
El sacerdote Claudio Castricone, de la arquidiócesis de Rosario, acaba de afirmar “El tema de la delincuencia no viene tanto por la falta de trabajo, sino que yo lo uno directamente a la droga. El que sale a robar no es para comer, como pudo haber pasado en algún tiempo. El que sale a robar es para comprar droga”.
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Y sus palabras, que aluden a la realidad de Santa Fe, bien pueden aplicarse a la que cada vez con más frecuencia estamos viendo en Gualeguaychú. Hoy sabemos que un remisero puede ser muerto de varias puñaladas, que un chico de nueve años puede ser atacado para robarle el celular, que una bicicleta puede ser llevada con demasiada facilidad, que no falta el cobro de peaje en determinadas esquinas, todo para conseguir unos pesos que no se destinarán a la compra de alimentos. Y ligar la pobreza al incremento de la delincuencia es, además de injusto, esquivar el tema de fondo.
Es injusto, porque la pobreza no es sinónimo de delincuencia y es mirar para otro lado, porque es querer hacer de cuenta que aquí no pasa lo que sí ocurre en otras ciudades, lo que muestran los canales de televisión, lo que cuentan las radios.
También es ignorar que no hay lugares para un tratamiento integral de las adicciones, porque detener, demorar o llevar presos a quienes delinquen estando fuera de control no es ofrecerles el tratamiento que necesitan.
Para lamento colectivo, la droga también está en Gualeguaychú.
Y este es un problema social en el que todos debemos interesarnos, comenzando por las autoridades políticas, judiciales, educativas, de salud, porque está claro que como problema, atraviesa a todos los sectores y repercute de lleno en la comunidad.
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