La docente y artista local Paulina Lemes lanzó una propuesta lúdica que une preguntas, cartas y azar con un recorrido histórico que se remonta a miles de años antes de la fundación de la ciudad. Inspirado en las investigaciones de Manuel Almeida, El Ñoño busca derribar mitos.
Por Lautaro Silvera
¿Cómo unir el juego interactivo con la historia de la ciudad, antes de su fundación, yendo directamente a las raíces? Eso refleja este proyecto de Paulina Lemes, El Ñoño, una puerta de entrada para llegar a dar con esos datos que tienen que ver con el origen de Gualeguaychú, mucho antes de su fundación, pero mezclado con la diversión y el aprendizaje que por su material, ya es único. Un juego de mesa que combina lo lúdico con la reconstrucción histórica.
“El Ñoño es una invitación a mirar más allá de la leyenda de la fundación. Me interesa completar esa primera historia con datos y hallazgos concretos. Todos conocemos la leyenda, pero no deja de ser un cuento, y muchas veces es lo único que sabemos. La historia de Gualeguaychú no sólo podemos tomarla desde el comienzo con la llegada de Tomás de Rocamora ni con la leyenda romántica que popularizó Fray Mocho en 1906. Mucho antes de la fundación oficial, miles de años de transformaciones naturales y culturales marcaron el territorio que hoy habitamos”, explicó Lemes a EL ARGENTINO, convencida que el juego puede ser una puerta de entrada para acercarse a la verdadera génesis de la ciudad.
La creadora señala que esa versión difundida de la historia de Fray Mocho pueda estar ‘marcada por el espíritu del Centenario de la Revolución de Mayo’. “Para la época del centenario, la idea fue borrar la figura del mestizaje y todo lo vinculado a los pueblos originarios de nuestra genética. El himno se recortó, se sacaron estrofas, y en general se intentó instalar una visión que dejaba de lado la raíz indígena. En esa misma línea surge la leyenda de la fundación”, advierte.
El legado de un autodidacta
Buena parte de los contenidos que nutren El Ñoño provienen de la tarea de Manuel Almeida, maestro rural, científico autodidacta y apasionado por los orígenes de la región. Durante más de cuatro décadas recopiló piezas arqueológicas, restos fósiles y documentos históricos que lo convirtieron en el mayor investigador del sur entrerriano.
“Si no hubiésemos tenido a Don Manuel, no sé si hoy contaríamos con toda la información que tenemos. Él dedicó su vida a desenterrar mitos y a mostrarnos quiénes somos en realidad. Todo lo que hizo fue desinteresado, solo por amor a la verdad y a su tierra”, sostiene Lemes.
“Gracias a sus hallazgos sabemos, por ejemplo, que hace entre 10.000 y 5.000 años gran parte del sur entrerriano estuvo cubierta por el mar. Ese fenómeno dio origen a los humedales y dejó huellas visibles hasta hoy: esqueletos de ballenas encontrados en la zona, médanos con arena marina, agua salobre en Ceibas y estratos de conchillas fósiles en los arroyos cercanos. Si uno ve una foto satelital todavía se distinguen las antiguas barrancas marinas y la extensión que tuvo el mar. Cuando este se retiró, recién entonces empezaron a llegar los grupos humanos que habitaron la región”, relata la docente.
Una historia más antigua que la fundación
Para Paulina Lemes, reconocer esos procesos es fundamental para ampliar la mirada sobre nuestra identidad. “Podemos seguir diciendo que tenemos más de 240 años de historia desde la fundación de Rocamora, pero en el Museo Almeida hay un esqueleto de hace más de dos mil años. Es decir, hablamos de una ciudad con 200 años asentada sobre una historia que tiene al menos 2000”, compara.
Esa raíz más profunda remite a los pueblos originarios que habitaron y transitaron la región: chanás, charrúas, guaraníes, grupos llegados desde la Pampa y también desde la Amazonía. “Nuestros propios fundadores eran, en gran medida, descendientes de esos pueblos. Desconocer esa cultura de miles de años puede salir muy caro, porque forma parte de nuestra identidad”, remarca.
