
Esta Pascua nos encuentra atravesados por un acontecimiento histórico: la muerte del Papa Francisco.

Redacción EL ARGENTINO
Por Pbro. Gregorio Agustín Nadal Zalazar
En medio del mensaje central de la fe cristiana —la victoria de la vida sobre la muerte— despedimos a un pastor que, con su humildad y su voz profética, marcó profundamente la historia reciente de la Iglesia y del mundo.
El 13 de marzo de 2013, desde un balcón del Vaticano, un hombre vestido de blanco pidió al pueblo que rezara por él antes de impartir su bendición. En ese gesto de honda humanidad comenzó a revelarse el estilo de Francisco: cercano, simple, pastor entre su pueblo. Su elección fue histórica: el primer Papa latinoamericano, el primer jesuita, el primero que eligió llamarse Francisco, como el santo de Asís, símbolo de pobreza, paz y cuidado de la creación. Y su muerte, este 2025, también marca un hito: porque no se trata solo del final de un pontificado, sino del comienzo de una herencia viva que nos desafía.
A lo largo de su pontificado, Francisco nos llamó a una Iglesia “en salida”, menos preocupada por su autorreferencialidad y más decidida a caminar hacia las “periferias existenciales”: allí donde habita el sufrimiento, el descarte, la soledad, la falta de sentido. Nos interpeló a mirar a los pobres no solo como destinatarios de ayuda, sino como portadores de un saber, de una presencia de Dios que no se deja encerrar en los márgenes.

Sus gestos hablaron con fuerza: besó los pies de refugiados, se inclinó ante los más débiles, abrazó a enfermos y migrantes, dialogó con quienes piensan distinto, clamó por la paz y el cuidado de la Casa Común. Francisco nos enseñó que la grandeza verdadera no está en los títulos ni en las formas, sino en el amor que se entrega sin esperar nada a cambio.
En este tiempo de Pascua, cuando los cristianos celebramos que la muerte no tiene la última palabra, el testimonio del Papa nos invita a mirar más allá de las apariencias, a reconciliarnos con la figura de quien supo incomodar a algunos, pero con la intención firme de que el Evangelio volviera a ser buena noticia para todos. Quizás ahora, con la serenidad que da el paso del tiempo, podamos agradecerle sin prejuicios el habernos hecho volver a lo esencial.
La Pascua es vida nueva. Y el legado de Francisco es una invitación urgente: salir, ir al encuentro, no temer a las heridas del mundo. Nos animó una y otra vez con estas palabras: “Prefiero una Iglesia accidentada por salir, que enferma por encerrarse”.
Hoy, su muerte nos conmueve. Pero también nos compromete. Que no quede solo en homenajes: que lo imitemos. Que sigamos su huella de Evangelio vivido. Que esta Pascua nos encuentre, como él, caminando hacia los que más nos necesitan.
Cura párroco
Basílica Inmaculada
Filial de san Juan de Letrán
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