Redacción EL ARGENTINO
En la primera mitad del siglo XIX, en la intersección de San Luis y Jujuy, comenzó a levantarse una de las construcciones que sería de las más emblemáticas del noroeste de Gualeguaychú: la Azotea de Lapalma.
Concebida como residencia rural para Francisco Lapalma, hijo del primer médico de la ciudad, el edificio reflejó desde sus orígenes el peso social y económico de la familia Lapalma-Carmona. Rodeada de huertas y frutales, la casona también funcionó como espacio de desarrollo de oficios domésticos y artesanales propios de la época.
Con el paso del tiempo, la vivienda se convirtió en escenario de relatos que marcaron la memoria colectiva local. Entre ellos, se destaca la historia de Isabel Frutos Carmona, sobrina de Francisco, cuyo vínculo amoroso con un joven correntino fue interrumpido por decisión familiar. Tras la separación forzada, Isabel permaneció recluida y falleció a los 19 años, hecho que dio origen a la leyenda del llamado “espíritu blanco”, que algunos aseguran haber visto en los balcones de la casa.
La Azotea también se asocia a otras vivencias intensas, como las de Rosa y María Lapalma, integrantes de generaciones posteriores, cuyo aislamiento terminó de imprimir un clima de dramatismo a la vida cotidiana del lugar. A ello se suma que, durante su juventud, el poeta y dirigente político Olegario Víctor Andrade y sus hermanos habitaron transitoriamente la casona, reforzando el valor histórico del sitio.
Décadas más tarde, en 1971, una comitiva cultural impulsó la primera apertura pública del edificio. Las fotografías de aquella jornada, hoy conservadas como parte del acervo del museo, dan cuenta del impacto que esa visita tuvo en la comunidad.
En 2025, la Azotea de Lapalma cumple 190 años desde el inicio de su construcción en 1835. Convertida en museo, continúa siendo un punto fundamental del patrimonio cultural de Gualeguaychú y un testimonio vivo de las historias que atravesaron generaciones.