La docente recuerda, además, los conflictos coloniales que marcaron la zona. “De los registros que dejó Manuel Almeida, más otros aportes, después de la llegada de los europeos hubo mucho litigio entre españoles y portugueses. Los portugueses fueron especialmente agresivos con nuestros abuelos indios. Y por esas tensiones, y el contrabando que se buscaba frenar, se fundaron reducciones y se asentaron poblaciones”, contextualiza.
El Ñoño: aprender jugando
El Ñoño se juega con un mazo de cartas que incluyen preguntas, respuestas múltiples, aproximaciones y comodines que introducen azar en la dinámica. “El nombre viene del dicho popular para señalar al que más sabe. Acá gana el que acumula más cartas, pero hay comodines que cambian todo y hacen más divertido el juego. No se trata solo de saber, sino de divertirse mientras aprendemos”, describe Lemes.
Las cartas están ilustradas con datos y referencias históricas que invitan a profundizar. Muchas provienen del libro Don Manuel una vez más, que Lemes publicó en 2013 recopilando documentos y escritos de Almeida.
El proyecto fue seleccionado por el Fondo Municipal de las Artes, lo que permitirá su impresión y distribución gratuita en instituciones educativas y culturales. “Es un juego pensado para chicos de segundo ciclo, adolescentes y adultos, pero también se puede jugar en familia. Me lo han pedido abuelas para jugar con sus nietos. Tiene mucho contenido, pero también es una excusa para compartir y conversar sobre nuestra historia”, celebra su creadora.
De Canto Rodado a nuevas propuestas
El Ñoño se enmarca en el proyecto Canto Rodado, con el que Paulina Lemes viene desarrollando materiales pedagógicos y artísticos para las infancias y juventudes. Entre ellos se cuentan el libro y radioteatro Piratas de Agua Dulce, un memotest de animales con nombres en guaraní y diversos álbumes y juegos educativos.
“Este juego es una profundización de esos primeros aprendizajes. Cuando uno conversa con gente adulta, descubre que casi nadie conoce en detalle esta historia. Por eso necesitamos herramientas lúdicas y culturales que nos acerquen a nuestras raíces desde la curiosidad, el conocimiento, pero también desde el amor”, reflexiona.
Un homenaje a Don Manuel
Más allá de su valor pedagógico, El Ñoño es también un homenaje explícito a Manuel Almeida, cuya obra permanece como un pilar para comprender el pasado regional.
“Él se dedicó a regalarnos el don del pasado, un espejo en el que podemos mirarnos. No fue un coleccionista, sino un investigador que reconstruyó con precisión lo que hallaba. Sus mapas hechos a mano todavía sorprenden a investigadores del Conicet por la exactitud que tienen. Y cuando ya no pudo salir al campo, se volcó a los archivos coloniales y descifró documentos que nos permitieron entender mejor incluso el significado del nombre Gualeguaychú”, recuerda Lemes.
Ese legado debe ser valorado por las nuevas generaciones. “Almeida es uno de los grandes investigadores de la prehistoria entrerriana. Lo hizo todo con sus propios medios y con una pasión inmensa. Su obra es fundamental para toda la provincia y para nuestra identidad como ciudad”, sostiene.
Reconocerse en la historia
El Ñoño es, en definitiva, una herramienta para aprender y reconocerse. Una invitación a revisar la historia más allá de las versiones oficiales, a tender puentes con los pueblos originarios y a comprender que la ciudad tiene raíces mucho más antiguas de lo que solemos creer.
“Tenemos el derecho de conocer de dónde nacimos, de dónde salimos. No salimos de la magia, aunque Gualeguaychú sea una ciudad mágica y fantástica. Reconocer nuestro verdadero origen es algo que nos debemos. Es lo que nos ha hecho creativos y resilientes ante la adversidad. Esa es la idea de El Ñoño: que podamos encontrarnos con nuestra historia de una manera divertida y profunda a la vez”, concluye Paulina Lemes.