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Por Felipe Hendriksen (*)
EL ARGENTINO
. La gran mayoría preferiría quedarse con este regalo del humanismo capitalista sin hacerse cargo de lo que trae consigo: total y completa responsabilidad. A mayor libertad, mayor responsabilidad. Uno debe hacerse cargo de lo que hace y dice, y uno puede hacer y decir muchas cosas en el siglo XXI (otra vez, el mejor de la historia por mucho). Pero cierta gente no está dispuesta a enfrentarse a esta realidad.
No todos quieren ser intelectualmente adultos. Es mucho más fácil dejarse mandar, sumergirse en la cómoda masa y esperar que otro haga el trabajo de uno. Gocemos de los beneficios del capitalismo, pero vivamos sin libertades individuales: eso es lo que vienen pidiendo muchos progres. El miedo a la semi-soledad (nadie puede estar acompañado siempre, y eso es algo bueno) ha llevado a muchas personas a unirse a ciertos grupos. Es menos complicado ser feminista, socialista, peronista, ambientalista que ser un librepensador, un ser autónomo que puede pensar críticamente y poner su libertad y su independencia por encima de todas las cosas.
Por esto lucha el conservadurismo, más allá de la permanencia de los valores tradicionales de toda sociedad: por el derecho de que nadie ni nada te pisotee. Por eso muchos hemos adoptado como bandera la Gadsden flag: para que nadie nos pase por encima. El individuo es lo más importante, y no puede existir un verdadero individuo si no acepta que su libre albedrío trae aparejado una cuota proporcional de responsabilidad. La derecha respeta tanto y tiene en tan alta estima al ser humano que lo pone por encima de todas las cosas. Ni el Estado, ni el Pueblo, ni la Iglesia, ni el presidente, ni Castro, ni el Che deben ponerse por encima del ciudadano.
Es por esta razón que los conservadores siempre queremos achicar el Estado: para que no tenga el poder de oprimirnos. Esto lo entendieron muy bien los Padres Fundadores de los Estados Unidos: es el país el que debe servir al individuo y no al revés. El gobierno de turno debe generar las condiciones necesarias para que el ser humano en su individualidad pueda prosperar por y para sí mismo: ni en nombre de una causa ni de un movimiento ni de un colectivo ni de una organización.
Pero esto da miedo, esto aterra a la gente. La libertad es muy linda, sí, pero no vale la pena. La inmensa mayoría no la defenderá ni peleará por ella, porque se siente muy tranquila dejando su destino en las manos de cínicos y demagógicos ladrones disfrazados de benefactores públicos. Hace muchos años, en algún lugar, la política fue un arte, un deber y un honor, pero ahora no es más que un sistema legitimado de robo y saqueo. Pero he aquí lo preocupante: no roban sólo dinero; te sacan más que plata. Te sacan tu libertad, te quitan tu valor como ser humano, te despojan del honor de ser un self-made man.
El pueblo vive anestesiado. Muchos periodistas, opinólogos y políticos (la tríada del Diablo) todavía creen que es un tema de izquierda o derecha, populismo o socialdemocracia, Venezuela o Estados Unidos. Los pobres no entienden que la masa votará a cualquiera que le prometa, más allá de cualquier plan social o cuota alimentaria o bono o beneficio, una sola cosa: la reducción de su autonomía, la erradicación casi total de su libertad individual. Quien promueva un colectivismo ciego y estúpido, disfrazándolo de solidario o progresista, ganará siempre el favor de la gente.
Por eso gana siempre la misma canalla en este país: porque la gente está dispuesta a entregarse, a delegar en otro su entera libertad. Nadie quiere pensar ni actuar ni decir ni esforzarse ni nada. Casi todos quieren vivir en libertad, es cierto, pero en una libertad falsa, superficial, que no ennoblece al hombre, sino que lo corrompe infinitamente. Todos quieren los beneficios del mundo capitalista en que vivimos, pero nadie quiere mantener la mentalidad que nos llevó adonde estamos en un primer lugar.
Llegamos tan lejos porque muchas personas, y no necesariamente intelectuales, en su irreductible libertad, independencia e individualidad decidieron poner al ser humano por encima de todas las cosas. No nos dejemos engañar, no retrocedamos: nada ni nadie es más importante que el individuo. Es tentador, cómodo, fácil y hasta aparentemente ético supeditarse a los caprichos de un líder, a los designios de un movimiento o a las imposiciones de un Estado, pero nada es más perjudicial para la raza humana que renunciar a lo único que nos diferencia verdaderamente del resto de los animales: nuestra libertad consciente.
No importa lo que digan las feministas, los ambientalistas, los progresistas, los socialistas ni los peronistas. Empeñar la libertad es siempre un pecado, hipotecar la autonomía nunca es loable y, lo más importante de todo, por lo que lucha y han luchado siempre los conservadores: el individuo es, por sobre todas las cosas, lo más importante.
(*) Felipe Hendriksen es estudiante de Letras en la Pontificia Universidad Católica Argentina.