Por Germán Farabello
Es sábado y son casi las 17:00 horas. Apenas unas horas antes las lluvias ocurridas durante la mañana hacían dudar sobre la realización o la postergación de la séptima noche de desfile. Pero, el carnaval de Gualeguaychú tiene un hechizo que hace que no importe qué tan alto sea el porcentaje de probabilidad de lluvias: si hay carnaval, la tormenta se disipa.
Así, con el sol comenzando a asomarse en un cielo cada vez más despejado llego a los talleres de la comparsa Papelitos, ubicado en calle Tala y Montevideo, a tan solo 2 cuadras del Corsódromo José Luis Gestro. Allí me reciben Belén Barreto y Camilo González, dos de los encargados de Puesta en Escena, que además de coordinar todo el desfile de la comparsa, también son los creadores de las coreografías y de chequear que cada integrante esté en el lugar en que tiene que estar. Después de dar el presente, los encargados me entregan el papel donde se indica la escuadra, el número de orden y la maquilladora que corresponde a esa formación: esta noche me toca convertirme en uno de los policías que acompañan el carro hidrante.
No es mi primera vez desfilando en el carnaval, ya que durante más de diez años tuve la oportunidad de trabajar como actor, bailarín, coordinador de desfile, maquillador e incluso carrocero, pero igualmente siento los nervios de la primera vez. Para aquellos que alguna vez pisaron el Corsódromo entenderán que la noche del debut es como el estreno de una obra de teatro. Par los que no conocen ninguna de esas sensaciones, podría decirse que solo es comparable a cuando uno en un rapto de inconciencia decide subirse a uno de esos arriesgados juegos de un parque de diversiones. El cosquilleo intenso en la panza, una mezcla de alegría con un poco de vértigo, esa sensación de que ya no hay vuelta atrás y solo resta disfrutar del instante.
Las horas que transcurren desde que los integrantes arriban a la comparsa hasta que llega el horario de desfile pueden ser largas, pero la dinámica que se da entre los integrantes ameniza toda espera. Entre música, mate, algunas bebidas, charlas y baile se hace de noche y cada vez se siente más clima de carnaval.
Por micrófono anuncian que todos los integrantes que estamos como suplentes tenemos que hacer un pequeño ensayo para aprender las coreografías grupales, y así estar a tono para el desfile. Con mucha practicidad y buena energía, Camilo nos enseña los pasos y nos da la seguridad necesaria para salir al circuito.
En Papelitos todo está perfectamente organizado: desde los anuncios donde se va llamando a cada integrante para su turno de maquillaje, sillas y mesas para poder ubicarse, hasta frutas a disposición para que los integrantes consuman algo saludable antes de desfilar.
En la sala de maquillaje todo es color, brillo, diversión, pero también concentración y trabajo. Bajo la dirección de Florencia Leuze, Papelitos tiene un equipo de 14 maquilladores que trabajan desde muy temprano para que a la hora de salida cada integrante luzca impecable y con una caracterización acorde a su escuadra. Llega mi turno y Agustina, la maquilladora asignada para esta escuadra resuelve todo en menos de 15 minutos, producto de su profesionalismo y su práctica.
Ya con el maquillaje resuelto, junto a mis 5 compañeros de escuadra ensayamos el acting que la escuadra de policías ejecuta junto al joven Benicio Villagra, en esa propuesta donde el niño artista desafía la autoridad de las fuerzas que disparan con pistolas de burbujas. La encargada de coordinar todo es Belén, que además de ser la mamá de “Beni”, es Profesora de Teatro y una de las responsables del desfile de Papelitos.
Llega la noche y por fin la escuadra 9 a la que pertenezco es convocada para buscar el vestuario. Para esto, Papelitos cuenta con 18 personas que trabajan en confeccionar, cuidar, organizar y lavar semanalmente todos los vestuarios. La sensación de volver a lucir un traje de carnaval es incomparable, no solo por el nivel de confección y detalles, sino porque es la confirmación de volver a vivir un momento de intensa felicidad, jugando a ser otro, con esa licencia que solo la magia del carnaval permite.
Antes de salir todos juntos para el Corsódromo, repasamos una vez más las coreografías grupales con todos los integrantes ya vestidos con sus trajes de carnaval. Al finalizar, Juane Villagra, director artístico de la comparsa aprovecha para decir unas palabras de motivación y también de agradecimiento por el compromiso puesto en esta edición.
Ya en la previa, lo primero que nos piden es que cada integrante esté atento para recibir su tocado, espaldar o elemento según corresponda. Así, uno a uno se van completando los trajes mientras Ará-Yeví todavía sigue ingresando a la pasarela. La previa además de ser la antesala del escenario más grande de la ciudad, es un lugar para encontrarse con amigos de todas las comparsas, sacarse fotos, o salvar cualquier imprevisto que pueda suceder como una rotura de una costura, la falla de un cierre o el olvido de un alfiler para asegurar alguna pieza del vestuario.
Finalmente llega el momento más esperado. El reloj de la cuenta regresiva anuncia que el tiempo ha terminado y se abren las puertas de la pasarela más mágica de todas. Comienza la música y todo se transforma. Lo que horas antes era un gigante dormido, ahora es un templo de adoración al Rey Momo, donde todo aquel que desfila no lo hace como uno mismo, sino como un vehículo de alegría encarnado en un personaje. Algunos son faunos, otras son hadas, tal vez un centauro o un gigante.
Poco a poco el hechizo toma fuerzas y a medida que se avanza por el Corsódromo el cuerpo olvida la edad, los dolores físicos, las preocupaciones o las penas. Como por arte de magia, el Carnaval envuelve a todo aquel que lo habita y se presta para vivir esa fantasía con todo el disfrute que permite la fantasía de transportarse a un mundo que no es el terrenal.
Después de un desfile de 70 minutos la comparsa sale del circuito y poco a poco aunque el hechizo se desvanece. Al atravesar las puertas del Corsódromo volvemos a ser personas de carne y hueso, con sed, calor, y alguna molestia en las piernas o en la espalda. Aunque, como todo hecho artístico, el carnaval es transformador.
Vuelvo a mi casa con el cuerpo cansado pero siendo un poco más feliz que ayer, sabiendo que en esos 70 minutos de desfile, tuve el poder de vencer al tiempo y transportarme a otro espacio, a ese lugar mágico que solo conocen quienes tienen la oportunidad única de vivir el carnaval.