Por Sandra Insaurralde
Estela Duarte, profesor de inglés, nació y creció en Larroque, mira hacia atrás y reconoce que su vínculo con el idioma nunca fue estrictamente académico, sino profundamente humano. En diálogo con EL ARGENTINO aclaró que su verdadera inquietud siempre fue usar el idioma como puente. Para ella, “el inglés es una herramienta que permite que un argentino pueda hablar con un árabe o con un chino”, aun sin compartir la lengua materna.
Esa búsqueda de comunicación la llevó, hace una década, a abrir las puertas de su casa a voluntarios de todo el mundo. La idea surgió de un amigo que recibía viajeros en una granja orgánica en Almada. “Él fue mi mentor. Un día me dijo: ‘¿Por qué no te metés en esto?’”, recordó. El miedo inicial cedió ante el entusiasmo y el apoyo familiar. “Recibir personas en tu casa implica compartir tu vida. Toda la familia tiene que estar de acuerdo”.
El descubrimiento de HelpX y el intercambio cultural
Así llegó a HelpX, una plataforma internacional que conecta anfitriones con viajeros que buscan experiencias de intercambio. “HelpX es Help Exchange, intercambio de ayudas”, explicó. Allí conviven granjas, hostels, familias y hasta dueños de veleros que ofrecen alojamiento a cambio de colaboración. Los voluntarios trabajan cuatro horas diarias y reciben hospedaje y desayuno.
Para Estela, el intercambio va mucho más allá del trabajo. “Mi objetivo es viajar por el mundo a través de las personas”, confesó. No pudo recorrer tantos países como hubiera querido, pero encontró una forma de traer el mundo a su casa. Al mismo tiempo, piensa en sus alumnos: “Los voluntarios participan en las clases de inglés, conversan con los estudiantes y les ofrecen una experiencia auténtica de comunicación”.
La diversidad de perfiles que recibió es sorprendente. Médicos, ingenieros, docentes, técnicos, especialistas en marketing digital, contadores, pedagogos y escritores pasaron por su hogar. Llegaron desde Francia, China, Rusia, Estados Unidos, Gales, Escocia, Londres, República Checa, Canadá, Australia y Brasil. Algunos viajan solos; otros, en pareja o en familia. “En dos oportunidades recibí matrimonios con niños”, contó a EL ARGENTINO.
Voces y miradas del mundo en una casa de Larroque
La convivencia diaria genera anécdotas que Estela recordó con afecto. “Una joven francesa, profesora de danza, llegó para aprender ritmos caribeños y terminó ampliando su instituto al volver a Europa”.
También recibió matrimonios musulmanes, ingenieros aeronáuticos y una profesora checa que enseñó inglés y ruso en un campamento beduino en Jordania.
Entre las experiencias más recientes mencionó a un matrimonio estadounidense que se quedó un mes entero. Ella es técnica en barcos; él, capitán de grandes veleros y escritor de literatura infantil. Durante su estadía, trabajó en el guión de una serie para niños. Estela le regaló un libro: “A él le fascinó; lo leía todos los días”, contó. Y admitió que, al verlos, pensaba: “¡Mirá las personas que estoy hospedando!”.
Otra historia que la marcó fue la de una neumonóloga parisina que llegó agotada después de trabajar en plena pandemia. “A diferencia de lo que muchos creen, en Europa el cierre fue total y se extendió por mucho más tiempo que en Argentina. Ella trabajó con pacientes que fallecían todos los días”, relató. Tras dos años de tensión extrema, la médica y su marido emprendieron un viaje de seis meses por el mundo para recuperarse.
El intercambio no solo enriquece a los visitantes: transforma también la vida cotidiana de la familia anfitriona. “Mis hijos están acostumbrados. Uno habla mucho inglés porque convivió con todos los extranjeros”. Además, mencionó que su nieta fue la inspiración para recibir familias con niños. “No te imaginás lo que es ver cómo se comunican. No importa si uno no habla perfecto inglés o el otro no habla perfecto español. Se entienden igual”.
Lo que los visitantes ven y nosotros no siempre valoramos
Los extranjeros suelen sorprenderse por detalles que los locales pasamos por alto. “No podían creer que en una ciudad tan pequeña hubiera 13 radios FM”, contó a EL ARGENTINO. También destacan la tranquilidad, la cordialidad, la comida y la cantidad de actividades gratuitas para la familia. Tras su paso por Larroque, la familia estadounidense viajó a Cataratas, acampó en Corrientes y coincidió con las fiestas patronales. “Les sorprendió todo lo que había disponible sin costo”.
La comparación con Estados Unidos es inevitable. “Allá todo está cerrado: shoppings y parques pagos. No existe esa libertad de caminar, comprar un pancho en la calle, disfrutar de una fiesta popular”, relató.
Varios voluntarios aportan ideas inspiradas en experiencias internacionales. Por ejemplo “ofrecer tour que recorre casas de familia para compartir comidas típicas. Ese tipo de experiencias también existen en HelpX y otras plataformas”, señaló Estela, convencida de que Larroque tiene un potencial enorme para desarrollar propuestas similares.
Para ella, la experiencia de recibir voluntarios internacionales es “una experiencia totalmente positiva”, afirmó. Pero enseguida aclaró que nada sería posible sin el acompañamiento familiar. “Teníamos que estar todos de acuerdo en compartir la vida, los cumpleaños y la casa con personas de afuera”. La convivencia, dijo, se vuelve un ida y vuelta constante: “Ellos son muy voluntariosos, muy amables. Siempre nos agasajan y nosotros los agasajamos también, generalmente con un asado”.
Su casa de hospedaje está en Larroque, pero Estela vive con su marido en Britos, una pequeña colonia rural. El campo, también se convierte parte del intercambio cultural. “Siempre los llevo a pasar un día al tambo, a ver cómo se ordeña y cómo se trabaja”, comentó.
En este diálogo con EL ARGENTINO, Estela destacó el aprendizaje mutuo. “Ellos te traen regalos, te cuentan historias, te muestran cosas y te describen su mundo. Pero sobre todo, te ayudan a valorar nuestro país, nuestras costumbres, nuestra vida”. Los voluntarios suelen sorprenderse por la tranquilidad de las ciudades pequeñas, la calidez de la gente y la vida comunitaria. El único punto negativo que señalan es el costo del transporte. “Les sale más barato moverse por Europa que por Argentina”, admitió. Aun así, la valoración positiva siempre pesa más. Un detalle la emociona especialmente: “El 80% se va tomando mate, con un termo bajo el brazo y el equipo completo comprado acá”.
Las despedidas no son finales para Estela. Muchos continúan en contacto por redes o WhatsApp, y los saludos de fin de año cruzan océanos. En medio de tantas historias, comparte un dato personal: “Yo estudié inglés porque mi sueño de adolescente era ir a enseñar español a las Malvinas”. La guerra truncó esa idea, pero no del todo. “Todavía tengo pendiente viajar a las Malvinas”, confesó.
En la casa de Estela, el mundo no llega en mapas ni en pantallas: llega en personas reales, con historias, acentos y costumbres que se mezclan con las nuestras. Y en esa convivencia sencilla, casi doméstica, confirma que traer el mundo a casa es posible cuando la puerta —y la mirada— se mantienen abiertas.