
El domingo 7 de abril de 2002, los vecinos de calle Perito Moreno al 1000, casi esquina Yrigoyen, se conmovieron. Nunca se había registrado un hecho policial de estas características.

Por 4
Un Ford Mondeo, color bordó, chapa patente BLQ 794, estaba detenido frente a la lujosa vivienda que la víctima había mandado a construir para su amante. Ese automóvil no llamó la atención porque era frecuente verlo estacionado en esas inmediaciones.
Era noche avanzada, esa hora imprecisa donde la sombra nocturna pareciera que todo lo disimula. Una hora predilecta para quebrantar la ley y mucho más cuando se intenta borrar de la faz de la tierra a una persona.
Ernesto José Dóvalo que en ese entonces tenía 62 años, fue citado por su amante y por los hermanos Miguel Ángel y Crisanto Fabián Paredes. No desconfió, porque los conocía del casino cuando estaba en calle 3 de Febrero.
Dóvalo era oriundo de Florida, Provincia de Buenos Aires y estaba ligado a una mutual y manejaba mucho dinero. Solía venir a Gualeguaychú a probar suerte en el casino. Y en ese ambiente, conoció a una bella mujer rubia que ejercía la prostitución bajo el amparo de los hermanos Paredes.
Del sexo comprado a una relación más pasional implicó casi tener una doble vida. Con el tiempo, Dóvalo le construyó una vivienda lujosa a su querida e incluso en los fondos de esa propiedad, construyó otras dependencias donde vivían los hermanos Paredes. Por eso cuando fue citado por ellos, no hubo desconfianza.
Sin embargo, por razones que se explican ante el temor de perder una fuente de ingreso, los hermanos Paredes le tendieron una suerte de emboscada.
Ese domingo 7 de abril de 2002, un par de horas antes de la medianoche, fue el encuentro fatal. Casi sin mediar palabras, Dóvalo recibió un disparo que le atravesó –de abajo hacia arriba- la lengua y el plomo quedó incrustado en un hueso de la mandíbula.
Los hermanos Paredes actuaron junto a un tercer cómplice: Víctor Martín Galop. Los tres lo dieron por muerto. Lo ataron con un alambre y lo ubicaron en el baúl del Mondeo color bordó que era de la propia víctima. La idea era tirar el cuerpo en inmediaciones de los puentes de Zárate Brazo Largo, una zona predilecta para hacer desaparecer un cadáver.
Los hermanos Paredes tomaron el Mondeo de Dóvalo (quien iba en el baúl), atravesaron la ciudad y tomaron la ruta nacional 14, rumbo a los puentes. Estaban satisfechos porque el plan estaba saliendo tal como fue acordado, casi al milímetro.
Hay una máxima que enseña que no hay crimen perfecto. A veces el azar lo impide. En la medianoche de ese domingo llegaron a la intersección de las rutas nacionales 14 y 12, a la altura de Ceibas, un control vehicular azaroso realizado por personal de Gendarmería Nacional detuvo al Mondeo para un control de rutina.
Los gendarmes solicitaron lo habitual: tarjeta verde, seguro, carnet de conducir. Pero una atmósfera nerviosa que embargaba al Mondeo bordó, hizo desconfiar a los uniformados. Los gendarmes observaron un gesto demasiado titubeante y excitable en los tres ocupantes. Y otro dato se sumó a esa observación: la vestimenta de esas tres personas, en la medianoche de un domingo, también les hizo desconfiar porque no se condecían con el lujoso automóvil.
En ese contexto y alumbrados por linternas, se les ordenó descender del automóvil. La oscuridad animó a uno de los ocupantes y descartó en esa noche cerrada un arma en la banquina. Pero el reflejo de una linterna interceptó esa acción y los uniformados se pusieron más en alerta y ordenaron requisar el vehículo, mientras los tres ocupantes quedaban ya detenidos. Cuando abrieron el baúl, la suerte de los hermanos Paredes y de Galop estaba escrita de antemano: apareció Dóvalo, con la cabeza ensangrentada, atado con alambres.
Una brisa envolvía a ese puesto de control en plena ruta 14. El aire fresco de la noche fue una bocanada de vida, porque ese supuesto cadáver primero se movió y entre inconsciente y casi moribundo… respiró y alcanzó a señalar que el vehículo era suyo y que había sido víctima de un secuestro e intento de homicidio.
Gendarmería secuestró el revólver calibre 22 que se había descartado a un costado de la banquina y un cargador de una pistola 9 milímetros.
Dóvalo fue trasladado de inmediato al Hospital Centenario donde recibió las primeras atenciones más urgentes y horas más tarde fue derivado al Hospital Italiano, donde definitivamente encontró una nueva oportunidad para rehacer su vida.
Los tres ocupantes del Mondeo bordó fueron puestos a disposición del Juzgado Federal de Concepción del Uruguay, pero luego la causa pasó al Juzgado de Instrucción número 3 a cargo del juez Sergio Carboni.
