Cómo se vive a casi dos meses del alto al fuego entre Benjamín Netanyahu y el grupo terrorista en la Franja de Gaza que promovió Donald Trump. La mirada de una enviada especial, para retratar el sentir y el pensar cotidiano de la gente del lugar.
Por Natasha Niebieskikwiat
Nacido en Rusia y con orígenes de judíos, emigrado tras la caída de la Unión Soviética a Israel, su segunda patria, Max es chofer. Hace años lleva y trae pasajeros desde el aeropuerto Ben Gurion al centro de Tel Aviv. En consulta con este medio responde, con mezcla de alivio y descreimiento, sobre la frágil tregua con el grupo terrorista Hamás que Benjamín Netanyahu aceptó reestablecer en octubre pasado -el segundo en el año- por presión de Donald Trump.
Su descreimiento es un sentimiento algo generalizado. “Este país pasa de la guerra a la no guerra, de la no guerra a la guerra, de la guerra a la no guerra, de la no guerra a la guerra y así siempre”, dijo a EL ARGENTINO durante un viaje reciente a Israel por invitación de la organización Fuente Latina.
Un escenario bélico siempre latente
La última guerra estalló el 7 de octubre de 2023 cuando terroristas de las milicias de Hamas entraron a Israel por tierra y mar; atacaron a la población civil y militar, mataron, violaron, quemaron casas. Murieron 1.200 personas de todas las edades en cuestión de horas, vulneraron la poderosa seguridad israelí, mostraron enormes fallas de la misma, y se llevaron a unos 250 rehenes. Las bajas israelíes en la cruzada en Gaza no se conocen con exactitud, de jóvenes reservistas y oficiales. Se habla de más de 1.800. A ello hay que sumarle casi 30 muertos en el enfrentamiento de misiles con Irán de junio pasado.
La cruzada de Netanyahu en la Franja de Gaza iniciada el 8 de octubre dejó al menos 70.000 muertos según los números palestinos que las organizaciones internacionales avalan. Lo cierto es que el diminuto territorio de Gaza está destruido, se encamina a quedar dividido en dos: uno bajo dominio local y otro de Israel con una suerte de fuerza internacional. La gente tiene necesidades humanitarias básicas y urgentes. En Israel aseguran que los excesos contra la población palestina son "aislados " y que el objetivo es el terrorismo. Pese a estar duramente golpeado, Hamas sigue vivo.
“Tráiganlos a casa”
Una de las señales más notables de este nuevo tiempo, si se lo compara con el aniversario del ataque en 2024, es que ya se retiraron los miles de carteles que rezaban “Bring them Home” -“Tráiganlos a Casa”- con las fotos de cada rehén. Hoy hasta los sitios en los que Gaza cometió su masacre, los kibutz, las paradas de autobuses, las bases militares de la frontera sur son como santuarios del horror, y ya están siendo reconstruidas con algunos recuerdos para impedir el olvido.
En el frente interno, la polarización política es evidente. Netanyahu sí, Netanyahu no. El frente ortodoxo que sostiene su gobierno tiene una representación mínima en la sociedad, pero un enorme poder en el gabinete. En particular son dos los ministros que generan polémica a diario con sus más radicalizadas posturas contra los palestinos, pero también a nivel de control interno. Son el ministro de Seguridad Nacional, Ben-Gvir, y de Finanzas, Bezalel Smotrich.
Tel Aviv es tan cosmopolita que la religiosidad de Jerusalén no se siente y son las propias tensiones internas las que perturban la diversidad de Israel. Ya no se ven las marchas pidiendo por los rehenes que se sucedieron en estos dos años y que se mezclaban con un rechazo a Netanyahu. A los rehenes los cuidan sus entrevistas públicas, pero no todos están en condiciones de darlas. Por ejemplo, a Yarden Bibas, padre de Shiri y los dos niños pelirrojos asesinados, se lo vio muy poco tras su liberación. La Argentina Edith Silberman, tía de Shiri, habló con EL ARGENTINO y dijo que el gobierno de Netanyahu aún debía dar explicaciones por el ataque de Hamas del 7 de octubre de 2023.
Israel respira bajo una frágil tregua, pero el aire está cargado de desencanto y fracturas internas. El paisaje es el de una calma tensa y profundamente dividida. Mientras la gente, hastiada del ciclo eterno de violencia, intenta reconstruir su vida sobre las ruinas del horror. La sociedad observa con escepticismo la pugna política que define su presente en polarizaciones que alejan una solución duradera. En este clima, los familiares de los rehenes, desde un dolor que el tiempo no mitigará, alzan su voz no solo contra Hamas, sino contra su propio gobierno, al que exigen respuestas por el fracaso que permitió la tragedia. Su lucha es un recordatorio crudo de que, tras la retórica y los escombros, el costo humano permanece y clama por justicia.