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Gualeguaychú, Sarmiento y la Isla Libertad

Así como el río es una referencia para la gente de Gualeguaychú, la isla que tenemos tan cerquita del puerto, con el castillo como postal, guarda relatos de la historia nacional y de la propia de nuestra ciudad.

Lunes, 20 de Enero de 2014, 20:35

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La propuesta de compartir esta colaboración escrita por Osvaldo Delmonte hace un tiempo guarda relación con la época de calor, que nos acerca al río o a la costanera, desde donde vemos la Isla Libertad, el epicentro de momentos históricos, además de ser una referencia innegable para la adolescencia de tantas generaciones.

“Le hice algunas correcciones”, aclaró Delmonte aludiendo a la reseña publicada hace un tiempo a propuesta de Rubén Skubij y considerando “se podría rescatar el libro de Sarmiento “Campaña en el Ejército Grande” en el que hay un capítulo dedicado a Gualeguaychú donde cuenta de la Isla de Fragas, como la llama, y cosas muy interesantes para los gualeguaychenses, de manera que puede ser usado como recurso didáctico, para acercar a los chicos a la historia y a la historia local, además de ser un clásico de la literatura argentina”.

También quedó establecida la intención del rescate de la Isla como centro del paisaje fundante y primitivo, su valor para nuestra cultura comunitaria por el lugar que ocupa en el imaginario de los que somos de Gualeguaychú, de lo que se desprende la importancia de darle valor cultural e histórico para preservarla como la conocemos, porque el paisaje es un bien común.

Osvaldo Delmonte es profesor de historia y coordinador de la sede local de la Facultad de de Humanidades, Arte y Ciencias Sociales de la UADER, además de responsable de las cátedras de Derechos humanos e Historia social y política.

Sobre Gualeguaychú, Sarmiento y la Isla Libertad escribió:

“Todos los Gualeguaychenses estamos unidos a la Isla; los más afortunados por vivir en ella o haber vacacionado a la sombra de sus generosos sauces; otros, simplemente por contemplarla mate en mano desde el puerto y los más osados, por recorrerla sin permiso en busca de membrillos ajenos y aventura.

La Isla fue refugio de rabonas primaverales y amores de veranos ardientes apaciguados a puro remo y chapuzón. Allí se jugó al fútbol en pata y por la jarra de sangría. Este lugar, además, alimentó fantasías y misterios. Dicen que el espíritu de Blanca Sosa encontrada degollada en el castillo del río suele deambular por la isla en las noches de luna.

Seguramente no es de esta ciudad quien alguna vez no buscó cruzar el brazo Tomás de Rocamora a pie, buscando el vado, allí nomás, desde el viejo balneario del Parque, hoy Papaya, hasta la playada de enfrente .O en una tarde de invierno -aburrido como los ceibos y las palmeras- no se acodó en la costanera para mirarla, por mirarla nada más.

Casi todos alguna vez navegamos en compañía muy lentamente alrededor de la Isla buscando la palabra o la mirada que justifique nuestro poco empeño de remeros, o intentamos recibirnos de nadadores dándo la vuelta a pura brazada; casi todos también, llevamos previa esta materia hasta el verano siguiente.

Pocos saben que una cadena de piedras caprichosamente se le interponía al Gualeguaychú - desde la costa del balneario, a la altura de la calle Doello Jurado hasta el Chalet de Rossi. Así nuestro río, manso y de andar sin apuro buscó lentamente sortear este obstáculo y formó el brazo que luego se llamaría Tomás de Rocamora. Nace así, este paisaje distintivo y fundante de nuestra ciudad, pues no se podía elegir lugar más bello para levantar una villa que frente a esta Isla.

Y por supuesto, la Isla no podía estar ajena a los acontecimientos que ocurrían en el pueblo, uno de ellos (1851) fueron las tratativas para la formación del “Ejército Grande” que iría a enfrentar a Don Juan Manuel de Rosas . Es así que llegaron antirrosistas de todos los pelos y colores además de diplomáticos brasileros y uruguayos para sumarse a la campaña militar que preparaba Urquiza y que terminaría el 3 de febrero de 1852 con la batalla de Caseros. Algunas reuniones se efectuaron en un rancho ubicado cerca del Chalet de Rossi.

En ese momento, entre otros importantes conspiradores arribó Domingo Faustino Sarmiento, quien a los pocos días de estar en Gualeguaychú y luego de tomarse unos buenos vinos anduvo a los chapuzones en la playada de la Isla; él lo cuenta de este modo: “En la fiesta de la Isla de Fragas, que me traía enamorado por su graciosa colocación en medio de Gualeguaychú y en frente de la Aduana, convidóme a bañarnos el Coronel Hornos. Es este un personaje notabilísimo del Entre Ríos, y el rival en otro tiempo de Urquiza”.

Lejos estaba Sarmiento de imaginarse que 20 años después, en 1870, los sauces de ese plácido lugar que lo “traía enamorado” iban a ser sacudidos por la fuerza de la pólvora y la metralla, y menos aún que el Presidente de la República que ordene la invasión de Entre Ríos para aplastar la última montonera federal acaudillada por Ricardo López Jordán seria precisamente él.

En esta oportunidad (1870) integrantes del Batallón 15 de Abril , formado en nuestra ciudad para apoyar la intervención nacional -cuya bandera se encuentra en el Instituto Osvaldo Magnasco- se refugiaron en la Isla cruzando por la escollera de piedras, decisión poco inteligente desde mi punto de vista pues rápidamente quedaron cercados por tropas Jordanistas. Luego de un intenso tiroteo que duró un día, los sitiados fueron evacuados en una embarcación provista por las tropas nacionales. Este episodio es conocido como el Combate de la Isla, ocurrido en noviembre del año 1870.

Pero volvamos veinte años para atrás y a la refrescada de Domingo Faustino. Este hecho esta consignado en su libro “Campaña en el Ejército Grande”, donde cuenta su participación en la Batalla de Caseros -3 de febrero de 1852- y los preparativos de la misma. El primer capítulo se llama precisamente “Gualeguaychú”. Así describe nuestra ciudad “Gualeguaychú, a orillas del Gualeguaychú río navegable que desemboca en el Uruguay, es una linda villa que aspira a ser ciudad y en los últimos tres años ha hecho grandes progresos, gracias al comercio activo que sostiene con Buenos Aires, y a las producciones de la ganadería que de allí se exportan. Estas ciudades frescas, apresurándose a ser, tienen un poco del aspecto de las norteamericanas de las misma edad” y se refiere también a los vascos e italianos que mediante la horticultura “suministran algunos condimentos a la variedad de pescados de los ríos y a la abundancia de excelente carne, con lo que la mesa es regalada y no carece de variedad para el ejercicio de la ciencia culinaria”.

Es muy interesante la lectura de este libro, el cual como todo escrito sarmientino tiene una clara y directa intencionalidad política, en este caso exaltar su “importante participación” en la caída del “sanguinario Rosas” y esmerilar, por otra parte, la figura del Gobernador de Entre Ríos como manera de preparar el terreno que justifique el accionar de los viejos unitarios y rosistas conversos abroquelados ahora en Buenos Aires contra la naciente Confederación acaudillada por Urquiza. Pero más allá de esta cuestión -seguramente polémica- y que merece un análisis más profundo, lo cierto es que nuestra isla cautivó a Sarmiento. Apacible y bella, no podía ser de otro modo”.

 

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