la besé", fue otro de los extractos que le dijo el sospechoso al Juez para justificar las manchas de sangre en su ropa.
“Mientras uno apuntaba con el arma, el otro me ataba, primero los pies, después las manos, me sacaron la plata y se fueron, me ataron fuerte, los pies y las manos juntas. La Policía me desató las manos, debe haber habido nudos porque yo hacía fuerza con las manos, pero no pude desatarme solo”, agregó en su polémica declaración que llenó aún más de dudas al magistrado cuando empezó a tener las voces de otras personas; principalmente de un vecino que al momento de salir de su domicilio vio a Cusinato en cuclillas al lado del cuerpo.
Había dudas por todos lados.

¿Cómo murió Yolanda?
Yolanda Pradelli fue estrangulada y transcurridas unas pocas horas del hecho, la primera hipótesis había sido que a los delincuentes “se les había ido la mano” cuando la apretaron para que les entregara lo que tenía de valor.
En Larroque, por aquellos meses, había una gran preocupación de los vecinos por reiterados hechos de inseguridad que habían puesto en alerta hasta el propio intendente de la localidad, Fabio Larrosa. Incluso existieron reuniones por este motivo con la cúpula policial departamental de aquel momento, encabezada por el comisario Néstor Monzón. Por lo cual, la hipótesis de un asalto no sonó descabellada en un primer momento, aunque luego todo fue girando en dirección al dos veces viudo.
El cuerpo de la víctima fue trasladado al Hospital San Isidro Labrador y poco más de una hora después de ser descubierto el crimen, el informe suscripto por el médico de policía, Alberto Acerbi, constató las lesiones que presentaba. Cioanosis en el rostro (coloración azulada o morada de la piel debida a una disminución en la oxigenación de la sangre), región frente, nariz y orejas. Sangre en ambas fosas nasales y en el rostro, y hongo de espuma en la boca. Presentaba una lesión en el cuello ocasionada por un lazo, y un surco de ahorcadura incompleta. La muerte fue asfixia por estrangulamiento.
En la autopsia, el médico forense Oscar Chiappetti corroboró lo que superficialmente observó Acerbi y completó: “En el cuello presenta la impronta de una enérgica compresión anterior de las vías aéreas superiores, producida por un elemento ancho y flexible, que se afina al ser estirado por la fuerza de la violencia impuesta a la tracción. El cadáver se acompaña de una franela amarilla que tiene consistencia para atribuirle ser elemento utilizado para los fines referidos. Presenta hongo de espuma serosanguinolento que emerge por boca y fosas nasales".
El cuerpo no presentaba estigmas de arrastre, de resistencia, de choque contra paredes o elementos duros, siendo de especial interés -en su opinión- la ubicación de la bombacha y los pantalones, ambos descendidos hasta el nivel de ambas rodillas. Los genitales no ofrecían signos traumáticos.
Una fuente consultada por EL ARGENTINO explicó que el color azulado que presentaba el cuerpo de Yolanda Pradelli se debió a la compresión de las venas yugulares, que son las que drenan la sangre de la cabeza y el cuello, y en el ahorcado, la compresión puede obstruir este drenaje. La vena yugular interna puede provocar la cianosis debido a la obstrucción del retorno venoso del cerebro y la cara.
“La compresión interfiere con el drenaje de sangre desoxigenada, lo que puede causar una acumulación de dióxido de carbono y una disminución de oxígeno en la sangre, lo que a su vez provoca el cambio de color de la piel hacia el azul-morado característico de la cianosis”, explicó.

“En lo Cusinato hay algo raro"
Una de las primeras declaraciones que puso la lupa del juez Carboni en la figura de Cusinato fue la declaración del funcionario policial Luis Norberto Aguirre, que fue el primero en llegar a la escena sobre calle Sargento Cabral, a eso de las 2 de la madrugada del 4 de abril de 2025.
Este hombre se encontraba de recorrida en el móvil 512, junto al agente Héctor Wagner, cuando esa madrugada recibieron un alerta desde la comisaría informándoles que debían dirigirse a la funeraria. La Policía había recibido un llamado indicando que se escuchaban gritos de auxilio desde la casa de Cusinato.
Cuando el patrullero se dirigía a ese lugar, una camioneta se los cruzó y el hombre que manejaba, sin bajarse del rodado, les dijo: “ahí, en lo Cusinato, hay algo raro". Aguirre le respondió que se dirigía a ese lugar y siguieron la marcha. Al llegar al inmueble de calle Sargento Cabral 56, los policías iluminaron con un reflector desde arriba del móvil y observaron el cuerpo de una persona tirada en el piso. Al descender confirmó que se trataba de Yolanda Pradelli y a su lado se encontraba Jorge Cusinato, que le pedía que lo desatara.
