
Aída Angélica Caffa es docente jubilada. Este jueves a las 15 horas dará a conocer "Penitenciaría de Gualeguaychú, mitos y verdades”, trabajo que recopila datos, anécdotas y testimonios de quienes pasaron por la ex Unidad Penal N°2.

Por Luciano Peralta
Aída juega al buraco con una de sus hijas. “Traé para anotar”, le pide. Claudia busca alguna hoja que sobreviva a las anotaciones que inundan el viejo cuaderno que saca de un cajón igual de viejo. “¿Mamá, esas poesías son tuyas?”.
Así nació “A la sombra del bonsai”, el compilado de poesías que publicó en 2021. Ahora, Aída Caffa, “Ñata” para los amigos, se prepara para la presentación de su segundo libro, “Penitenciaría de Gualeguaychú, mitos y verdades”, que tendrá lugar este jueves 8 de mayo a las 15 horas en el predio de la Rural de Palermo, donde se desarrolla la Feria Internacional del Libro de Buenos Aires.
“Nosotros éramos siete hermanos, la mayor me llevaba seis años, después venían cuatros hermanos seguidos, y yo era como su mamá, los cuidaba, los bañaba, porque mamá vivía embarazada… no tuve tiempo de escribir en esa época”, cuenta, en diálogo con EL ARGENTINO.
Aída tiene 88 años, fue maestra rural, un par de años en Irazusta, a donde llegaba, con sus 18 años recién cumplidos, en sulqui -“muerta de frío”- después de bajarse del tren que unía Gualeguaychú y Parera. Luego fue trasladada a la Escuela Rocamora, en la ciudad, donde se brindó a la educación durante 32 años y 6 meses.
“A la escuela Rocamora fue mi mamá, en 1920, recién venida de Italia. Ella llegó a los 8 años a Argentina, huyendo de la guerra. Acá la esperaba mi abuelito, juntando dinero para poder traerlos. Por eso la Rocamora es tan importante, después fueron mis cuatro hijos y mi nieto”, remarca.
Vivir la cárcel
“Yo nací en el campo, en la escuela de Sarandí, porque mi papá era el director. Hasta los siete años estuve ahí, después los trasladaron a Gualeguaychú y nos vinimos a vivir muy cerquita de la penitenciaría. Entonces escuchábamos todo: los gritos, los motines, los pedidos de ayuda de adentro. Cuando había detonaciones de armas de fuego mamá cerraba y trababa todas las puertas por el temor a las fugas”, cuenta Aída.
La Unidad Penal N°2 “Francisco Ramírez” fue parte importante de su infancia y la de sus hermanos. Recuerda momentos felices: cuando rodaban por el desnivel del campito frente a la cárcel y se reían a carcajadas. “Los guardiacárceles ya nos conocían, era una época en que se podía andar por la calle tranquilos, no como ahora que hay que cuidarlos tanto a los chicos”.
Tiempo atrás, con la compañía siempre cómplice de El Gitano, su marido, filmó un video de la cárcel por fuera, que entre uno de sus hijos y su nieto editaron para compartirlo en Facebook. “Fueron tantas las visualizaciones, tanta la gente que me llamó, que dije: algo tengo que hacer con esto. Fue así que un día recibí el llamado de un desconocido, Fabián Cabrera, que me contó que era ex guardiacárcel y que quería colaborar con algunas entrevistas para el libro que yo empezaba a escribir. Y así fue que empezamos”, relata Aída, con una lucidez envidiable.
"Penitenciaría de Gualeguaychú, mitos y verdades” narra los comienzos de la que fue una de las cárceles de mayor seguridad de Entre Ríos, nacida en el siglo XIX y en actividad hasta hace pocos años, cuando fue cerrada y reconvertida, parcialmente, en un espacio de la memoria. Sus comienzos, el terreno donde se instaló, los arquitectos que la diseñaron, entre otros datos históricos, hacen de prólogo para las historias de los presos -comunes, famosos y políticos, así están discriminados- que pasaron por esa mole de cemento y oscuridad.
Ahora, la docente de 88 años prepara los últimos detalles para la presentación que la tendrá de protagonista este jueves 8 de mayo, a las 15 horas, en el Pabellón N°1.123 de la Editorial Dunken, en la Feria Internacional del Libro de Buenos Aires.
“Yo siempre la tengo en la memoria a mi hija Diana (que falleció de cáncer), hablar de ella ya me angustia, pero la gran ausente va a ser mi hermana Alicia, que siempre estuvo a mi lado y al lado de Natacha (su hija menor), cuando ella organizaba algo ella estaba. Ella hubiera estado conmigo, pero bueno, la vida es así”, dice Aída, sin disimular su tristeza. Aunque, enseguida, parece dar vuelta la página: “quiero destacar el apoyo de mi familia, que ha sido fundamental, sin ellos no hubiese sido posible nada de esto. Y el apoyo de toda la gente que se prendió y vino a dar su testimonio para el libro. Ahora, veremos qué pasa”.
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