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Un enemigo del pueblo: “Una obra que enaltece a nuestro teatro”

Asistir a una adaptación de Un enemigo del pueblo es cargar con un cúmulo de expectativas. Ibsen es el gran dramaturgo del S. XIX que renueva el lánguido teatro romántico y asienta su producción sobre lo pilares del Realismo.

Viernes, 28 de Marzo de 2025, 15:45

Redacción EL ARGENTINO

Por Marta Ledri*

 

La oralidad y la visualidad son origen y destino de la palabra dramática. Analizar una puesta en escena es un acto complejo, pues supone no olvidar el horizonte prelingüístico y preicónico que la precede y la produce. Tampoco debe obviarse que el actor se inserta con su propia temporalidad en la temporalidad del personaje e incide en el horizonte de quien la recibe y lo disloca de su tiempo.

 

Asistir a una adaptación de Un enemigo del pueblo es cargar con un cúmulo de expectativas. Ibsen es el gran dramaturgo del S. XIX que renueva el lánguido teatro romántico y asienta su producción sobre lo pilares del Realismo: observación y mímesis de los comportamientos de una burguesía en ascenso. El noruego no se agota en poner sobre el escenario conductas que obedecen a mandatos de la hipocresía social imperante, sino que rescata a la mujer (entre otros temas) del lugar donde la había colocado el Romanticismo: un personaje melancólico, a veces redimido por el amor y otras tantas, agónico y yacente. Casa de muñecas es la máxima expresión de este tópico. Nora, el personaje central, se convierte en bandera de la independencia femenina. Su mayor acto es “dar un portazo a tiempo”.

 

Este autor incursiona en la herencia de la sangre y en las influencias de los factores que rodean una vida, roza el determinismo sobre el que se erige el Naturalismo; escandaliza al público con el estreno de Espectros (la obra es prohibida) donde los oscuros fantasmas-vicios del padre, reviven en el hijo y aterrorizan a la madre, que, por vergüenza, había callado las humillaciones de la intimidad familiar.

 

Un enemigo del pueblo es, según mi opinión, una obra realista. Como toda obra de culto, como toda obra que alcanza el calificativo de “Clásica” está condenada a ser adaptada, versionada, “per-versionada” a través del tiempo. El tema no pierde vigencia. Es siempre actual porque atañe a la condición humana.

El pasado sábado el 22 de marzo, tuve el placer de asistir al estreno de esta obra en el magnífico Teatro Gualeguaychú. Se trató de una adaptación de Lisandro Fiks que, cabe aclarar, previamente tradujo del noruego la obra de Ibsen. Bombín Teatro asumió la responsabilidad de representarla.

 

 

Elegida, ensayada con disciplina y respeto fue dirigida por el actor Joaquín Gómez. Los que pululamos alrededor de este arte sabemos que Joaquín Gómez no opta por el camino fácil, sabemos que detrás de su sólida formación y de su constante capacitación hay pasión. La pasión enciende al artista e imanta, como decía Platón, a los que asisten al acontecimiento ficcional. No hay dificultad en hacer el Pacto de suspensión con la realidad cuando Gómez deja de ser él mismo y se reviste de un personaje. Alrededor de él, los otros actores alcanzan su altura escénica. Gómez es generoso y exigente al mismo tiempo. Trabaja en conjunto e individualmente con cada actor para extraer todas las fibras que entraman al personaje.

 

Un enemigo del pueblo se construye sobre binomios antagónicos: la soledad vs. la multitud, el secreto vs. la mentira, la verdad vs. la falsedad, la lealtad consigo mismo vs. los intereses creados. Estas antinomias están encarnadas en el personaje de Tomás, el médico, el amigo del pueblo que resultará abatido por los terratenientes, la burocracia y los silencios oportunos del poder. El protagonista quiere una sociedad de pensantes y se enfrenta a grupos poderosos que, en oscuras alianzas, buscan ciudadanos “pensados”.

 

El amigo, el que quiere salvar al pueblo de una contaminación real y moral es “crucificado” por las mentiras de los que acceden al escenario de la arenga y de la prensa y es expuesto ante sus conciudadanos, como enemigo del progreso. Es un Prometeo moderno.

 

Hay que buscar la napa pura, la napa nueva de donde fluirá una nueva generación más transparente y solidaria. Se hace inminente la reconstrucción.

El pathos, el agón tiene lugar en el extremo izquierdo del escenario. Lugar del corazón, de los sentimientos genuinos. El iluminado, el hombre de ciencia, tiene tras de sí una ventana luminosa y la infaltable presencia de una lámpara que aparece en todas las didascalias ibsenianas. Él no está a oscuras ni tiene nublado el entendimiento.

 

 

En el otro extremo, a la diestra, está el salón recibidor. Por allí entran y salen los hombres que manejan al rebaño de pensados. Abel y Caín y un fratricidio ético. Pedro, el intendente, excelentemente interpretado por el actor Roberto Bussano, completa el binomio, es hermano del médico municipal y se ha quedado en las aguas de la corrupción. Se siente a gusto en el lodo de los intereses.

 

La acción dramática ondula sobre lo trágico y lo cómico. La risa, la coprolalia, no son más que herramientas subversivas para poner de manifiesto la intención del dramaturgo y dentro de la ficción del médico, de desenmascarar a los hombres de poder. En el personaje de Juana (María del Valle Strada), esposa del médico, coagula la esencia de las mujeres ibsenianas. Al principio, su discurso es vacilante, hasta trémulo. Éste se irá fortaleciendo en el acontecer dramático. En la disyuntiva entre los intereses de su padre y la decisión de su esposo, también padece y estos sentimientos son evidenciables para el público. Juana también está escindida. Su voz de “alondra” como la de Nora, culminará en el grito desgarrado del final. Nada en esta obra está librado al azar.

 

Pieza de tres actos (hemos perdido la costumbre de asistir a puestas en escena con la clásica estructura de presentación, conflicto y desenlace), diálogos continuos y prolijidad en las intervenciones, dinamismo y silencios oportunos, escenas fuera del tablado para sorpresa del público que se siente un personaje colectivo y vota por la verdad, aunque es silenciado como al mismo protagonista.

 

Obra para la reflexión. La esperanza queda latiendo: una hija y su propósito de fundar una escuela. Tal vez ella o nosotros encontremos la napa que lave los intereses políticos para beneficios de pocos, tal vez el agua pura lave la mirada y permita ver con claridad quién es de verdad, el enemigo del pueblo.

Una obra que enaltece a nuestro teatro. Una posibilidad de asistir al teatro espectáculo que reaviva un texto dramático aclamado a través del tiempo. No es fácil volver a la esencia del teatro ante tantas prácticas experimentales.

 

 

*Licenciada en Letras, dramaturga, actriz y escritora

Temas:

Actriz Arte Mujeres Obra Teatro Teatro Gualeguaychú
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