La mujer tenía su rostro ensangrentado y un trapo en la boca, una franela que el propio policía le retiró. El cuerpo estaba frío y no tenía pulso. Fue allí que Cusinato le dijo los habían asaltado tres personas y que "habían corrido para el fondo”. Para ese momento había llegado el oficial Juan Carlos Escalante al lugar, y junto a Aguirre salieron en búsqueda de los tres asaltantes, mientras el agente Wagner se quedó en el lugar asistiendo. Pero la búsqueda no arrojó ningún resultado. No encontraron indicios, pisadas, de hacia dónde habían escapado, pese a que el pasto estaba mojado por el rocío.

Cuando fue el turno de declarar ante el juez Carboni, Aguirre sembró de dudas al magistrado con lo que había visto. Describió que la víctima estaba tirada en piso, boca arriba, con los brazos a sus costados, con un charco de sangre debajo de la nuca, y sangre en las fosas nasales y en la boca. Vestía una camisa blanca, dejando ver parte del abdomen, y en su parte inferior se encontraba totalmente desnuda. Arriba del pecho estaba un pantalón de color oscuro, "como si se lo habían tirado arriba, no tenía bombachas, estaba descalza, y sin medias". En una de las manos tenía dos o tres llaves apretadas con el puño, que lo primero que hizo el testigo al llegar fue sacarle el trapo que tenía metido en la boca para ver si podía respirar.
Cusinato se encontraba sentado a su lado, apoyando su espalda en el auto, con las manos y pies atados hacia adelante, con la misma soga. "Las ataduras estaban flojas, cuando él me dice que lo desate extiende los brazos, agarré la punta de la soga y se desató sola. Sacó la mano y se desató los pies. Más que atado estaba enredado en la soga por lo que no fue difícil desatarlo", declaró. En su opinión, las ataduras que presentaba Cusinato, no le impedían liberarse. "Seguro que podría haberse liberado sin ayuda de otra persona", indicó el policía Aguirre.
Cusinato estaba tranquilo. “Lo único que me dijo fue 'desatáme, desatáme, son tres que andan ahí en el fondo', no lloraba, no me pareció que estuviese nervioso, tampoco me comentó nada acerca de la señora, ni me pidió que la ayudara a ella".
"Heridas no le vi, tenía un buzo celeste o azul, y un vaquero azul, la vestimenta estaba bien ordenada, es decir no estaba rota, ni salida de lugar", le indicó el funcionario a la pregunta del magistrado para corroborar si Cusinato se había arrastrado hasta el cuerpo como había declarado.
El panadero que lo vio
Oscar Alberto Tabares también fue otro de los testigos claves en la causa. Su actividad comercial en la panadería “Tronco Hnos” lo obligaba a levantarse en plena madrugada para ir a trabajar. Ese domingo 4 de abril había puesto el despertador a la 1.40. Se vistió y salió en busca de su auto estacionado bajo un tinglado, pero al salir de su casa escuchó unos ruidos que venían de la casa de su vecino de enfrente. Esos ruidos “era como si raspaba algo en el piso, como si se encontrasen dos personas forcejeando”.
Algo estaba pasando. Pero como estaba oscuro no se veía nada. Tabares se subió a su auto Peugeot 205, pero olvidó las llaves de encendido, entonces regresó a la casa, buscó las llaves y unos segundos después estaba nuevamente arriba del auto. Fueron segundos claves. Encendió el auto, dio marcha atrás hasta salir a la calle, giró hacia el garage de Cusinato, ubicado enfrente, y alumbró con los faros de su vehículo. Habían pasado sólo cinco minutos desde que había sonado el despertador de su mesa de luz.
Cuando las luces de su auto alumbraron el frente de la casa de sus vecinos, Tabares observó un cuerpo tirado a unos 5 o 6 metros del Renault 12 de Cusinato, en forma perpendicular al auto y boca arriba, y Cusinato estaba parado, "algo medio agachado”, a un metro del cuerpo y de espaldas. “Se tocaba la cabeza con las manos en la parte de arriba", le declaró a Carboni.
Tabares se asustó. Dio marcha atrás con su auto y tomó por calle Urquiza hasta la panadería. Al llegar le comenta a Rubén Tronco y juntos deciden ir al lugar. Abordaron la camioneta Chevrolet de Tronco y se dirigieron a la casa de Cusinato. Cuando pasaron por el frente vieron el cuerpo tirado, pero Cusinato no estaba. Salieron de allí y se cruzaron con el móvil 512 en el que iban los policías Aguirre y Wagner.