En ese entonces Gendarmería actuaba en la jurisdicción bajo la figura de Sección “Gualeguaychú” y todavía no se había conformado el Escuadrón 56. El comandante Enrique Torres era el titular de la fuerza en esa época. En la edición del martes 9 de abril de 2002 de EL ARGENTINO, Torres contó que los tres ocupantes del automóvil habían manifestado que no tenían las llaves del baúl del Mondeo.
Las tres personas quedaron detenidas y en ese entonces sus edades eran de 19, 25 y 30 años y en sus primeras declaraciones dejaron entender que todo se trataba de un asunto de “polleras” (1).
El juez Carboni los imputó finalmente de los delitos de tentativa de homicidio, robo a mano armada, privación ilegítima de la libertad calificada por violencia y tenencia de un arma de uso civil sin autorización. La acusación habló por sí misma de la gravedad de lo acontecido y por eso los imputados no gozaron del beneficio de la excarcelación.
El contexto político en Entre Ríos también estaba al rojo vivo. Porque para esa época el gobierno de Sergio Montiel fue jaqueado por el avance de un juicio político al caudillo radical, acusado de mal desempeño en al menos siete materias básicas de la administración pública. Una posible intervención federal también pesaba en aquellos días al gobierno entrerriano.
El entonces vicegobernador, Edelmiro Pauletti, había sostenido que “estaba preparado para asumir el gobierno” en caso de que Montiel cayera e incluso sus voceros aseguraban “que está trabajando en un borrador” sobre un eventual gabinete de gobierno (2). “Pude haber metido la pata, pero no la mano”, se defendió Montiel con su característico estilo. Fue gracias al voto del peronista Félix Del Real, que finalmente el juicio político no se sustanció. Las sospechas de coimas crecieron en los entrerrianos y Del Real fue señalado por el entonces senador nacional Jorge Pedro Busti como “traidor”.
Al igual que la carátula que Carboni le dio a los tres victimarios de Dóvalo, en la Entre Ríos de esa época la libertad para muchos estaba secuestrada y la ética en la política tuvo un intento de homicidio.
Las condenas
En la causa número 3575, caratulada “Paredes, Miguel Ángel; Paredes, Crisanto Fabián; Galop, Víctor Martín S/ homicidio simple en grado de tentativa, privación ilegal de la libertad calificada por violencia y robo calificado por el uso de armas, todo en concurso material entre sí” que se sustanció en la Cámara del Crimen de Gualeguay, se confirmó la sentencia a la pena de nueve años de prisión efectiva.
En rigor, la sentencia de primera instancia fue el 2 de agosto de 2004 y el Superior Tribunal de Justicia la confirmó el 23 de mayo de 2005.
Esta sentencia se cumplió en la Unidad Penal N° 2 de Gualeguaychú.
La actualidad
Por otro lado y en relación a otras causas, Crisanto Fabián Paredes volvió a ser noticia en la sección Policial. Esta vez por el supuesto delito de abigeato. El hecho que se está investigando ocurrió el viernes 11 pasado.
En camino de Costa Uruguay Sur (zona del Arroyo El Sauce), la Policía detuvo a cuatro personas por el supuesto delito de abigeato, además de secuestrar 29 animales vacunos y dos vehículos.
En esa circunstancia actuó el personal de la Brigada de Abigeato, que realizaba una recorrida de prevención, cuando identificó a un camión Ford Cargo con acoplado con la leyenda “Transporte Herradura del Norte SRL Gualeguay”, modelo 1722, dominio colocado NQZ 159 y que era conducido por un joven de 20 años; que trasportaba 29 animales vacunos sin documentación.
Este camión era escoltado por un auto Fiat Uno, color bordó, patente colocada GLR 379, en el que viajaban tres personas de 45, 47 y 50 años de edad. Uno de los ocupantes tiene domicilio en Castelar (Provincia de Buenos Aires), otro en Campana (Provincia de Buenos Aires) y el tercero en Gualeguaychú: se trata de Crisanto Fabián Paredes.
En ese procedimiento se estableció que los animales fueron robados de un establecimiento rural cercano conocido como Sociedad El Ceibo de la familia Pieczocha y se calcula que la carga ilegal que llevaban tiene un valor aproximado a los 500 mil pesos (3).
Cuando la Policía detuvo al camión, detrás venía el Fiat Uno. Este automóvil también fue detenido, pero sus ocupantes argumentaron que estaban por la zona y no tenían nada que ver con los 29 vacunos. El personal de la Brigada de Abigeato los dejó pasar, pero al hacer pocos metros, el conductor del camión gritó por la ventanilla: “Están conmigo” y así fueron inmediatamente detenidos.
Estas cuatro personas están bajo prisión preventiva por el término de diez días. Y el fiscal analiza acusarlos por el Artículo 167° quater del Código Penal de la Nación, que indica: “Se aplicará reclusión o prisión de cuatro a diez años cuando en el abigeato concurriere alguna de las siguientes circunstancias” y entre ellas se encuentra la participación en el hecho de tres o más personas.
De aquel intento de homicidio y privación de la libertad a este supuesto abigeato, de alguna manera la historia vuelve a intentar repetirse: nuevamente el capítulo central lo deberá escribir la Justicia.
Por Nahuel Maciel
EL ARGENTINO
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