Redacción EL ARGENTINO
Mario Robles, entrerriano de 25 años, llegó a la Argentina en un vuelo no comercial a las 3:20 del jueves. Fue deportado por el gobierno de Donald Trump tras ser detenido en San Antonio, Texas, cuando intentaba ingresar a EE.UU. desde México.
Su madre, Natalia, y su padrastro lo esperaban en Ezeiza, junto a la Policía Aeroportuaria. Sólo pudo comunicarse con ellos a través de los agentes. Viajó esposado durante más de 40 horas, con grilletes en tobillos, muñecas, cintura y pecho. “Como si pensaran que iba a fugarse por la ventanilla del avión”, ironizó.
La conversación fue a través del celular de su madre. Mario había perdido el suyo al escapar de la camioneta conducida por coyotes, quienes le prometieron llegar a salvo al “suelo del sueño americano”. Fue detenido tras cruzar a pie el Río Bravo. Su regreso se inscribe en el operativo que deportó a un grupo de argentinos en el marco de la avanzada antiinmigración impulsada por la Casa Blanca.
De Guanajuato a la frontera
Robles nació en Villa Clara, Entre Ríos. Decidió emigrar a México en 2019, durante la escalada cambiaria del gobierno de Mauricio Macri. Se instaló en Guanajuato, trabajó en construcción y enviaba dinero a su familia. “Jamás me sentí discriminado”, afirmó. En 2022 conoció a su esposa mexicana y tuvieron una hija. Su plan era cruzar a EE.UU., trabajar unos años y volver con una casa y un negocio. Su suegro, fallecido en Fort Worth, iba a ayudarlo.
Pagó más de 7 mil dólares a un coyote. Cruzaron el río caminando y luego fueron escondidos en una camioneta. En el peaje de ingreso a San Antonio, agentes antimigrantes detuvieron el vehículo. Mario logró huir y esconderse en el monte, pero fue encontrado por un perro.
Días en la “heladera”
El primer destino fue la “heladera”, una celda de 8x8 metros con 40 personas, sin camas ni sillas. “Dormís sentado, si podés. Está helado. Hay una zona para hacer tus necesidades frente a todos”, relató. Denunció maltrato por parte de agentes chicanos: “Hablan español entre ellos, pero si les pedís algo, hacen de cuenta que no entienden”.
Luego fue trasladado a una corte federal. “Le pedí al juez que me mandaran a México, donde están mi esposa e hija. Me mandaron a Argentina”, lamentó. En el centro de detención recibió cinco comidas diarias, acceso a una tablet y televisión. Su familia debía depositar dinero para poder comunicarse. “No sé si es legal, pero al menos sabés que vas a volver a casa”, concluyó.
Mario ya está en Villa Clara, pero su familia sigue en México. Su historia refleja el impacto humano de las políticas migratorias y la vulnerabilidad de quienes buscan una vida mejor. (APFDigital)