Cuando Tabares declaró ante Carboni contó un dato muy relevante. Cuando alumbró con su vehículo el cuerpo tirado en el piso, observó y declaró que vestía en su parte superior una campera o pulóver, y en su parte inferior tenía un pantalón de color bordó o marrón oscuro y que Cusinato no estaba atado. "La ropa estaba toda en su lugar"; mientras que Cusinato estaba parado, algo medio agachado, a un metro del cuerpo, pero de espaldas a éste. "Cuando lo enfoco con el auto, lo veo medio agachado, como en cuclillas, pero en ese momento lo veo levantarse rápido y tomarse la cabeza con ambas manos", indicó.
El Peugeot 205 de Tabares tenía buenas luces de fábrica, pero además le había colocado dos faros extras de iodo que mejoraban la visibilidad en una noche de niebla. Redobló estar seguro que la persona que había visto al lado del cuerpo de Yolanda Pradelli era Cusinato.
Tronco también fue llamado a declarar y además de corroborar todo lo que había dicho Tabares, le contó a Carboni que "la puerta de ingreso a la casa de Cusinato estaba abierta, y a través de esa puerta se veía una luz que salía de adentro, era una luz media blanca, como de tubo fluorescente, que iluminaba, pero no con toda claridad”. Cusinato había declarado que no habían logrado entrar a la casa y las llaves habían sido encontradas en la mano de la víctima.
El procesamiento y libertad
No hubo robo. Parte de los efectos que Cusinato mencionó que le habían sustraído los asaltantes, fueron secuestrados de su propio domicilio, dos días después del supuesto asalto. La cartera y el monedero de Pradelli fueron incautados y reconocidos posteriormente por varios testigos que habían estado con ella esa noche previa al crimen jugando al chinchón.
Para Carboni resultaba increíble que los asaltantes no se llevaran los dos anillos de oro y un reloj que la hija del matrimonio le retiró a su madre cuando estaba en el hospital. Pero además, no se llevaron los autos ni trataron de entrar a la casa en busca de elementos de valor.
Más increíble le pareció al magistrado el ensañamiento que mostraron los supuestos asaltantes con la víctima, y mucho más si se tiene en cuenta que Cusinato resultó prácticamente ileso, y sin lesión alguna en sus brazos, siendo que referenció que había sido tomado con fuerza y bajado del auto.
El estado de angustia “burdamente invocado por Cusinato al momento del arribo de la comisión policial”, fue desvirtuado en la declaración de los policías. Aguirre relató que, a su llegada, Cusinato estaba tranquilo y que lo único que pidió fue que lo desatara, no lloraba, no pareció nervioso ni comentó nada acerca de su esposa que estaba muerta.
Cusinato quedó detenido a las 48 horas de ocurrido el crimen y quedó alojado en la Jefatura Departamental de Policía a la espera de la resolución judicial. El 13 de abril, el juez Carboni dictó la prisión preventiva y el procesamiento por el delito de homicidio calificado por el vínculo. Incluso se había dispuesto que cumpliera con la medida preventiva en la Unidad Penal 2 una vez que quedara firme, pero esto nunca sucedió.
El abogado defensor, Víctor Rebossio, apeló el procesamiento y llevó el caso a la Cámara de Apelaciones de Concepción del Uruguay. Aseguró que pese a todos los fundamentos que expuso Carboni en su procesamiento, no existían elementos suficientes de convicción para procesarlo ni tampoco para sobreseerlo, por lo cual era necesario que se dictara la falta de mérito.
La jueza de Instrucción de Concepción del Uruguay, Cristina Calveyra, que había subrogado a un camarista, fue quien dictó la falta de mérito. Esta figura penal ya no existe en la actualidad. Se trata de un intermedio entre el procesamiento, que es incriminatorio y lleva a una elevación a juicio, y el sobreseimiento, que es todo lo contrario. La falta de mérito se dictaba cuando se consideraba que no había más pruebas de acusación que de defensa, y cuando pasa el tiempo y no se consiguen reunir más pruebas, esa falta de mérito se convierte en sobreseimiento. Esto fue lo que pasó con Cusinato. Carboni expuso en su procesamiento todos los indicios que tenía sobre el acusado, pero tras lo dispuesto por Calveyra no aparecieron nuevos datos, indicios o prueba incriminatoria, convincente, por lo cual no se pudo revertir esa falta de mérito y por lo tanto el 2 de mayo de 2006 se firmó el sobreseimiento del sospechoso.
Cusinato quedó libre de culpa y cargo, pero siempre quedó el manto de duda entre quienes siguieron de cerca el caso. Pero para aquellos otros que conocían más de cerca a este hombre y sabían sobre su pasado, la duda era aún más grande. Cusinato era dos veces viudo y sus dos mujeres murieron de la misma forma. Las dos murieron estranguladas: una por autodeterminación y la otra en un asalto del cual nunca se pudo corroborar absolutamente nada.
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